Actualidad

Dos papas santos

El elixir de la juventud

La Razón
La RazónLa Razón

La primera imagen que me viene a la memoria cuando pienso en Juan Pablo II es sentado ante dos millones y pico de jóvenes en Tor Vergata, a las afueras de Roma, balanceando su cabeza y sus brazos al son de la música. Corría el año 2000, el año al que había dirigido todo su pontificado, y se puede decir que había alcanzado su meta, de llevar a la Iglesia hasta el tercer milenio. De hecho, como se supo cuando se abrió su testamento, su oración a Dios al llegar a esa fecha fue: «Ya puedes llevarme contigo».

(En latín suena más fuerte: «nunc dimittis servum tuum». Tan fuerte que muchos periodistas tradujeron «a las bravas» que había pensado en dimitir... pero eso es otra historia).

Había alcanzado su meta, y se había gastado hasta consumir casi sus fuerzas. Unas semanas antes estaba agotado. Pero no se sabe cómo, esa semana de verano, tan calurosa como suele serlo Roma en ferragosto, Juan Pablo se repuso. Su alma tiró para arriba de su cuerpo, y le vimos como no le habíamos visto en años: rápido, dicharachero, bromista, ágil y con tantas ganas de jarana que no había modo de acabar, y la reunión duró hasta medianoche.

Su elixir eran los jóvenes. Ante ellos daba lo mejor de sí mismo: realmente se transformaba. En ese mismo encuentro, ante la mirada atónita de mucha gente que no esperaba tanta vitalidad, explicó su energía con un refrán polaco: «Si vives entre gente joven, tú mismo te haces joven». Lo hizo toda su vida: como sacerdote, como obispo, como cardenal... y como Papa.

Corría el año 1985. Yo estaba en Roma a punto de defender la tesis, y Juan Pablo II invitó a muchos jóvenes a un encuentro internacional en la plaza de San Pedro, el Domingo de Ramos. Fuimos muchos miles, en su mayoría italianos, pero con una nutrida representación internacional. Luego supe que a los dos o tres días, el Papa invitó a cenar a los capellanes universitarios de Roma, para preguntarles qué tal había salido. Todos intervinieron por riguroso orden de precedencia, con sesudas reflexiones. Llegó el turno del más joven de los capellanes, y pensó que todo había sido dicho. Por eso se limitó a decir: «Santo Padre, yo creo que hay que volver a hacerlo». En ese momento, como quien lo tiene bien pensado, aplaudió y dijo: «¡Eso mismo pienso yo!». Habían nacido las Jornadas Mundiales de la Juventud.

La lista de motivos por los que Juan Pablo II ha pasado a la historia como un gigante del siglo XX es larga. El catecismo de la Iglesia católica, los códigos de Derecho Canónico y oriental, la muchedumbre de santos y santas que ha llevado a los altares, sus innumerables viajes por todo el mundo... Pero no se queda a la zaga la «invención» de las JMJ, que han recorrido cuatro continentes y varias generaciones.

Las Jornadas Mundiales han transformado la relación de los jóvenes con la Iglesia, o quizá debería decirlo al revés: han cambiado la relación de la Iglesia con los jóvenes, y éstos han respondido a la convocatoria. En circunstancias históricas en que cada vez había menos jóvenes en las iglesias, el Papa quiso recordar que no había que esperarles, sino que había que salir a su encuentro, utilizando nuevos lenguajes, nuevos formatos.

Como suele suceder ante cambios epocales, las mayores resistencias fueron de dentro: «Santo Padre, usted está para gobernar la Iglesia, no para estar con los jóvenes», dicen que le aconsejaron. Y de hecho, a las primeras JMJ asistieron muy pocos obispos: ese tipo de fiestas juveniles no iba con ellos. Pero la perseverancia del Papa y los frutos en tantos lugares dieron la vuelta a la tortilla. Hoy se cuentan por muchos miles los jóvenes que descubrieron en una Jornada Mundial que Dios tenía un plan para ellos, y que les llamaba a formar parte de su Iglesia.

Pero algo no se convierte de veras en tradición hasta que los sucesores continúan la aventura. Tras haber visto las JMJ de Benedicto XVI (entre ellas, la inolvidable de Madrid) y la de Francisco en Río de Janeiro, puede decirse que tenemos JMJ para rato. Y ahora, con su creador en los altares.

*Director ejecutivo de la JMJ Madrid 2011