Valencia

Las clarisas abandonan el Convento de la Trinidad de Valencia después de cinco siglos

La comunidad de religiosas de la orden de las Franciscanas Clarisas del monasterio de la Trinidad de Valencia, recayente a la calle Alboraya, dejarán el monasterio en los próximos días para incorporarse al de La Puridad, de la misma orden religiosa, según ha informado el vicario episcopal para la Vida Consagrada del Arzobispado de Valencia, José María Ciller.

Se trata de cuatro religiosas, de avanzada edad, una de ellas ciega, "que abandonarán el convento por falta de vocaciones, después de cinco siglos de presencia y labor, y porque ya no podían llevar un ritmo normal en la vida de su comunidad", explica el Arzobispado en un comunicado.

No obstante, el monasterio de la Trinidad de Valencia, ubicado en la Plaza de la Trinidad, 13, acogerá próximamente un nueva orden de religiosas también de vida contemplativa "que todavía está por determinar", según Ciller.

"Nos encontramos en un periodo de transición", ha precisado este portavoz, que ha agregado que "lo que sí se puede asegurar es que la vida contemplativa seguirá en el monasterio de la Trinidad y que será custodiado por religiosas como fue su origen en su fundación".

Así, la comunidad de religiosas de la Trinidad, "tras haber sido consultada la Santa Sede", pasará al convento de La Puridad y San Jaime, ubicado en la calle Convento de la Puridad, 4, "dada también su proximidad y la similitud de entornos". Del total de cuatro religiosas, "tres se incorporarán en los próximos días y otra hermana ha pedido permiso para atender a su madre que tiene 90 años y está muy enferma", según Ciller.

El Monasterio de la Trinidad fue fundado en 1242 como convento y hospital y desde el año 1444 estaba ocupado por religiosas clarisas, según dispuso la Reina María, esposa de Alfonso el Magnánimo.

Según José María Ciller, "la perspectiva cristiana con la que hay que mirar este tipo de acontecimientos"es la misma que Juan Pablo II señaló en un documento sobre la vida consagrada en el que apuntaba que "en la vida de la Iglesia hay un germinar, un aparecer de distintos institutos, y monasterios: unos siguen adelante en un proceso abundante de vocaciones y en otros casos por circunstancias concretas desaparecen".

Por eso, "nuestra actitud tiene que ser la de un realismo cristiano en el que nos guíe la fe, en esta providencia divina".