El pontificado de Francisco
Los 34 obispos de Chile ponen su cargo a disposición del Papa
Política de tolerancia cero contra los abusos Francisco tendrá que decidir qué renuncias acepta. Dice sentir «vergüenza» por la destrucción de pruebas y pide vigilar más de cerca los seminarios
Política de tolerancia cero contra los abusos Francisco tendrá que decidir qué renuncias acepta. Dice sentir «vergüenza» por la destrucción de pruebas y pide vigilar más de cerca los seminarios.
Tres días de reuniones con el Papa Francisco en el Vaticano han bastado para que el pleno del episcopado chileno haya presentado su renuncia al Pontífice por el escándalo de pederastia que ha sacudido al país. Ahora será Francisco quien decida qué renuncias acepta.
Algunos prelados chilenos están acusados de proteger al sacerdote Fernando Karadima, quien fue hallado culpable y condenado en 2011 por los abusos cometidos contra varios menores. Karadima fue considerado durante mucho tiempo un auténtico líder espiritual, moviéndose en las clases altas de la sociedad chilena y como párroco de una de las iglesias de las zonas ricas de la capital.
De forma inédita en la historia de la Iglesia, los obispos comunicaron ayer su renuncia masiva en una rueda de prensa en la que el Secretario General del episcopado de Chile, Fernando Ramos y el obispo de San Bernardo, Juan Ignacio González Errázuriz, hicieron un balance de las reuniones con Francisco. En una nota de prensa, los obispos de Chile agradecen al Pontífice su «escucha de Padre y corrección fraterna» al tiempo que piden perdón a las víctimas y aplauden su «valentía» y «perseverancia». La segunda parte del comunicado se centra, precisamente, en su renuncia y en el deseo de que la Iglesia en Chile sea renovada. «Queremos anunciar que todos los obispos presentes en Roma, por escrito, hemos puesto nuestros cargos en las manos del Santo Padre para que libremente decida con respecto a cada uno de nosotros», detallaron.
Los prelados reconocen que estos días «han sido un hito dentro de un proceso de cambio profundo, conducido por el Papa Francisco» y expresan, además, el deseo de querer «contribuir a la reparación del daño».
Tras reiterar sus disculpas a las víctimas, Francisco les envió una carta privada que ha sido filtrada a la Prensa y en la critica la «insuficiente atención pastoral prestada hasta el momento a todos los que se han vuelto envueltos en una causa canónica de delicta graviora –delitos más graves–» y asegura que es «urgente abordar y reparar» el escándalo. A este respecto, Bergoglio defiende que hay que ir más allá de «los casos concretos» de abusos en el seno de la Iglesia y «ahondar en buscar las raíces y las estructuras que permitieron» los hechos. En la misiva también critica que algunas denuncias nunca se investigasen o se hicieran tarde, que a algunos acusados se les trasladase de parroquia y permitiera seguir en contacto con niños. Asegura sentir «vergüenza» por la destrucción de documentos comprometedores al tiempo que reconoce que hay que vigilar más de cerca los seminarios.
Este escándalo de pederastia ha llevado a la Iglesia chilena a una de las mayores crisis. El prestigio de la institución que preside Francisco ha quedado por los suelos y ahora los católicos chilenos son una minoría. Este desapego del catolicismo en Chile quedó de manifiesto durante el viaje que el Papa realizó el pasado en enero, cuando se sucedieron las críticas contra él por no haber sido más contundente contra la pederastia. Francisco, a su llegada al país, pidió perdón y dijo sentir vergüenza por lo ocurrido, pero poco antes de continuar su viaje a Perú, realizó unas declaraciones en las que apoyaba al obispo de Osorno, Juan Barros, discípulo de Karadima y principal acusado de encubrir los abusos. Las palabras del Papa levantaron una enorme polvareda que ha permanecido en el aire hasta hoy. De regreso a Roma y cuestionado por este asunto, argumentó que no existían pruebas concretas contra Barros y pidió que las víctimas se pusieran a disposición del Vaticano para revelar sus testimonios e iniciar una investigación a fondo de lo sucedido.
Dicho y hecho. Algunas víctimas se mostraron dispuestas a contar los abusos sufridos, y Francisco envió a escucharles a Charles Scicluna, arzobispo de Malta y uno de las principales figuras del Vaticano en la lucha contra la pederastia. El prelado elaboró un informe de 2.300 páginas en el que diferentes víctimas relataban los horrores sufridos. En el documento también explicarían que el obispo Barros conocía los abusos y no hizo nada para impedirlos, pues en aquellos años era un fiel amigo de Karadima y trabajaban juntos.
Francisco tomó cartas en el asunto. Escribió una misiva dirigida al episcopado convocándoles a Roma y prometiendo acciones urgentes. Hasta la capital italiana llegaron el lunes 34 obispos. Allí, reconocieron sentir «dolor y vergüenza» por lo acontecido y reconocieron la incompetencia del conjunto del episcopado por no llegar hasta el fondo de la cuestión y no estar al lado de las víctimas.
Sobre la figura de líder espiritual de Karadima, el Papa también advierte en su carta de la «psicología de élite» porque «termina generando dinámicas de división, separación, círculos cerrados que desembocan en espiritualidades narcisistas y autoritarias en las que, en lugar de evangelizar, lo importantes es sentirse especial, diferente de los demás». En definitiva, clama contra el «mesianismo, elitismos, clericalismos» pues «son todos sinónimos de perversión en el ser eclesial».
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