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Una vida como adalid de la ortodoxia católica

Nacido en Alemania, el primer Papa del siglo XXI se ha significado por la salvaguarda de la pureza del dogma católico y la renovación de la liturgia

El entonces cardenal alemán Joseph Ratzinger saludando al papa Juan Pablo II durante una reunión con la Curia en el Vaticano en 2005
El entonces cardenal alemán Joseph Ratzinger saludando al papa Juan Pablo II durante una reunión con la Curia en el Vaticano en 2005larazon

n estas primeras horas desde que Su Santidad Benedicto XVI ha anunciado su dimisión del Ministerio Petrino para el 28 de febrero próximo, ha brotado de modo inmediato la acción de gracias a Dios y al Papa por los años transcurridos como sucesor de Pedro al frente de la Iglesia católica.

Han sido años de una gran riqueza teológica, pastoral y también humana. No han sido fáciles los retos y problemas que el Papa –el primero del siglo XXI– ha tenido que afrontar, pero nos ha dado un ejemplo de coraje y de hondura espiritual a la hora de abordarlos, resolverlos o, al menos, encauzarlos.

Joseph Ratzinger nació en Marktl am Inn, Alemania, el 16 de abril de 1927. Fue ordenado sacerdote en 1951. Obtuvo la habilitación como catedrático en Bonn en 1959 y desarrolló su docencia posteriormente en Múnster (1963), Tubinga (1966) y Ratisbona (1969). Entre sus obras destacan: «Casa y Pueblo de Dios en San Agustín», la «Teología de la historia según San Buenaventura», «Introducción al cristianismo», «El espíritu de la liturgia», «Teoría de los principios teológicos», etc.

Participó activamente como perito conciliar en el Concilio Vaticano II con el cardenal Frings de Colonia. Fruto de sus trabajos y contactos conciliares fue la fundación, con otros importantes teólogos, en 1972 de la revista «Communio».

En 1977 fue consagrado arzobispo de Münich y Freising, donde desarrolló una intensa labor pastoral con los sacerdotes y los jóvenes, devolviéndoles la esperanza en momentos difíciles de la Iglesia en Alemania.

Juan Pablo II lo llamó junto a sí en 1981 nombrándole Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Durante los siguientes años se convirtió en uno de los más fieles colaboradores del Papa en uno de los Pontificados más largos y fecundos de la historia de la Iglesia (1978-2005). En ellos se aplicó, interpretó y desarrolló la Doctrina del Concilio Vaticano II. La riqueza del Concilio quedó explicitada en muchos documentos, pero especialmente en el nuevo Código de «Derecho Canónico» que fue publicado en 1983 y en el «Catecismo» de la Iglesia Católica que vio la luz el 11 de octubre de 1992.

El cardenal Raztinger había presentado su dimisión a Juan Pablo II con motivo de sus 75 años, deseaba retirarse a su tierra natal y dedicar los últimos años de su vida a escribir, pero no le fue aceptada. Es más, como decano del colegio cardenalicio, le correspondió convocar el cónclave de los cardenales que debía elegir al sucesor del Beato Juan Pablo II, en el 2005. Él mismo presidió las exequias del Santo Padre. Pocos días después, el 19 de abril, tras un cónclave corto, fue elegido Romano Pontífice con el nombre de Benedicto XVI.

Cuando el nuevo Papa comenzó a regir la Iglesia, estábamos viviendo un año dedicado a la Eucaristía. Algunos se preguntaban de qué hablaría el nuevo Papa en su primera Encíclica, pues parecía que ya todo estaba dicho.

«Deus caritas est» (2006), la primera encíclica de Benedicto XVI, sorprendió a todos por la claridad de sus expresiones, la riqueza teológica y la gran confianza que mostraba en que el mundo necesitaba, como en todas las etapas de la historia, que la Iglesia volviera a recordar a todos el mensaje del Salvador: «Que os améis los unos a otros como yo os he amado».

«Caritas in veritate» (2009), la Encíclica social del Pontífice, proclamada en el aniversario de la Populorum Progressio de Pablo VI, ahondaba en la dignidad de la persona humana y aportaba soluciones de fondo a la crisis económica que acaeció al poco tiempo: sin caridad y sin valores, la economía pierde la confianza que es lo que sustenta todas las relaciones humanas.

La Encíclica «Spe salvi» (2007) expresaba con gran audacia la esperanza cristiana. El hombre puede soñar en el futuro, pues hay esperanza en Cristo y en la caridad: la única esperanza fundada. Los análisis que realizaba el Romano Pontífice eran análisis profundos, que iban a la raíz, pero no eran pesimistas, pues siempre está presente en sus disecciones la convicción de que Cristo guía la historia y conquista finalmente los corazones de los hombres.

Benedicto XVI, tantos años prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe, buen teólogo y conocedor de la exégesis contemporánea, realizó desde 2007 a 2012 uno de los gestos más audaces del Magisterio de la Iglesia reciente: abordar como teólogo y como Papa el estudio de Jesús de Nazaret. Estudiar lo que la exégesis ha aportado en estos últimos dos siglos y en qué se ha desviado y por qué. Lo hizo con valentía y audacia pues podía ser criticado como teólogo al dar una opinión. Pero, como Papa, tenía que mostrarnos lo que el Espíritu Santo le había iluminado en su oración y en su estudio. Tres volúmenes que han orientado el trabajo exegético futuro y han iluminado la oración de tantos hombres.

Precisamente, Benedicto XVI ha sido en estos años un artífice incansable de las relaciones fe y razón. Ha pedido a los teólogos nuevas expresiones: más estudio para expresar el rostro de Cristo y la Verdad que contiene la Revelación cristiana. También ha pedido a la razón y a los filósofos una apetura a lo sobrenatural y a la visión trascendente superando esquemas ya obsoletos.

El Santo Padre no ha escrito una encíclica sobre la fe, pero sí ha convocado un año de la fe. Precisamente, una fe que debe llevar a la caridad, a la vida de fe, en los planteamientos y en las obras.

Otro de los grandes temas del pontificado de Benedicto XVI ha sido la renovación de la Liturgia: la recuperación del misterio y de la celebración especialmente eucarística, como le recordaba a los jóvenes en Colonia en la Jornada Mundial de la Juventud de 2005: «Queridos jóvenes, la felicidad que buscáis, la felicidad que tenéis derecho de saborear, tiene un nombre, un rostro: el de Jesús de Nazaret, oculto en la Eucaristía. Sólo Él da plenitud de vida a la humanidad. Decid, con María, vuestro "sí"al Dios que quiere entregarse a vosotros».

Finalmente no podemos olvidar el ecumenismo, otro de los temas más queridos por Benedicto XVI: la erección el Ordinariato para recoger a los anglicanos que deseaban incorporarse a la Iglesia Católica, así como su frecuente trato con las comunidades protestantes, judíos, mahometanos, etc.

Desde el comienzo de su pontificado, Benedicto XVI nos ha impulsado a una Nueva Evangelización. Nueva en su método, en su ardor y en sus expresiones, como escribió Juan Pablo II. Precisamente el último Sínodo que presidió en octubre de 2012 abordó esa materia.

Una deuda de gratitud por su entrega y generosidad incansables en estos años de intensa actividad. Gracias, Santo Padre.