Catolicismo

Perdón y dignidad

Perdón y dignidad
Perdón y dignidadlarazon

Desde mi llegada a Bogotá vi la ilusión con la que los colombianos esperaban este viaje. Saben que quien los visita no es uno más, es el Sucesor de Pedro que viene a anunciar lo que Jesús dijo en los comienzos de su misión y quiere seguir diciendo hoy. Con qué fuerza y cariño se apiñan en las calles, miran al Papa Francisco, quieren tocar sus manos y su sotana, que les hable y les dé al Señor.

Estos días me ha impresionado la gran presencia de jóvenes y su entusiasmo por escuchar al Pontífice, quien, una vez más, los alentó con convicción: «No os dejéis robar la alegría y la esperanza». Y les pidió que enseñaran a perdonar a los mayores. Con muchos más años y mucho sufrimiento a sus espaldas por la guerra, ¡con qué cara de alegría escuchan estos últimos al Papa cuando habla de paz, de perdón y de dignidad, y los anima a construir la cultura del encuentro!

Me resuena también especialmente el recordatorio que el Papa Francisco dirigió a los obispos colombianos: «Cristo es la palabra de reconciliación escrita en sus corazones y tienen la fuerza de poder pronunciarla en el corazón de las personas»; así como su petición al resto de prelados del continente americano: hay que salir siempre en compañía de Jesús y, en los caminos donde están los hombres, «hacer tangible la pasión de Dios por sus hijos».

¡Qué claridad en sus gestos y palabras! Nunca agradeceremos lo suficiente tener a este hombre de Dios que nos acerca el Evangelio: «Sois sal de la tierra y luz del mundo». Se nos tiene que distinguir no por palabras bonitas o discursos muy elocuentes, sino por las obras que hagamos para dar sabor nuevo a este mundo y una luz diferente. El Sucesor de Pedro nos invita a transformar una humanidad que deja en la orilla a muchos; tenemos que comenzar nosotros aquí y ahora.

Gracias, Papa Francisco, por hablarnos al corazón y por ponernos a todos los cristianos en la dirección que un discípulo misionero debe tener. Nos recuerda que debemos ofrecer alivio a quienes encontremos en el camino, es decir, reconocer siempre al otro e incluso buscarlo como hijo de Dios y hermano. Tenemos que dar consolación y vendar las heridas no en falso, sino después de lavarlas y aplicar el aceite necesario para que cicatricen y cierren. De tal manera que vean y oigan a Cristo a través de nosotros.