Iglesia Católica
Uno de los nuestros
Todos somos consagrados a Dios por el bautismo. Pero los religiosos y religiosas lo somos de una manera especial. Y como tal, llamados a ser signos de Dios para el mundo. Se nota que Francisco es uno de los nuestros. «No puedo pensar en una Iglesia sin monjas, porque son el don, la levadura, que lleva el mensaje de Jesús. ¡Son grandes estas mujeres!», decía ayer después del Ángelus, en San Pedro.
No son noticia las 700.000 religiosas de todo el mundo que cada mañana madrugan y después de orar salen al encuentro ilusionante de todos aquellos que tienen bajo su cuidado. Bien se pregunta el Papa: «¿Qué ocurriría si no existieran las hermanas, las hermanas en los hospitales, las misiones, las escuelas?». No sólo la Iglesia necesita de los religiosos, la sociedad no sería la misma sin ellos y ellas. Lo reconocen incluso los no creyentes de buena voluntad.
La alegría, el compromiso, el encuentro continuo, la ilusión, la esperanza, la voluntad de superación, el amor y la mirada profunda, propios de los consagrados, son muy grandes. Lo digo desde dentro, es cierto, pero por eso mismo lo puedo asegurar. Consciente de que no somos ángeles libres de pecado. No somos perfectos. Y justo por eso, somos testigos de la misericordia del Padre que no podemos dejar de contagiar.
Hemos consagrado la vida entera a Dios y en Él a los hermanos y hermanas. No es moco de pavo. Un gran don y una gran responsabilidad. Sin ruidos, sin notarse, pero ahí estamos, más de 54.665 hombres (sin contar los curas) y 721.935 mujeres intentando llenar de Evangelio el mundo. Intentando ser signo de Dios para los demás. Se agradece al papa Francisco su espaldarazo en la Jornada de la Vida Consagrada. Y se agradece sobre todo este «año especial» dedicado a religiosos y religiosas que comenzará en octubre de 2014 y terminará en noviembre de 2015. Se nota que el Papa es uno de los nuestros.
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