Francia
La maldición del veto
En apenas dieciséis meses se vivieron cuatro elecciones en la Sede de Pedro
En la larga historia de la Iglesia nos encontramos con periodos en los que durante más de un cuarto de siglo no ha habido ningún cónclave y con coyunturas en las que en menos de año y medio se celebraron cuatro cónclaves distintos. Esto es lo que sucedió entre el 15 de septiembre de 1590 y el 30 de enero de 1592. Urbano VII, Gregorio XIV, Inocencio IX y, finalmente, Clemente VIII (1592-1605) fueron los papas que en apenas dieciséis meses fueron elegidos en cuatro cónclaves diferentes.
Ninguno de estos cónclaves se parecen lo más mínimo. Más aún, su reiteración fue aprovechada por los monarcas de la época para introducir algunas novedades que se mantuvieron en pie durante siglos. El primero de estos cuatro cónclaves, del que salió elegido Urbano VII, no presentó especiales dificultades. El elegido, el cardenal Castagna, gozaba en el momento de su elección de buena salud; sin embargo, una repentina malaria, provocada por las altas temperaturas del prolongado verano romano, hizo que el nuevo Papa, incapaz de reconciliar el sueño durante los trece días que vivió como tal, muriese sin ser consagrado Papa.
Los problemas vinieron en el siguiente cónclave, el conclave en el que fue elegido Gregorio XIV y en el que se impuso el derecho de veto. Dicho cónclave no pudo empezar peor. Los emisarios de Felipe II presentaron a los cardenales dos listas: una en la que quedaban excluidos los nombres de treinta cardenales que bajo ningún concepto serían aceptados por el rey de España; otra, en la que se proponían siete nombres sobre los que tendría que caer la elección del nuevo Papa. Los cincuenta y dos miembros del cónclave se decantaron por la segunda lista. El veto era introducido en la elección del Papa. Con el veto se ponían de manifiesto: la fragilidad institucional del colegio cardenalicio, la reaparición del cesaropapismo así como la supuesta, nunca real, equiparación del papa con los monarcas absolutistas. La debilidad de Gregorio XIV frente a los intereses de los Austrias y su acrimonia ante el nuevo rey de Francia, Enrique IV, internacionalizaron las divisiones del colegio cardenalicio y condicionaron su propia libertad.
Con todo, Gregorio XIV y sus sucesores, conscientes de las consecuencias negativas que el veto suponía para la libertad de la Iglesia, trataron de zafarse de él. Nombraron distintas comisiones para revocar el veto, pero los intereses del colegio cardenalicio lo estorbaron y lo retrasaron cuanto pudieron. Andando el tiempo, en 1621 el Papa Gregorio XV, elegido en el cónclave de dicho año, promulgó por medio de la bula «Aeterni Patris» un decreto por la que se estipulaba que el voto de los cardenales en los cónclaves debía ser secreto, que para ser elegido papa se necesitaba una mayoría de dos tercios, que la elección sólo se llevaría a cabo cuando el local donde se votaba se hubiese cerrado y que previamente todos los cardenales hubiesen comulgado en la misa inaugural.
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