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Albert Boadella: «Me tomaban como un símbolo y mi futuro quedó hipotecado»

Dramaturgo y director premiado como Personaje del Año

Boadella recibe el premio de manos de Ignacio González
Boadella recibe el premio de manos de Ignacio Gonzálezlarazon

Cuando las tertulias eran los lugares en los que había que estar, se decía de un contertulio habitual que irrumpía en las charlas de esta forma: «¿De qué se discute, que me opongo?». La descripción le sienta como un traje a medida a Albert Boadella, ese tipo que, desde su máscara de bufón y su sonrisa de no haber roto un plato nunca, se esforzó en llevarse mal con el franquismo, primero, después con la Iglesia y el estamento militar, y a continuación, con el nacionalismo catalán, lo que le llevó a un autoexilio forzoso de su tierra; ayer comenzó su intervención con un sentido «queridos conciudadanos... Me gusta decir esta palabra aquí en Madrid». En los últimos tiempos, arremetió incluso contra «progres», antitaurinos, ecologistas de salón y gurús de la nueva cocina y el arte vacuo, convertido en ese niño que señala el traje inexistente del emperador, aunque los adultos que callan –el público acomododado de los teatros– sea el que le da de comer.

Ayer nos enteramos por su boca, al recibir «con honor» el Premio Alfonso Ussía al Personaje del Año, que nada de esto lo hizo por valentía, arrojo o determinación, sino que se fue dejando llevar. Creo que le pudo la modestia. Esto dijo: «Los méritos por los que se me atribuye el premio son casi un azar, una pura casualidad», y se remitió a sus comienzos con Joglars, cuando «empecé en este gremio de comediantes, como casi a todos, me interesaban el éxito, el glamour, el brillo, y soñaba con tener algún día nuestra estampa en alguna acera». Luego, contó, le sucedió como a Chaplin en «Tiempos modernos». ¿Recuerdan aquella genial escena en que sale de la alcantarilla y, sin comerlo ni beberlo, le pilla una manifestación de obreros y le colocan a la cabeza, banderola roja en mano? «A mí me pasó lo mismo: no fue la ética sino la estética que llevó mis huesos entre rejas», recordó –fue por «La Torna», en 1977–, «y a partir de entonces no fui capaz de dominar los acontecimientos. La gente me tomaba como símbolo de libertad y todo mi futuro quedó hipotecado». Con un matiz: «Las banderitas se han desteñido bastante de rojo». Por eso, acaso, el incómodo Pepito Grillo de nuestros escenarios mostró su cara más relajada, como si empezara a estar en paz con el mundo: «Siento una cierta nostalgia de estar bien con todos y con todo. Debe de ser agradable». Quizá, pero, ¿y lo que dejaremos de reír el día que eso ocurra?