Coronavirus
La verdadera crueldad del coronavirus: solo en la muerte, sin despedidas y condenado a vivir el luto en solitario
Anoche falleció una mujer de 39 años; no habrá velatorio y sus hermanos no podrán abrazarse ni entre ellos ni a su madre; les espera el aislamiento de la cuarentena
Hoy la vida es otra. Hace diez días, el coronavirus era un canto de sirenas que venía de allá, de China, y empezaba a rozarnos, había colonizado Italia, pero todavía no teníamos claro cómo nos iba a tocar. Hoy nos han dado de lleno. Vivimos confinados en nuestras casas, intentando enseñar a nuestros hijos lo que ya no aprenden en el colegio, teletrabajando las mil horas con el temor constante acerca de qué pasará con nuestro trabajo, si no lo hemos perdido ya o estamos en el camino de ello, y desarrollando las tres mil habilidades para entretener a los niños y que ellos padezcan lo menos posible esta odisea que nos ha tocado vivir. Tan nueva para nosotros, a nuestra edad, la que sea, como para ellos. Viviendo una revolución, buscando explicaciones, dentro y fuera, de por qué pasa esto, en qué momento se perdió el eslabón y encontrando paz quizá solo en ese instante en el que te asomas al balcón y te reencuentras con sombras desconocidas, que son almas, como tú, con los mismos que te distancias en la calle, pero en ese instante te quieres unir, en los aplausos y en los silencios. Es el momento del miedo y la unión, y de no pensar en nada, más que juntos somos más fuertes ante eso que asusta.
El coronavirus, ese desconocido que se ha metido en nuestras vidas hasta destrozarnos, es un maldito que está partiendo en dos los corazones de muchas familias. Gran parte de los políticos transmiten la imagen pueril de un virus inocuo, pero las cifras asustan y también la crueldad de saber que cuando te atrapa y te araña las vías respiratorias, donde se hace fuerte, y es necesario el ingreso, si llega, te aisla del mundo, de tu vida, de tu mujer, de tu marido, de tus hijos, de tus padres... Y que son muchos los que vuelven y también los que no. Y que la crueldad radica en esa muerte en solitario. Dureza extrema para los familiares. Se inundan las redes sociales de mensajes descorazonadores que dan cuenta de la tragedia:
Tiempos convulsos, difíciles, duros y tremendamente crueles. Sólo la solidaridad y la unión puede allanar el camino.
Anoche, una mujer de 39 años se sumó a la ya larga lista de fallecidos. Esta vez no llegó al hospital. Dejaba atrás cinco días de fiebre y dificultades para respirar. Las líneas están saturadas. Tenía síndrome de down y vivía con su madre. En el traslado al hospital la muerte le superó. Una tragedia mayúscula. Y no acabá ahí. El dolor es infinito para esa madre que lejos de poder rodearse de sus seres queridos tiene que ponerse en cuarentena, también su otro hijo, el hermano de la fallecida, que ha estado en contacto. Tampoco su hermana, que vive fuera y está de camino, podrá despedirse ni abrazarse a su madre. El desgarro es infinito. No hay velatorio ni consuelo para un luto condenado a la soledad. La crueldad del coronavirus es una sombra alargada y descarnada.
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