Iglesia Católica
La Iglesia abre la puerta a estudiar caso por caso la comunión de los divorciados
El Sínodo de la Familia concluyó ayer tras tres semanas de reuniones. Los 94 puntos del documento consiguieron al menos dos tercios de los votos. Francisco, en su discurso final, aseguró que las opiniones se expresaron «libremente», pero también con métodos «no del todo benévolos»
La primera institución de la Santa Sede que reformó Francisco a los pocos meses de ser elegido Papa fue el Sínodo de los obispos. Quería que pasara de ser un espacio de debate estéril para convertirse en una auténtica asamblea de prelados de todo el mundo en la que afrontar los grandes problemas de la Iglesia. El mayor de estos retos es cómo responder al cambio social que vive la familia en la actualidad para seguir siendo el mejor lugar para transmitir la fe católica.
Por eso Jorge Mario Bergoglio decidió que el reformado Sínodo dedicara dos convocatorias centradas en la familia, la que se celebró en octubre del año pasado y la que concluyó ayer con la aprobación del documento final por parte de los 270 cardenales, obispos y sacerdotes participantes. Todos sus 94 puntos consiguieron al menos dos tercios de los votos, lo que supone un indudable éxito para el Papa en una asamblea marcada por varios escándalos externos y en la que un sector de la jerarquía eclesiástica trató de ponerle palos en las ruedas a su proyecto de reforma.
Francisco sale reforzado de estas tres semanas de deliberaciones. Y eso que concluyen sin encontrar «soluciones exhaustivas a todas las dificultades y dudas que desafían y amenazan a la familia», como reconoció él mismo en su discurso de clausura de la asamblea. «Se han puesto dichas dificultades y dudas a la luz de la fe, se han examinado atentamente, se han afrontado sin miedo y sin esconder la cabeza bajo tierra».
Este tiempo ha servido para que la Iglesia «se ensucie las manos» al discutir sobre la familia para sacudir las «conciencias anestesiadas» y dejar al descubierto «los corazones cerrados». No pasó por alto el Papa en su discurso los episodios difíciles vividos durante el Sínodo, en el que las opiniones se han expresado «libremente», pero en ocasiones también con métodos «no del todo benévolos». Este encuentro también ha propiciado una mejor comprensión de que «los verdaderos defensores de la doctrina no son los que defienden la letra, sino el espíritu; no las ideas, sino el hombre».
Pese a estos escollos, la asamblea ha superado tanto la «hermenéutica conspiradora» como las perspectivas cerradas a la hora de «defender y difundir la libertad de los hijos de Dios». Trataba de cumplir así con «el primer deber de la Iglesia», que para Bergoglio no es «distribuir condenas o anatemas sino proclamar la misericordia de Dios, llamar a la conversión y conducir a todos los hombres a la salvación del Señor».
Como podía esperarse, el texto tiene su punto crítico en el acceso a la comunión para los divorciados vueltos a casar. El punto que trata su situación es el que menos apoyos logró: obtuvo 178 votos a favor y 80 en contra. El documento final bebe de la exhortación apostólica «Familiaris Consortio» de San Juan Pablo II y aboga por estudiar cada caso por separado. Pide a los sacerdotes que acompañen a las personas interesadas en volver a comulgar en un camino de reflexión interior en el que deben examinar cómo se comportaron con su anterior pareja, con los eventuales hijos y qué consecuencias puede tener su readmisión a los sacramentos en la comunidad cristiana.
«Una reflexión sincera puede reforzar la confianza en la misericordia de Dios, que no se niega a nadie», dice el texto, que logra un equilibrio entre los que pedían una mayor apertura y quienes esperaban que la respuesta pastoral no evolucionara. El cardenal austríaco Christoph Schönborn, arzobispo de Viena, explicó que sobre este asunto no había una postura «blanca o negra, un sí o un no», y que la palabra clave es «discernimiento». Otro purpurado, el brasileño Raymundo Damasceno Assis, arzobispo de Aparecida, reiteró que «cada situación es propia». Los divorciados vueltos a casar han de tratar primero de «integrarse en la vida» de la comunidad cristiana y participar en su día a día. Los sacerdotes conseguirán tener así «un mejor contacto con su situación y podremos acompañarles mejor, haciendo un discernimiento que puede llevar a una comunión plena con la Iglesia».
El documento final pasa de puntillas sobre el otro asunto espinoso del Sínodo, la postura de la Iglesia ante la homosexualidad. Rechaza la equiparación entre el matrimonio y las uniones gais y pide una mayor atención a la comunidad cristiana en el acompañamiento de las familias en las que vive un homosexual. También recuerda que toda persona debe ser respetada con independencia de cuál sea su tendencia sexual.
Los padres sinodales aseguran que los trabajos se desarrollaron con un gran espíritu de comunión, aunque, de puertas afuera, la asamblea ha estado marcada por tres escándalos. «Ha habido continuos intentos por desestabilizar el Sínodo y hacer ver que estaba enfrentado al Papa. Sólo una minoría estaba al principio opuesta a la voluntad del Santo Padre por reformar algunos puntos de la pastoral dejando siempre la doctrina sin tocar», explica un estrecho colaborador de Francisco.
El primero de estos terremotos lo protagonizó, el día antes de que comenzara la asamblea, un sacerdote polaco que trabajaba en el Vaticano, Krzysztof Charamsa, al anunciar su homosexualidad y presentar a su novio. Una semana después llegó la segunda sacudida con la carta de varios cardenales que denunciaban al Papa la supuesta voluntad de la asamblea por llegar a conclusiones decididas de antemano. En una sorprendente declaración, Francisco pidió perdón por los escándalos a mitad del Sínodo, aunque sin detallar a qué episodios se refería. La última polémica saltó el pasado miércoles cuando un diario italiano aseguró que Bergoglio sufría un tumor benigno en el cerebro, una información desmentida de forma rotunda por el Vaticano y que diversas fuentes consideraron un intento más por desestabilizar al Papa.
El documento final no fue el único texto con el que concluyó el Sínodo. Hubo también una declaración en la que la asamblea lamenta la situación que viven hoy Oriente Medio, África y Ucrania. «La paz en Oriente Medio no se busca con opciones impuestas por la fuerza, sino con decisiones políticas que respeten las particularidades culturales y religiosas de cada nación y de las diversas realidades que las componen», pidieron los padres sinodales, proponiendo «diplomacia, diálogo y derecho internacional» como herramientas para intentar acabar con estos conflictos.
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