Sociedad

Covid-incertidumbre

La pandemia ha traído una nueva realidad. La educación, las relaciones o el ocio ya no serán igual que antes, algo que genera mucha incertidumbre. LA RAZÓN ha hablado con expertos para que nos expliquen qué nos espera

Las dudas ante lo que puede venir en un futuro próximo puede conducir a parte de la población a la parálisis
Las dudas ante lo que puede venir en un futuro próximo puede conducir a parte de la población a la parálisisAlberto R. RoldánLa Razon

¿Nos enfrentamos a un cambio de era? Más allá de especulaciones, la única certeza que deja la pandemia es la ausencia de certezas. En este transitar hacia lo desconocido que cala como una lluvia ácida, se cuestionan muchas de nuestras viejas creencias, y se genera una incertidumbre que nos puede conducir hacia la parálisis. La enseñanza, las relaciones sociales, el trabajo, la forma de divertirnos, las caricias, los duelos, ya no serán como los conocíamos hasta ahora. Hay quien niega esta «nueva realidad», como otros cuestionaron antes la Ley de la Gravedad o la llegada del hombre a la Luna. Y no faltan los que afirman que, más que producir transformaciones, lo que hace la COVID-19 es acelerar las que ya estaban en marcha. LA RAZÓN ha interrogado a un puñado de expertos (psicólogos, sociólogos y psiquiatras) para tratar de arrojar luz sobre el futuro que nos aguarda. Éstas son sus reflexiones:

«Vivimos épocas de zozobra. Nos asedia la vulnerabilidad y la incapacidad para planificar. El ser humano necesita de seguridades que le afiancen en el presente y le proyecten al mañana. Pero no podemos hacer planes ni a largo ni a medio plazo. Nuestras seguridades han colapsado, nuestra soberbia ha quedado de momento sepultada”, sostiene Javier Urra, doctor en Sociología y en Ciencias de la Salud, y académico de número de la Academia de Psicología de España. «Ante este seísmo social, económico, emocional, la respuesta colectiva es de sorpresa, que da paso a la angustia, a la ansiedad, y en algunos casos al desquiciamiento».

«Para adentrarnos en un hipotético futuro haremos bien en analizar la historia del ser humano con criterios también antropológicos y sociológicos. Acordaremos que esta historia está bañada de sangre, de incomprensión, de sufrimiento, por las guerras mantenidas, por las hambrunas acontecidas, por las pandemias sufridas», afirma el psicólogo y sociólogo. «Podremos, por tanto, concluir que si la especie humana ha llegado hasta aquí, lo ha hecho desde su capacidad de adaptación, de su flexibilidad evolutiva, también cognitiva. Aquí y ahora tenemos los que adoptan el papel de juzgadores de la sociedad y culpan al mundo de un pecado universal; estaríamos hablando de nuevo de las plagas, y volveríamos a una sanción moral colectiva, que nada tiene que ver con la realidad científica. Este también es momento para aquellos que con un ego hipertrofiado y bastante de estulticia, niegan la realidad. Ya lo hicieron antes otros en relación a la Ley de la Gravedad, o a afirmar que la tierra es plana o que jamás el hombre pisó la Luna. Debiéramos escuchar a quien tiene criterio y capacidad para ello, no a los opinadores de bar o tertulianos de todo a cien».

Sergio Oliveros, psiquiatra, considera que la COVID-19 «ha impactado en una sociedad en transformación, nos ha sorprendido con la guardia baja y ha generado un desorden creciente que no sabemos cuándo ni cómo terminará. Esto genera una angustiosa incertidumbre y, en algunos casos, una parálisis completa. Primero ocurrió la caída de los bloques, luego la rebelión islamista, después la horizontalización del poder y la influencia mediática con la aparición de las redes sociales, y tras la imposición de la mentalidad postmoderna, en la que no importa cómo sean las cosas en sí mismas sino cómo las concebimos subjetivamente, la aparición de sociedades divididas en dos bandos opuestos e irreconciliables por todo el mundo. Vino el primer aviso en 2008 con la primera hoguera de vanidades ultraliberales, y, sin que nos hubiéramos recuperado aún, llega la Covid, sencilla como una partícula inanimada y poderosa como un implacable ejército».

«Nuestra especie siempre ha necesitado certezas sobre el presente y el futuro, y durante miles de años se ha obstinado en domesticar cuanto podía la realidad para asegurarse el mañana. Pero el 11-S de 2001 muchos perdimos las certezas sobre el futuro, supimos que ya no iba a ser como lo habíamos imaginado. La Covid tiene todavía un efecto más rotundo, nos demuestra sin ambages nuestra fragilidad sanitaria, social, económica y política, y nos golpea como una flecha en nuestra alucinación de omnipotencia, nuestro verdadero talón de Aquiles», prosigue Oliveros. «No va a ser una hoguera como el 2008; todo apunta a que va a ser un verdadero crematorio de vanidades y, acaso, necesidades más perentorias. Pero conservaremos lo que incuestionablemente más ha caracterizado a la especie homo, su capacidad cognitiva para adaptarse y poner su inteligencia al servicio de la superación de cualquier limitación».

«La Covid, más que generar transformaciones, está acelerando las que ya estaban en marcha», apunta Jacobo Blanco, decano del Colegio Asturiano de Politólogos y Sociólogos. «En lo global, asistimos a lo que parece imparable hegemonía de Zhongguo (o Nación del Centro, que es así como llaman los chinos a su país) y sus países satélites, construida a expensas de la de Occidente. Y más que hegemonía, hegemonías: comercial, financiera, tecnológica (5G, exploración espacial)... y política y cultural, que aunque crezcan más lentamente, no dejan de hacerlo. Y son claves. En pocos meses hemos pasado de confiar en una ciencia a la que creíamos capaz de ajustar el clima, a comprobar con desazón que un bicho invisible es capaz de trastornar nuestras vidas por años y quizá para siempre, incapaces de enfrentarnos a él con eficacia o sin recurrir a los métodos empleados para protegerse de la peste: el confinamiento y la distancia social».

«En el caso de España –y no sólo de España– se añaden la incompetencia en la gestión de la pandemia (estructuras administrativas inoperantes, sistemas muy defectuosos de selección de élites políticas, pésima comunicación pública y comportamiento errático de empresarios, sociedad civil y ciudadanía en general), así como las peores ratios occidentales de morbilidad y mortalidad, peores indicadores económicos y la sensación de desamparo de buena parte de la ciudadanía –véase la segunda semana de marzo o, ahora mismo, el inminente inicio del curso escolar– ante la incompetencia administrativa, a lo que se suma una sensación de colapso institucional», señala Blanco. «Añadamos una nueva vuelta de tuerca, a corto plazo, en la “protestantización” de nuestra actividad económica de mano de la condicionalidad de los programas de relanzamiento de la UE. Todos estos cambios globales y nacionales, macro y micro, inciertos, desdibujados, pero quizá presentidos, así como las consecuencias directas e inmediatas de la Covid –distancia, empobrecimiento, enfermedad, muerte– están generando, y generarán notables tensiones sociales, que amplificarán populistas, profetas y agitadores de todo pelaje durante los próximos años».

«La Covid ha sido y es terrible: ha generado un drama humano de grandes dimensiones, con su pérdida de vidas, con el fallecimiento de personas a las que no han podido acompañar sus allegados y con las que no se ha podido elaborar un duelo adecuado. Se ha perdido una generación que merecía otra despedida», argumenta Francisco Javier Gómez González, sociólogo y decano del Colegio de Sociólogos y Politólogos de Castilla y León. «Se ha dicho con frecuencia que las crisis tienen ‘resaca’, y que ésta se prolonga por un tiempo mayor que la crisis misma. Hay autores que atribuyen a la crisis económica de 2008 las actuales tensiones y el declive democrático de muchos países, incluyendo el resurgir del nacionalismo. La actual crisis generará empobrecimiento, y sus consecuencias no se vivirán sólo en el momento de la pandemia, sino después».

«En todos estos sentidos, la pandemia supone un grave retroceso», prosigue el sociólogo. «Incluso se ha vuelto al pasado en temas de salud, porque la medicina contemporánea había luchado con mucho éxito contra las enfermedades infecciosas y parecía que nuestra preocupación debía centrarse en las enfermedades crónicas o no transmisibles (cáncer, enfermedades cardiovasculares...). Una pandemia, con sus reminiscencias medievales, nos devuelve a riesgos que pensábamos del pasado. Además, todos estos efectos se han generado de manera súbita, rápida, global. Afectando a todos los órdenes sociales. Nadie ha quedado fuera de esta dinámica. Para concluir con un diagnóstico pesimista, la pandemia ha llegado en un mal momento, en un contexto internacional caracterizado por la crisis de las instituciones multilaterales y de retroceso democrático. Nos encontramos con un problema global en una época en la que muchos gobernantes buscan soluciones exclusivamente locales centradas en intereses parciales. Y en el contexto concreto de España, nos encontramos con una emergencia a la que debe dar respuesta un panorama político crispado».

 «Consecuentemente, hay razones para estar preocupados o, lo que es lo mismo, razones para comprometernos como sociedad para luchar contra esta situación. Quizás, una de las primeras estrategias es pensar que la pandemia, como cualquier crisis, también puede ser fuente de avances», sostiene. «Una catástrofe siempre es un detonante, un acontecimiento que rompe de forma abrupta la dinámica y pone en evidencia que nuestra percepción de la realidad puede ser analizada desde otros puntos de vista. Las crisis aceleran de manera dramática y dolorosa fenómenos que, en cualquier caso, se debían llevar a cabo. Además, la Covid ha ayudado a hacer realista nuestra visión de muchas situaciones y reducir las ficciones que nos habíamos creado con el tiempo. Esto se puede aplicar a la ficción de la UE, como una construcción histórica con una vocación clara en su origen y sobre la cual existía la ficción de que la construcción estaba conseguida pero, frente a una emergencia, el principio de solidaridad salta por los aires».

Miguel Vega, sociólogo e investigador de la Universidad de Valladolid, afirma que «quizás es un buen momento para reflexionar y defender los costes de la prevención, porque, en general, tiene efectos positivos más allá de la emergencia. Mejorar las condiciones en las residencias, invertir más en investigación, en sanidad, implementar protocolos de higiene, gestionar la economía para no ser tan dependiente de sectores frágiles, gestionar el hacinamiento de personas... Muchas de estas medidas pueden ser positivas más allá del riesgo de una pandemia. Todo ello sabiendo que estas medidas tienen un coste, y la sociedad debe generar un consenso sobre la necesidad de asumirlo. Además, y en contra de la tendencia histórica, el mundo rural ha sido un contexto percibido como más seguro. No está nada claro que vaya a revertir la tendencia dominante de dominio urbano, pero, en cuestión de residencia y de turismo, la España interior y el mundo rural han ganado un atractivo que, ojalá, tarden en perder».

«Junto a ello, la sociedad ha vivido un cierto momento de implicación comunitaria, a nivel de vecindario, municipio, grupos profesionales, que ha generado nuevos vínculos y ha reactivado valores que estaban muy erosionados», añade. «Hemos descubierto que nuestra economía, vaya bien o vaya mal, cuenta con una fragilidad estructural al depender del turismo y servicios, que son sectores muy frágiles ante cualquier emergencia. Hemos descubierto que la inversión en ciencia puede ser rentable y, desde luego, es fundamental para nuestro bienestar. España es, según las encuestas de Percepción Social de la Ciencia y la Tecnología, uno de los países cuya ciudadanía más confía en la ciencia y en los científicos. A lo mejor es momento de darles algo más que confianza».

«No parece creíble que nos enfrentemos a un futuro radicalmente nuevo. De hecho, este tipo de argumentos ya se señalaron con el atentado a las Torres Gemelas, la crisis del 2008, la caída del comunismo… Ha habido muchos eventos que considerábamos que marcaban un antes y un después pero, en la práctica, hay muchos ritmos de cambio, y en los procesos históricos y sociales pesan más las continuidades que las rupturas», concluye Vega.