El sucesor de Benedicto XVI
Retrato del Papa que todos quieren
Hombre de Gobierno, buen pastor, teólogo. Y también mensajero de la fe y la moral de la Iglesia
El Papa perfecto ya existió. Fue Jesucristo. Él es el modelo que debe intentar imitar no sólo aquel que lleva sobre sus hombros la carga y la responsabilidad de ser su vicario en la tierra, sino todo bautizado. Para ser como Él, aquel al que elija esta semana el colegio cardenalicio, deberá ser ante todo alguien que luche con todas sus fuerzas por ser santo. Esa santidad no supondrá –en el caso de un hombre– la perfección absoluta, pues esa sólo la tiene Dios; pero sí implicará un honesto y tenaz esfuerzo por imitar al Santo entre los Santos, Cristo. En segundo lugar, tendrá que parecerse al Señor en su capacidad de ser un buen pastor, es decir en su
empeño por defender a las ovejas del ataque de los lobos –y se las defiende, por ejemplo, manteniendo íntegro el mensaje de la fe y de la moral que la Iglesia ha custodiado con gran esfuerzo durante casi dos mil años–; este buen pastor deberá también estar dispuesto a cargar sobre sus hombros a las ovejas heridas por las luchas de la vida, haciendo todo lo posible por curarlas, tratándolas con misericordia, como corresponde al representante en la tierra del Dios que es la Divina Misericordia. Deberá además salir en busca de la oveja perdida, tanto de aquella que aún mantiene la fe pero ya no la practica, como de la que se alejó definitivamente de la casa del Padre; no deberá olvidar tampoco a esas otras ovejas que andan sin pastor, errantes, en parte porque nunca han oído hablar de Cristo. Naturalmente este Papa tendrá que ser también un hombre de gobierno, capaz de tomar decisiones que puedan parecer impopulares a los medios de comunicación, pero que sean coherentes con la doctrina del Divino Maestro. Y si, además, es experto en Teología y sabe comunicar lo que lleva en su mente y en su corazón, podríamos afirmar que la elección que hagan los cardenales ha sido la perfecta. Nosotros aún no conocemos quién será, cómo se llamará, de qué país vendrá o cual será el color de su piel. No lo saben ni siquiera los cardenales que lo elegirán. Pero hay alguien que sí lo sabe: el Espíritu Santo. Él lo llamó por su nombre hace años y lo ha preparado para este momento. El Papa perfecto, después de Cristo, ya está entre nosotros. Falta poco para conocerlo.
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