Opinión

Lo que favorece la muerte

Donald Trump y su esposa Ivana en 1985
Donald Trump y su esposa Ivana en 1985DPA vía Europa PressDPA vía Europa Press

Ayer, cuando me enteré de la muerte de Ivana Trump y vi el comunicado de su marido tras ella, hablando de sus bondades y de su hermosura, reflexioné una vez más sobre cómo nos favorece desaparecer a los ojos de los que nos odian. Cualquier malvado reconocido sale hasta guapo en su esquela y en las conversaciones posteriores a su fallecimiento.

El caso de Ivana y el ex presidente de los EE UU es paradigmático, porque vivieron una vida de película, con huida del comunismo y matrimonio falso por parte de ella antes de conocerse, y una vida compartida de infarto en la que cupieron negocios imposibles, infidelidades y hasta convivencia con la amante (siguiente esposa) y varias circunstancias más que hubieran posibilitado un odio ulterior hasta el delirio y para siempre jamás, pese a los hijos. Y así pasó.

Ambos se casaron dos veces más. Las malas lenguas aseguran que las amantes impidieron que él lo hiciera más veces, y hasta se dieron un cierto y comedido apoyo en vida por separado.

Lo curioso y extraordinario llega a la muerte de ella, donde él lo olvida todo, excepto lo bueno, e incluso perdona aquella frase mítica de la muerta de «no te enfades con él, quédate con todo», que tanto dinero le costó y la jalea hasta el infinito de cara al mundo, una vez ella ya no es nadie aquí, ni probablemente tampoco allá.

La vida es inclemente y no perdona, pero la muerte como quita de en medio todo eso que nos estorba, es capaz de recuperar la imagen de cualquiera. Es el caso de Ivana y de todos los muertos. ¿O acaso no han alabado ustedes con apasionada hipocresía a alguno de los que aborrecieron en vida?