Roma

Sereno, humilde, cercano

La Razón
La RazónLa Razón

Una noticia que sobrecoge. De profundo calado social y sobre todo espiritual. Para los millones de creyentes de todo el mundo, para los católicos, la persona que representa nuestro liderazgo moral acaba de decidir que cree conveniente dar por finalizado su papado. La muerte, ese paso insoslayable de todo ser humano, se ha fijado como el límite temporal de la vigencia del trabajo al servicio de la Iglesia y de los hombres de todo Papa. Benedicto XVI, libremente, sin ataduras de ningún tipo, ha creído llegado el momento de poner en marcha el milenario mecanismo de elección del Obispo de Roma. Con respeto, con devoción y con un profundo sentimiento de agradecimiento por su apostolado, asumimos su decisión. Pensada, meditada y seguro que elaborada con profundo recogimiento personal en oración. Su elección se produjo en medio del legado más fructífero de los últimos siglos. El legado del Beato Juan Pablo II. Alemán, culto, sereno, estudioso, docto, humilde, cercano, Benedicto XVI deja una impronta de fuerza y carácter en constante transmisión de un mensaje eterno de esperanza para el mundo y para la Iglesia. Los valencianos disfrutamos de su primera visita papal a España, en aquellas Jornadas de la Familia que han dejado una huella indeleble. Valencia vivió uno de los momentos más importantes de toda nuestra historia con su presencia y con su palabra. Fue recibido por una inmensa multitud de fieles, que tuvo en la Vigilia y en la Misa del Domingo los momentos más universales, el Papa escuchó y habló a todas las familias del mundo. Y en la Basílica de la Virgen de los Desamparados y en la Audiencia de SS MM Los Reyes en el Palau de la Generalitat, la vocación más íntima de compromiso con nuestra tierra y con las señas que nos identifican a lo largo de la historia. Posiblemente el momento más emotivo fue su oración ante la estación de Metro de Jesús por las víctimas y sus familiares del trágico accidente de metro. Y el más particular, el paseo por nuestras calles transmitiéndonos que el sucesor de Pedro reza por todos nosotros y pide por nuestro presente y por nuestro futuro. Un hombre único. Una tarea excepcional. Es la viva imagen que quedará de quien ha servido a la Iglesia en todos los ámbitos de su propia existencia, incluida la renuncia por entender que la Iglesia es mucho más que él mismo. Los españoles tenemos la enorme suerte de compartir con millones de personas la íntima relación a través de nuestra religión mayoritaria la universalidad del mensaje evangélico. Es emocionante saber que hay compatriotas llevando el mensaje de la Iglesia por todos los rincones del planeta. Es emocionante descubrir el legado de tantos compatriotas a lo largo de los siglos que fueron llegando hasta el límite del mundo conocido, llevando la palabra de Dios y con el mejor de los ánimos convirtiendo al cristianismo, como primera premisa de presencia de nuestro país, en cualquier continente. Por eso en España un acontecimiento como éste no es sólo una noticia de gran importancia, sino un momento para que los creyentes recemos por esta concreta intención del Papa, la de en vida dar paso a otro tiempo de apostolado y, por quién en los próximos días asuma la enorme tarea de sucederle, para guiarnos hacia un mundo mejor de paz y de esperanza.