Dos papas santos
El abrazo de las dos almas
Benedicto XVI acudió a la ceremonia de canonización para concelebrar, junto al Papa Francisco, un hecho histórico. Ambos se saludaron con afecto al inicio y al final del rito
Con el aliento contenido y el corazón desbocado, más de 400.000 personas seguían en directo, desde la abarrotada plaza de San Pedro –cuyos adoquines han sido testigos de tanta gracia de Dios derramada sobre su Iglesia–, las canonizaciones de esas dos grandes figuras del siglo XX que han sido Juan XXIII y Juan Pablo II. Silencio sepulcral como corresponde a un acto litúrgico de tales dimensiones. Pero en mitad del recogimiento y la oración, se abre camino una ovación: Benedicto XVI, el Papa emérito, hacía su aparición para concelebrar la misa, y la plaza al completo prorrumpía en aplausos al grito de «¿Benedicto, Benedicto!». Eran las 9:30 h. de la mañana del glorioso domingo en el que el Papa bueno y el Papa viajero serían proclamados santos por la Iglesia. El Papa Francisco había querido que Benedicto concelebrara junto a los 150 cardenales, dando lugar al hecho histórico bautizado como «los cuatro papas»: dos en el Cielo, dos en la Tierra. A sus 87 años, Joseph Ratzinger entró en la plaza del brazo de Georg Gänswein, su secretario personal y Prefecto de la Casa Pontificia, caminando con dificultad pero sin perder nunca la sonrisa. A pequeños pasos, vestido con los sobrios paramentos litúrgicos (de blanco y con mitra) y siempre apoyado en su bastón, el Papa emérito quiso saludar a todos los cardenales y a las autoridades presentes.
Nada más llegar, Ratzinger se sentó a la izquierda del altar, en el sector reservado a los purpurados; saludó desde lejos, se puso lentamente las gafas y abrió el cuadernillo de la Misa. Antes de que los cardenales, formados, fueran a saludarlo (alguno incluso llegó a besarle la mano), el cardenal Roger Etchegaray, vicedecano del colegio cardenalicio, se entretuvo con él algunos instantes. También quiso acercársele sor Tobiana, la histórica colaboradora de Papa Juan Pablo II. Gänswein recibió después al presidente italiano, Giorgio Napolitano, que acudió acompañado por su esposa, Clío Bittoni, y los invitó a saludar al Papa emérito. En el tiempo que duraron estos saludos, el Papa Francisco alcanzó el altar, cerrando la breve procesión de los cardenales. Nuevos aplausos en Roma, nueva alegría en esta fiesta de la Iglesia. Tras bendecir el altar con el incienso, Bergoglio se dirigió a saludar a Ratzinger. La verdadera unidad de la Iglesia se sellaba entonces con un gesto que hacía visible lo esencial: el abrazo entre el Pontífice y su predecesor, que conmovió a los fieles y provocó que los presentes prorrumpieran en aplausos y vivas.
Un día grande para la Iglesia y un día grande, sin duda, para Benedicto XVI, quien fuera compañero de Juan Pablo II. Fue precisamente él quien le beatificó: aunque por entonces todos gritaban «Santo subito», Ratzinger quiso continuar con el proceso estipulado, una decisión fruto de la exquisitez personal que siempre ha demostrado. Aún así, el 28 de abril de 2005 Benedicto XVI dispensó del tiempo de cinco años de espera tras la muerte para iniciar la causa de beatificación y canonización de Wojtyla.
Al final de la ceremonia el Papa Francisco quiso despedirse con cariño de Benedicto XVI y volvió a acercarse a él para estrecharle las manos antes de retirarse de nuevo a Santa Marta. La cara de Ratzinger refulgía con la alegría y la gratitud de un Papa emérito que se siente querido y parte presente de la Iglesia.
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