Juan Pablo II

Un Papa abierto al mundo

Josep A. Duran Lleida / Presidente de Unió

La Razón
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No es fácil resumir en unas líneas el inmenso legado que el Santo Padre Benedicto XVI nos deja hasta el momento de su renuncia, decisión que comprendo y respeto. Ha diagnosticado como pocos intelectuales las causas de la debilidad de las actuales sociedades occidentales. Siendo cardenal Ratzinger, apuntó en la presentación de la encíclica «Fides et Ratio» de su predecesor Juan Pablo II (1998) que «la situación actual se caracteriza en su raíz por dos factores: la separación, llevada al extremo, entre fe y razón y la eliminación del problema de la verdad –absoluta e incondicional– del ámbito de la investigación propia de la cultura y del conocimiento del hombre...». Ha justificado y fundamentado convincentemente la compatibilidad y complementariedad entre fe y razón. En su reivindicación de la verdad y preocupado por la difusión del relativismo, coincidió con el entonces presidente del Senado italiano, Marcello Pera, y con el filósofo alemán Jürgen Habermas, con los que mantuvo apasionantes debates en 2004 y 2001, respectivamente. Unánimemente reconocido como un gran intelectual, pudo sorprender el tema elegido para su primera encíclica, «Deus Caritas Est» (Dios es Amor). En su introducción afirma que «en un mundo en el cual a veces se relaciona el nombre de Dios con la venganza o incluso con la obligación del odio y la violencia (...), en mi primera Encíclica deseo hablar del amor, del cual Dios nos colma, y que nosotros debemos comunicar a los demás». Sorprende que se haya pretendido tildar de fundamentalista e intolerante a quien afirma que «los cristianos no pretendemos imponer a los demás de manera autoritaria la fe, que sólo puede ser transmitida en libertad». Ha sido, pues, un claro promotor del diálogo con los no creyentes, a través de su iniciativa del «Atrio de los Gentiles», pero también de la Nueva Evangelización a través de la creación de un Consejo Pontificio. Un político socialcristiano, como es mi caso, no puede olvidar una de sus conclusiones en «Cristianismo y Política»: «No es en la ausencia de toda conciliación, sino en la misma conciliación donde está la moral de la actividad política». Finalmente, Benedicto XVI es un exponente claro de la Iglesia Universal, encarnada en cada una de sus comunidades particulares, como reflejó el hecho de que en la misa de consagración del Templo Expiatorio de la Sagrada Familia se utilizasen el latín, el catalán y el castellano.