Captura de un vídeo difundido en redes sociales

“Vi cómo le apagaban un cigarro a un compañero en la boca; a otro le metieron la mano en la tostadora”

Una nueva ley trata de acabar con el maltrato que sigue vigente en colegios mayores y universidades

Rebeca se ha graduado esta semana en Medicina. Suena contenta y segura al otro lado del teléfono, pero su carrera de estudiante comenzó mal. Recién llegada de León a un colegio mayor de la capital, se encontró con que “había que pasar por el aro de las novatadas si querías integrarte, yo no sabía ni qué era eso”. El primer veterano con el que se cruzó le dijo: “Luego me lavas la ropa”. Ella pensó que se trataba de una broma, pero en los cuatro meses que aguantó allí comprobó que la cosa iba en serio. “Vi cómo abofeteaban a compañeros mías, les rapaban las cejas, les metían la mano en una tostadora. Incluso a uno le apagaron una colilla en la boca”, recuerda. Finalmente, la obligaron a dejar la residencia por denunciar el tema en televisión. No la ayudó nadie, apenas la despidieron tres personas que acabaron marchándose también. Dos años después, un tipo al que no recordaba la invitó a una caña en una bar “por haber sido tan valiente”. Y él tan cobarde.

La Universidad de Burgos iba a acoger en 2019 un curso sobre las novatadas que no llegó a celebrarse. La campaña en redes sociales instigada por el Consejo de Alumnos, máximo órgano de representación estudiantil, pudo más y logró anular la convocatoria. Pero aquella iniciativa se convirtió en un libro, «Las novatadas. El maltrato como diversión», que se publica la misma semana que el Gobierno ha aprobado un anteproyecto de ley para sancionar estas prácticas abusivas que siguen muy vigentes. La presión ejercida contra aquel seminario fallido es solo un ejemplo de la ley del silencio que impera sobre las novatadas. El mantra que se repite en colegios mayores y campus, «el novato no es chivato», deja claro que la delación no se tolera. Marta Fernández Morales, una de las autoras del citado libro, asegura que esta «omertá» es sagrada: «Nadie se atreve a decir nada por miedo a no encajar, a represalias de los veteranos, a ser considerados débiles y a quedar fuera de una cultura de elite que proporciona ciertas ventajas».

Los recién llegados se ven sometidos durante un par de semanas (en el mejor de los casos) a un rosario de humillaciones empapadas en alcohol. En su página web, la plataforma No más Novatadas ofrece ejemplos de estas perrerías, algunas simplonas y otras más sofisticadas, dirigidas a someter al nuevo. Les hacen comer caca, lavarse los dientes con la escobilla del WC, los desnudan y les depilan las piernas, les obligan a estar, día y noche, al servicio de un veterano, les arrojan a un charco, los obligan a pegarse entre ellos, les hacen lamer el suelo con la lengua, chuparles los pies, beber de un embudo hasta desfallecer... La lista es interminable. Una ristra de abusos físicos tipificados como delitos en cualquier código penal de un país civilizado y que en España muchos aún se empeñan en mirar con condescendencia porque son «cosas de chavales».

Algunos colegios mayores expulsan a los jóvenes involucrados
Algunos colegios mayores expulsan a los jóvenes involucradoslarazon

El antropólogo Ignacio Fernández de Mata, coordinador de «Las novatadas. El maltrato como diversión», se niega a ver estos actos como un rito iniciático que marca el paso de una etapa vital a otra: «No aportan nada, se trata simplemente de una semana de desmadre, de una prolongación de un tipo de cultura de ocio vinculada al botellón que algunos pretenden vender como el ingreso en una institución nueva». Lo cierto es que el intento de justificar esta suerte de acoso colectivo en aras de la «tradición», de que «se ha hecho siempre», lo hace equiparable a la violencia ejercida contra las mujeres desde tiempos inmemoriales.

Dice Fernández de Mata que «lo que buscan es la anulación del individuo, son prácticas machaconas, insultantes y humillantes». Además, tienen un componente perverso porque, con el tiempo, la víctima se convertirá en verdugo, «los nuevos veteranos buscarán resarcirse del sufrimiento que pasaron ellos infligiendo el castigo a los novatos. Más allá de lo degradantes que resultan, el problema de fondo es que se corta la empatía con las víctimas». Para este decano de la Facultad de Humanidades de Burgos, el hecho de que se naturalice el abuso como método de diversión está entroncado directamente con otras prácticas como las violaciones en manada.

Una parte de estas macabras travesuras acaba fatal. Marta Fernández Morales cuenta que en EE UU, de donde hemos importado esta terrible tendencia, «hay muchos ejemplos que han terminado muy mal: daños físicos o psicológicos graves, agresiones sexuales e incluso la muerte. La cosa es tan habitual que Wikipedia ofrece una lista, actualizada hasta marzo de este año, de “muertes por novatada”. Como queda patente, ha habido casos de asfixia, politraumatismos, ahogamientos o fallos cardiacos, pero la causa más común de estos fallecimientos es la intoxicación etílica”.

El malestar interno, la terrible frustración de ser objeto de esa dominación, se une a la obligatoriedad de guardar silencio. Una tormenta perfecta para desencadenar trastornos psicológicos, algunos de ellos graves, que pueden requerir un ingreso. La psicóloga clínica Ana Aizpún Marcitllach ha tratado a muchos de estos chicos en su consulta. Algunas demandas de ayuda le llegan a través de su correo electrónico con mensajes tan angustiosos como este: «A mis amigos y a mí nos están maltratando en distintos colegios mayores de Madrid, ¿pueden ayudarnos, por favor?». O este otro: «Sólo decirte que, este año, entre otras cosas, han metido las manos de los novatos en un tostador, encendiéndolo después, y en otra ocasión los han rociado con gasolina».

Aizpún recuerda el caso de un chico que vinculaba la tensión que le producía «pasar toda la noche sin la cerradura echada, presa fácil de los veteranos» con una epilepsia débil que aún conservaba. Estaba convencido de que ese fue el desencadenante porque siempre había sido «un chico normal y corriente, un buen colegial». A esta psicóloga le parece «un avance estupendo para tipificar la novatada» el paso dado por el Gobierno con la futura Ley de Convivencia Universitaria. Pero habrá que definir muy bien qué significa una novatada porque «puede ser tan leve como cantar una canción en inglés hasta algo grave como no dejar al alumno dormir en cuatro días».

Ella considera que, muchas veces, las que implican castigo físico como «tirarte por un terraplén lleno de cristales sin camiseta o depilarte el pecho con cera» no son tan traumáticas como otras más retorcidas desde el punto de vista psicológico. Y pone como ejemplo el caso de una estudiante a la que obligaron a romper con su novio como prueba de lealtad. Aunque luego le explicó que se trataba de una broma, el chico no acabó de creérselo. Para esta profesora de la Universidad Pontificia de Comillas, romper la «omertá» es, precisamente, el principio de la curación. Aun así, asegura que son muchos los padres que recomiendan a sus hijos «aguantar porque la vida es muy dura y si dicen algo puede ser peor». Esa es una de las secuelas del maltrato estudiantil, «la persona termina creyendo que es débil, que debería soportar el abuso, incluso disfrutar con él».

El comportamiento de un padre que prefiere mantener el anonimato fue radicalmente distinto. En conversación telefónica con LA RAZÓN, explica que, «al día siguiente de las vejaciones, pusimos una denuncia ante la Universidad». En el caso de su hija, que ahora tiene 20 años y aún no se ha recuperado del todo, el asunto fue más sádico si cabe. «Como los alumnos del colegio mayor sabían que las novatadas estaban prohibidas, inventaron una forma de burlar el control», relata. Consistió en organizar una jornada entre nuevos y veteranos para conocerse mejor, una «convivencia» que aprovecharon para conocer detalles de sus vidas y puntos débiles. Poco después, por sorpresa, «los cogieron y los encerraron en un cuarto oscuro, les arrojaron huevos a la cabeza, los metieron semidesnudos en una tinaja de agua helada y, lo que es aún peor, les humillaron usando lo que les habían contado, riéndose de ellos y poniéndoles motes».

Esta creencia de que denunciar puede ser peor que no hacerlo ha contribuido a que se perpetúe el abuso. Javier Mérida, director del colegio mayor salmantino Nuestra Señora de Guadalupe, asegura que en once años «nunca he tenido noticia de un procedimiento que haya concluido en una sanción disciplinaria». Lo achaca a una serie de complicidades en cadena, desde las instituciones educativas a las fuerzas de seguridad y hasta la propia ciudadanía, que se ha acostumbrado a ver esas escenas por las calles como parte del paisaje de otoño.