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El Papa critica la «indiferencia global» ante la inmigración
Hace un llamamiento en Lampedusa para despertar «nuestras conciencias»
Los pobres, los marginados, los débiles y, en definitiva, los últimos de la sociedad, han estado presentes desde el primer momento en las palabras de Jorge Mario Bergoglio desde que fue elegido Papa. En una muestra de coherencia, decidió que su primer viaje fuera a Lampedusa, la pequeña isla italiana situada a poco más de 100 kilómetros de las costas africanas y a la que han llegado en los últimos años decenas de miles de inmigrantes. En este simbólico lugar denunció ayer Francisco los efectos de la «globalización de la indiferencia», que nos lleva a acostumbrarnos al «sufrimiento del otro», a creer que «no nos concierne» que miles de personas pierdan la vida huyendo de la miseria o la persecución. En su memoria arrojó una corona de flores al mar.
El Pontífice se incluyó a sí mismo entre los «desorientados» que no están atentos «al mundo en que vivimos» ni se preocupan de «cuidarnos los unos a los otros», para advertir que cuando la desorientación alcanza «dimensiones mundiales», se producen tragedias como ésta. Por ello pidió repetidamente perdón al Señor, especialmente por quien «se ha acomodado y se ha cerrado en su propio bienestar que anestesia el corazón» y por aquellos que «con sus decisiones a nivel mundial han creado situaciones que llevan a estos dramas». Echó mano Francisco en su homilía de Lope de Vega y de «Fuente Ovejuna» para ilustrar la indolencia ante estas muertes. «¿Quién es el responsable de la sangre de estos hermanos y hermanas? ¡Nadie! Todos respondemos igual: no he sido yo, yo no tengo nada que ver, serán otros, ciertamente yo no. Pero Dios nos pregunta a cada uno de nosotros: ''¿Dónde está la sangre de tu hermano cuyo grito llega hasta mí?''», dijo, tras recordar cómo el Señor le preguntaba a Caín sobre el paradero de Abel.
La culpa de la pérdida del «sentido de la responsabilidad fraterna» la encontró el Papa en la «cultura del bienestar», que nos lleva a pensar sólo en nosotros mismos. «Nos hace insensibles al grito de los otros, nos hace vivir en pompas de jabón, que son bonitas, pero no son nada, son la ilusión de lo fútil, de lo provisional, que lleva a la indiferencia hacia los otros, o mejor, lleva a la globalización de la indiferencia», denunció.
Dos motivos llevaron al Papa a viajar a Lampedusa. El primero lo contó él mismo en la homilía de la Eucaristía que presidió ante alrededor de 10.000 vecinos e inmigrantes en una explanada de La Arena de la isla: «''Inmigrantes muertos en el mar, por esas barcas que, en lugar de haber sido una vía de esperanza, han sido una vía de muerte''. Así decía el titular del periódico. Desde que, hace algunas semanas, supe esta noticia, desgraciadamente tantas veces repetida, mi pensamiento ha vuelto sobre ella continuamente, como a una espina en el corazón que causa dolor. Y entonces sentí que tenía que venir hoy aquí a rezar, a realizar un gesto de cercanía, pero también a despertar nuestras conciencias para que lo que ha sucedido no se repita».
La segunda razón es la carta que le escribió el párroco de la isla, Stefano Nastasi, quien le pidió que los visitara con un emotivo texto en el que cuenta que los habitantes de Lampedusa se sienten los «últimos geográficamente», pero los «primeros en solidaridad», pues comparten el «extremo malestar» de los inmigrantes que arriban a Lampedusa perdiéndolo todo: «La patria, la familia, la dignidad, el nombre».
Francisco quiso que en la visita no hubiera un desfile de autoridades, por lo que sólo estuvo presente la alcaldesa de la la isla, Giusi Nicolini.
Símbolos de humildad para el Papa de los más desfavorecidos
El altar
Un viejo bote de pesca de madera sirvió como altar para celebrar la misa. Con él se pretendió recordar tanto a inmigrantes como a pescadores.
La cruz
Francisco utilizó una pieza pintada a mano que fue recuperada de un naufragio. Sus materiales concuerdan con la llamada a la pobreza hecha por Francisco.
El cáliz
La copa utilizada durante la ceremonia fue fabricada por Franco Tuccio, un carpintero italiano. Utilizó madera extraída del bote de pesca que sirvió como altar.
El atril
Tres piezas de timón de barco (dos palas verticales y una rueda) le sirvieron al artesano Tuccio para la creación del atril.
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