Mascotas
Antonio Escohotado: «Mi gata Esmeralda tiene un pasión "carnal"conmigo"
El escritor convive con tres mininos porque su mujer se lo impone «dado que ella también es una felina» aunque a él también le admira su elegancia, pulcritud y actitud de rebeldía.
El escritor convive con tres mininos porque su mujer se lo impone «dado que ella también es una felina» aunque a él también le admira su elegancia, pulcritud y actitud de rebeldía.
¿Por qué tantos escritores eligen al gato como mascota? Antonio Escohotado tiene una respuesta contundente: «Porque mi mujer me lo impone, dado que ella también es una gata. De hecho, aunque adora a los perros tiene tanto miedo de que le hagan daño a alguno de nuestros tres mininos que jamás entraría un can en esta casa». «Esmeralda –dudo con su nombre porque empezó llamándose Melania– tiene una pasión carnal extraña conmigo (risas). No es broma. Le ha dado tal ataque de amor, que todas las noches duerme en mi cama, ¡sobre mis partes pudendas! Ignoro si es porque se trata de una zona calentita o si anida en ella otros motivos. El caso es que me tengo que levantar varias veces al baño... y no lo necesito, es que me presiona la vejiga», dice con humor el autor de «Mi Ibiza privada» (Espasa), mezcla de autobiografía con ensayo impregnada de experiencias vitales, «que se acerca mucho a ese lodazal que llamamos género autobiográfico, aunque he intentado huir del yo-yo-yo. Procuro aparecer poco y convertirme en el representante de lo que va sucediendo», aclara mientras sigue enumerándonos su familia gatuna. «También tengo a Lucinda –nombre cursi donde los haya–, que fue idea de mi hija Claudia y no se lo queremos cambiar... y, por último, el venerable Bonifacio. Un macho alfa castrado, para que reine la calma en nuestra casa. Por cierto, él también se acuesta conmigo, pero se coloca a modo de bufanda... ya sabes, los gatos hacen lo que les da la gana». Asegura que la única cualidad mágica que les atribuye «es el vicio de salirse siempre con la suya. Pero a mí me gustan porque son encantadores, guapos, pulcros –esto es muy importante– y, aunque dan mucho el coñazo, merece la pena su compañía. No son como un perro que debes amarlos incondicionalmente, ¡y eso es como vivir dentro de una novela de Eugenio Sue!». Asegura entre risas que comen mejor que él porque su mujer les da lo más selecto en alimentación para su especie, «quizá por eso se mueren de ancianos en casa. Todos son recogidos, y el que entra solo se marcha porque está para sacrificarlo. Esmeralda, por ejemplo, «nos llegó con seis meses, después de estar peleando entre las basuras. Quizá por eso le ha quedado algo de salvaje que me fascina: huidas, algún que otro zarpazo... pero la estética de la rebeldía tiene su encanto», concluye. Cuando le preguntamos lo más bonito que le ha pasado con alguno de los tres, la respuesta solo puede comprenderla un poeta: «Un día, Bonifacio se acercó mirándome con seriedad egipcia y me quedé estupefacto. Sin mediar sonido o movimiento alguno, me dio un lengüetazo en la punta de la nariz... yo me quedé clavado y, al gato, mirándome fijamente, se le cayó la baba de placer. Solo acerté a decirle: “¿Algo más?” ¡Algo debía querer! ¿El qué? ¡Quién lo sabe!».
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