Benedicto XVI
Un empeño por renovar la Iglesia
Tras los últimos acontecimientos de incertidumbre y emoción ante la elección del nuevo Papa Francisco, dirigimos una mirada retrospectiva a lo que ha sido y sigue siendo el legado vivo y actual de su predecesor. Desde las primeras palabras pronunciadas en San Pedro aquel 19 de Abril de 2005 hasta el día en que decidió poner fin a su pontificado, Benedicto XVI se ha presentado como el siervo, el discípulo, «un simple y humilde trabajador de la viña del Señor». En su renuncia hemos visto un gesto humano que ha sido acogido con sorpresa y nostalgia, pero también con esperanza. La misma que ha sabido transmitir en sus últimos discursos e intervenciones. Siendo consciente de sus límites, de la disminución de sus fuerzas físicas y espirituales, él mismo preparó la transición e instruyó a los fieles en la comprensión de los sucesos con un marcado significado teológico, eclesiológico y espiritual.
Cooperador de la Verdad. Con la firmeza que le caracterizaba en sus convicciones para afrontar los desafíos de unos tiempos azarosos, sirvió a la verdad y cooperó con ella conforme rezaba el lema de su escudo arzobispal y cardenalicio, haciendo de la humildad una constante. Su empeño por renovar la Iglesia apelando a la santidad de sus miembros le llevó a enfrentarse directamente con episodios desagradables y sombríos males que fue necesario erradicar.
Opositor a la dictadura del relativismo. Su crítica constante al relativismo pretendió sentar las bases de un reencuentro con la ley natural inscrita en el corazón de todo hombre, para reconocer lo que es justo y para distinguir entre el bien y el mal.
n Impulsor del respeto a la Creación. En sintonía con las maravillas de la naturaleza, recordó que el hombre puede utilizar responsablemente los recursos naturales para satisfacer sus necesidades legítimas, pero siempre «respetando el equilibrio inherente a la creación misma».
Alentador en medio de la crisis. En su tercera encíclica «Caritas in Veritate», compartió su preocupación por la crisis y se dirigió a los representantes de las naciones alertándoles de los excesos del capitalismo y la necesidad de promover unos valores que logren un desarrollo humano integral.
Promotor del diálogo interreligioso. Partiendo de lo que es común a todo hombre, como el deseo del amor, la necesidad de luz y verdad, fomentó el diálogo con otras religiones, considerando como elemento de unidad el deseo de Dios en todo hombre.
Defensor de la paz como fruto de la justicia y consecuencia de la caridad. Los pensamientos, palabras y gestos de paz originan una cultura de la paz. Y por ello, no sólo la tolerancia puede responder a esta exigencia, sino que debe promoverse una educación en la paz.
Iniciador de la Nueva Evangelización. Abordó el secularismo exhortando a eliminar todo aquello que puede degradar las relaciones humanas y a potenciar el anuncio del Evangelio para construir un futuro mejor. Por eso convocó el Año de la Fe: para recuperar la realidad de una Iglesia cercana, de vida y plenitud al servicio de la sociedad inmersa en un desierto y un vacío de sentimientos que debe retornar a Dios.
En el transcurso de apenas una semana se han escuchado voces un tanto temerarias que pretenden comparar la actividad y el Magisterio de Benedicto XVI con los signos externos y visibles de los primeros días del nuevo Pontificado, describiendo así un elenco de acentuadas diferencias que parecen empañar el agradecimiento al Papa emérito. La coherencia cristiana debe conducir al reconocimiento de que, por encima de todo, ambos fueron elegidos para una misión común en dos épocas independientes, donde la unidad se manifiesta como el eje central que vincula la consagración de sus vidas al servicio de un solo Señor, la profesión de una sola fe y el amor a una misma Iglesia.
✕
Accede a tu cuenta para comentar