Iglesia Católica
Purpurado de la misericordia
Desde ayer don Carlos Osoro, arzobispo de Madrid, es cardenal. Pasa a formar parte de ese secular senado del Sucesor de Pedro con el que éste puede mirar, discernir y actuar para que la Iglesia en toda su catolicidad –es decir, universalidad– pueda cumplir su misión. El cardenal Osoro no sólo es sucesor de los apóstoles para que la Iglesia particular que le ha sido confiada (Madrid) sea apostólica, fiel al legado de la fe y al servicio del Reino de Dios en este espacio y en este momento de la historia; sino que además es miembro de un colegio cuyo consejo al Papa Francisco ayude a la Iglesia a ser dócil al Espíritu Santo. Y por tanto dispuesta continuamente a reformarse, convertiste y entregarse al hombre de hoy, como hospital de campaña en medio de todas las angustias y tristezas, y de todas las alegrías y las esperanzas de los hombres.
Bien sabe el Pontífice que con su «obispo peregrino» español cuenta con un aliado convencido y entusiasta para hacer una Iglesia que desde donde sale el Sol hasta el ocaso celebre la liturgia de la humildad y la sencillez, la pobreza y la caridad, la paz y la unidad. Porque si algo es Carlos Osoro, en su personalidad y en su ministerio, es humilde, sencillo, pobre y caritativo. Pero sobre todo fructificador de reconciliación, de comunión, y de alegre pasión por la misión evangelizadora que es lo único que le debe de importar a la Iglesia de hoy.
Y aunque precisamente hoy el Papa Francisco clausura el Año de la Misericordia, con hombres como Carlos Osoro en el colegio cardenalicio, predispone una Iglesia cada día menos tentada por las seguridades del poder y más convertida a la arriesgada y provocativa misericordia.
*Sacerdote y periodista
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