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Rastreadores de contactos: ¿Un nuevo error español en la lucha contra el Covid-19?

Identifican los nuevos casos de contagios y trazan los contactos que ha tenido el individuo en los últimos días para así tratar de aislar a los grupos de personas que puedan transmitir la enfermedad

Una imagen de la Gran Vía madrileña ayer con un grupo de ciclistas
Una imagen de la Gran Vía madrileña ayer con un grupo de ciclistasJaime BoiraLa Razón

Angela Merkel lo sabe. El primer ministro de India, Nerendra Modi, lo sabe. J.B. Prizker, gobernador de Illinois, lo sabe. El ministro de Vivienda y Administración Local del Reino Unido, Robert Jenrick, lo sabe. Para salir airosos de la desescalada a la que el mundo se enfrenta tras empezar a contener el coronavirus existe un término clave: el «rastreo de contactos».

Casi nadie duda de que sin él evitar que la pandemia vuelva a ser una pesadilla pronto será más difícil. Lo sabe el primer ministro de Nueva Zelanda, lo sabe el Centro Europeo de Prevención y Control de Enfermedades. Lo saben las autoridades sanitarias de Taiwan. ¿Lo saben Pedro Sánchez y Fernando Simón?

El rastreo de contactos consiste, en resumen, en poner todos los medios posibles para identificar los nuevos casos de contagio, trazar los contactos que el individuo ha tenido en los últimos días y tratar de aislar grupos de personas que pueden ser transmisoras de la enfermedad.

Seguimiento necesario

Tan temprano como el 10 de febrero de 2020, la Organización Mundial de la Salud recomendaba iniciar protocolos de rastreo de contactos sistemáticos en países que estuvieran experimentando sus primeros «pocos casos» de Covid-19, como España. En un documento de cerca de 90 páginas se especificaba que «desde el primer caso confirmado en un país» es necesario realizar un seguimiento exhaustivo de los contactos directos del individuo y proceder a su diagnóstico y autoaislamiento. Para Covid-19 un contacto directo es cualquier persona que haya estado a menos de un metro de distancia de un afectado.

Un poco antes, en Alemania, el estudio riguroso de los contactos directos de un empleado de la empresa Webasto que viajó a China y que pudo ser el primer caso alemán de Covid-19 permitió confinar el primer foco de la infección y detectar en cuestión de horas a otros cuatro trabajadores de la misma compañía que habían sido contagiados. Así funciona el rastreo. Se actúa rápido, se utilizan medios humanos y tecnológicos suficientes, y se aíslan grupos de personas susceptibles de transmitir la infección. El método es habitualmente utilizado en los casos de detección de una enfermedad de transmisión sexual y se aplicó comúnmente en el control del sida y en otras epidemias como el ébola.

Pero, en poco tiempo, el actual coronavirus escapó a todos los protocolos. Cuando las transmisiones comunitarias son elevadas, cuando aparecen varios focos de infección, cuando se dilata la toma de decisiones drásticas o se producen acontecimientos de reunión masiva de ciudadanos (manifestaciones, competiciones, celebraciones religiosas multitudinarias, viajes a estaciones de esquí…), el rastreo de contactos se hace imposible. Ocurrió en Corea del Sur, en Alemania, en Italia, en España.

Ahora, algunos países han entrado en una nueva fase que supone una especie de «vuelta al pasado». Tras las medidas de confinamiento y de diagnóstico tomadas, volvemos a una situación remotamente similar a la de principios de año: con un virus activo en el ambiente, con índice de reproducción cercanos al 1 (no está claro que esto esté ocurriendo en España aún) y con una evidente reducción de los contagios. El destino nos ha vuelto a poner cerca de la casilla de salida. ¿Cometeremos los mismos errores? Angela Merkel lo explicaba esta semana con divulgativa sencillez propia de alguien con formación científica como ella. «Si no rastreamos todos los contactos con todos nuestros esfuerzos, corremos un riesgo cierto de volver a padecer rebrotes».

De hecho, Alemania es uno de los primeros países que han anunciado en Europa que adoptarán tecnología de Apple y Google para el rastreo masivo de contactos. Se trata de una versión cibernética del rastreo por entrevistas personales tradicional. Si una persona da positivo, se puede activar el sistema para que las aplicaciones de interconexión del móvil o el ordenador portátil detecten quién ha estado en contacto con ella recientemente. En ese caso se podría enviar un mensaje a esas otras personas susceptibles de estar contagiadas y controlar el proceso de la enfermedad.

Bélgica ha anunciado que iniciará el proceso de rastreo entre esta semana y la siguiente. En Reino Unido se está implantando el equipo técnico y humano necesario, y Estados Unidos y Francia han anunciado contrataciones masivas de «rastreadores», personal especializado para hacer el seguimiento y analizar los datos arrojados por las aplicaciones móviles de los pacientes. En España el Gobierno no ha informado de si existe un plan en este sentido.

Son muchas las decisiones que hay que tomar y muy poco el tiempo del que disponemos. En primer lugar, el Sistema Nacional de Salud no tiene personal suficiente para acometer el rastreo de forma masiva.

En los albores de la epidemia en España, quienes se ponían en contacto con un médico para expresar su preocupación por los síntomas que padecían eran registrados convenientemente. Durante los primeros días, recibían una llamada posterior de seguimiento. Pero, según reconocen los propios funcionarios implicados en el proceso, «pronto dejó de hacerse esa llamada porque el problema nos desbordó». En Noruega, los ayuntamientos tuvieron desde el primer momento potestad para reasignar personal del Estado de otros menesteres al rastreo de contagios entre los ciudadanos.

Estados Unidos necesita contratar a 300.000 expertos para cumplir con un rastreo mínimamente efectivo. En Dakota del Norte, las autoridades están reclutando personal sanitario en la reserva, estudiantes de últimos cursos y militares para convertirlos en una legión de rastreadores. En Irlanda, el Ejército entrena a su personal más joven para que realice tareas de seguimiento y llamadas telefónicas a los posibles contactos de un contagiado.

Alemania, Francia e Italia ya han decidido qué tecnología de rastreo (gana mayoritariamente bluetooth sobre las plataformas de Google y Appel) se va a utilizar.En España, la última declaración del ministro Illa es que «se estudiará qué tecnología es la más adecuada». Tampoco hay datos claros sobre la cantidad de trabajadores que se necesitará para iniciar, si se inicia, el rastreo sistemático.

«Las cuatro ‘‘T’’»

Durante las primeras semanas de pandemia, nuestro país cometió tres graves errores que comienzan con «T». Falló en el factor «Tiempo» al retrasar incomprensiblemente las medidas de confinamiento. Falló en el factor «Test» (estábamos entonces entre los países que menos pruebas de diagnóstico realizamos). Y no nos «Tapamos» la cara (la escasez de mascarillas y medios de protección, sobre todo, entre los sectores más sensibles como ancianos y personal sanitario, ha sido dramática).

Ahora estamos en disposición de acometer la desescalada y poner en práctica la cuarta «T»: la «Trazabilidad» de los contactos. Cada gobierno tendrá que ser juzgado en el futuro por cómo manejó las fatídicas cuatro «tes».