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Descenso a las catacumbras de las drogas en las favelas

La Razón
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San Francisco de Asís presentó el poder del evangelio en el despojamiento total, en la pobreza y en la extrema sencillez. El nombre no fue tomado a la ligera por el Papa Francisco, dispuesto a mostrarse siempre al lado de los más marginados. En su viaje a Brasil esté es su mensaje.

Hoy dejará su huella entre los adictos al crack, cuando inaugure un centro de rehabilitación en un hospital franciscano rodeado de favelas en el norte de Río de Janeiro.

Ubicado a los pies de los morros de Borel, Casa Branca y Formiga, en el barrio de Tijuca, el hospital San Francisco prepara la inesperada visita del Papa con entusiasmo y humildad, respetando la imagen del pontífice, que desde su entronización en marzo busca mostrar una nueva cara de la Iglesia, alejándose de los lujos.

Ese es el verdadero sello de los franciscanos, una orden que abarca desde la vida activa a la contemplativa, desde la docencia hasta la misión, pasando por parroquias, santuarios o simplemente siendo presencia y testimonio entre los más desfavorecidos.

Ayer a contrarreloj, decenas de obreros levantaban un estrado en el patio central, pintaban las paredes de blanco, retocaban la capilla, instalaban un espacio con personajes del pesebre y plantaban orquídeas.

San Francisco

"De una lista de 100 hospitales que podía visitar, eligió el nuestro. Será porque se llama San Francisco", comenta contento Italo Marsili, un joven psiquiatra y director del nuevo centro de atención integral de salud mental que tras la visita papal comenzará a tratar a adictos al crack y a pacientes psiquiátricos.

A la tarde a pedido del Papa, varios jóvenes adictos en recuperación estarán esperando al jefe del Vaticano en el patio del hospital para asistir a la inauguración del centro gratuito.

El hospital tiene espacio para 80 pacientes y todas las camas ya tienen nombre. Los internos provienen de la red pública y privada de la salud, y de un grupo de asistencia de la iglesia católica, según informa Marsili.

"Los franciscanos recibimos un legado, una herencia dejada por San Francisco, que fue abrazar a los excluidos de su época", explica el superintendente del hospital, el cura Francisco Belotti.

"En su época eran los leprosos. Hoy repetimos el abrazo de San Francisco a los excluidos de hoy, que son los involucrados con las drogas, como el crack", agrega Belotti.

Del paco al crack

Brasil, el país con más católicos del mundo, es considerado el primer consumidor mundial de crack (un residuo de la cocaína de bajo precio y altamente adictivo), con un millón de consumidores, según un estudio de la Universidad Federal de Sao Paulo.

El papel de la Iglesia es primordial en la recuperación de los enfermos. Por ejemplo la instalación de Casa Branca y Formiga costó cerca de dos millones de dólares, de los cuales 1,25 millones fueron donados por el Vaticano y el resto fue inversión del hospital.

"Este proyecto es importante para Brasil, para las familias, para la juventud que vive en cementerios a cielo abierto esperando la hora de morir, porque cada vez que un joven se droga se está matando de a poco", lamenta Belotti.

La diferencia entre este nuevo centro y otros es que el tratamiento se encuentra dentro de un complejo hospitalario e implica un trabajo integral con la familia del enfermo, desde que este llega al hospital hasta su inserción en la sociedad.

El tratamiento tiene tres pilares: asistencia médica, psicológica -que integra a la familia- y educacional, explica Marsili, pues se trata de "pacientes graves, que además de tener problemas psiquiátricos y de dependencia química presentan otros, como insuficiencia cardiaca".

El cura villero que lavaba los pies

De todo esto sabe y mucho, Jorge Mario Bergoglio quien en su etapa en Buenos Aires recorría las villas miseria de la capital, combatiendo el flagelo del consumo del paco –como se le conoce en Argentina a la pasta base de la cocaína-, entre los jóvenes argentinos.

Durante esos días, también era conocido por su costumbre de lavar los pies a presos, enfermos y personas que transitaban en los albergues. Un hábito que ya repitió en Roma. Fiel a ese espíritu, el viernes mantendrá un breve encuentro con algunos jóvenes reclusos en el palacio arzobispal "San Joaquín"a los que confesará y quizás de nuevo, vuelva a arrodillarse y lavar sus pies.

A nadie le sorprendería porque así es el Papa, cada símbolo cuenta, dispuesto a romper el protocolo en cualquier comento con tal de acercarse a la gente y mostrar la grandeza del nombre que representa Francisco.