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Juan Pablo II

Un «enemigo» del KGB soviético

Juan Pablo II se dirige a la multitud desde la Catedral de Cracovia en julio de 1967, tras ser nombrado cardenal
Juan Pablo II se dirige a la multitud desde la Catedral de Cracovia en julio de 1967, tras ser nombrado cardenallarazon

El 13 de mayo de 1981 Ali Agca disparaba contra Juan Pablo II en una Plaza de San Pedro repleta durante una de las audiencias de los miércoles. El Obispo de Roma sufría un atentando a bordo del Papamóvil. Las sospechas sobre las causas del ataque que pudo costarle la vida fueron muchas. Entre ellas, siempre planeó la posibilidad de que la KGB estuviera detrás, tesis que nunca se ha podido confirmar al cien por cien. Y eso que, en 2006, la comisión creada por el parlamento italiano sobre el llamado «caso Mitrojin», sobre los espías que trabajaron para la organización, aseguró que detrás del atentado sí estaba el servicio militar soviético, relanzando la que se conoció como la «pista búlgara». Ésta se sustenta en la idea de que los servicios secretos del país estuvieron implicados. La CIA también habría llegado a la misma conclusión, apuntando a agentes búlgaros, apoyados por el Kremlin, como los inspiradores de lo sucedido aquella mañana. A fecha de hoy, continúa siendo una hipótesis, mientras que aquel que apretó la pistola continúa cumpliendo condena en una cárcel de Turquía por otro asesinato, con el perdón del próximo santo de la Iglesia católica.

Con pocas claves para resolver esta incógnita, a una semana de la canonización de Juan Pablo II, se da a conocer que la KGB le siguió los pasos mucho antes de que llegara a la sede de Pedro el 16 de octubre de 1978. En concreto, la entidad recopiló hasta 1977 porque pasó a convertirse en «un enemigo del sistema». Karol Wojtyla no siempre fue un elemento incómodo. Cuando fue promocionado como arzobispo de Cracovia en 1963, la Policía secreta apenas le hizo caso tras unos informes preliminares en el que le consideraban un poeta y, como mucho, un soñador político. Pero la cosa fue a más cuando su presencia en Roma se hizo más significativa. El mero hecho de poder abandonar el país y dar detalles de lo que allí ocurría al exterior le convertía en una figura incómoda. Así, según los últimos documentos desvelados, Polonia se convirtió en 1971 en objetivo de una de las campañas de información soviéticas más ambiciosas: la llamada «Operación Progress».

Una «tapadera»

Al constatar que la Iglesia daba cobijo y apoyaba a quienes organizaban las protestas contra el régimen, los controles comenzaron y el cardenal de Cracovia era una de las personas a quien había que vigilar de primera mano. De esta manera, la KGB designó a uno de sus agentes más experimentados, Gennady Bliablin, a quien le ordenaron que se hiciera pasar por un fotógrafo alemán que haría un seguimiento de la labor social y los problemas que se encontraba la Iglesia en un estado totalitario. Se planteaba como la tapadera perfecta para seguir a Wojtyla.

Con el paso del tiempo, el fotógrafo no fue el único infiltrado. Desde Moscú, se envió a través de París a un escritor y periodista que entraría en contacto con el entonces secretario personal del cardenal, el padre Andrzejem Bardeckim. No pudo obtener mucha información sobre el papel de Wojtyla, pero a través de la mediación del sacerdote, el falso reportero de Occidente se puso en contacto con la oposición anticomunista.

Ellos eran la cabeza visible de todo un equipo que elaboró un documento entre 1973 y 1974: el llamado «Infome sobre la observación del cardenal», con argumentos para haber sentado al entonces arzobispo ante un tribunal aplicándole el artículo 194 del Código Penal, por el cual se le acusaría del «desempeño de otras funciones rituales o religiosos que abusan de la libertad de conciencia y de religión». De haber sido juzgado y condenado, le podrían haber caído hasta diez años de misión. ¿Las pruebas que presentaban? El servicio de seguridad puso de relieve los contactos que Wojtyla mantenía con el Comité de Defensa de los Obreros.

Pero decidieron no mover ficha, aunque el seguimiento se acrecentó. En 1977, después de seis años de recopilar información directa de amigos del cardenal, la KGB llegó a la conclusión de que se había convertido en alguien «peligroso para el sistema». ¿El motivo? El impacto ideológico que suponía que, alguien como él, estuviera al frente de la Iglesia polaca. Aun así, decidieron no intervenir. Lo que menos se imaginaban los servicios secretos era que en el cónclave para buscar sucesor a Juan Pablo II, su «enemigo» sería el elegido. Fue una sorpresa. Wojtyla se convertía en el pastor de la Iglesia universal y por mucho que el embajador soviético Boris Aristov utilizara el término «extremista anticomunista» para referirse a él en un informe al Politburó, ya era tarde para frenarle.

Nada impidió que se convirtiera en el gran impulsor de una Polonia democrática y su influencia fuera clave para agrietar el bloque comunista y ser testigo de la caída de los regímenes comunistas del este.