Sociedad
Lucía estrena sexo en su DNI con sólo cinco años
Un juzgado de Tolosa autoriza a unos padres a cambiar el nombre de su hijo transexual. «Lloró de emoción cuando se lo dijimos», afirman.
Tenía tres años y medio cuando sus padres comenzaron a ver que «había algo que se les escapaba». En su casa siempre han utilizado el euskera, lengua en la que los adjetivos no tienen género. «Son neutros. Son los mismos para referirse al masculino y al femenino», explica su madre, Abigail Labaien. Sin embargo, utilizaba mucho el castellano para decir frases como «yo soy guapa» y, en general, para referirse a ella misma. «Aquello fue el punto de inflexión», dice. Lucía nació con sexo masculino, pero a sus ojos y al de sus padres, es una niña de cinco años. El Juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 3 de Tolosa (Guipúzcoa) les autorizó el pasado octubre el cambio de nombre. Es el segundo caso aprobado en el País Vasco y, como informó ayer la asociación de familias menores transexuales Chrysalis Euskal Herria, ya hay 30 autos favorables en toda España. Desde Navidades, coincidiendo con su cumpleaños, Lucía estrenó su nuevo DNI.
«Ha sido algo presente en toda su vida», explica a LA RAZÓN su madre. «Siempre le gustó lo socialmente femenino, las muñecas, los vestidos... Pedía a los Reyes una «Barbie»... Al principio lo veíamos como un juego. Nunca le pusimos ningún impedimento», relata. Pero las preguntas cada vez eran más complejas. «Papá, mamá, tengo pene, ¿puedo ser niña?». «Nosotros al principio no le dijimos ni sí ni no, aunque una idea ya teníamos», afirma Abigail, de 33 años, y que junto a su marido trabaja en una empresa de ingeniería. Contactaron con la asociación Chrysalis. «Nos empezamos a informar sobre la transexualidad. No teníamos ni idea», recuerda. «Aprendimos que la identidad sexual es determinante entre los dos y cinco años de edad. Es el momento en el que uno sabe cuando es hombre o mujer. Al principio pensé: ‘‘Éstos están locos’’. Después, cuando conocí otros casos, se me caía la cara de vergüenza al haber pensado así».
El cambio de nombre oficial ha sido en realidad un mero trámite. Hacía ya un año que el cambio «a nivel social» ya se había producido. «Fue el año pasado cuando se le cambió el nombre en el perchero del colegio. Para ella fue algo definitivo. Pero el médico, cuando le prescribía una receta, aparecía su nombre anterior. Eso la entristecía», recuerda. No sabía que sus padres estaban inmersos en un proceso judicial. «Cuando obtuvimos el auto y renovamos el DNI, se lo dijimos y se echó a llorar de la emoción. ‘‘Ya hemos hablado con la persona que teníamos que hablar. No va a haber ningún fallo con tu nombre’’, le dijimos». Tanto Lucía como sus tres hermanos, de 7, 6 y 3 años, han vivido al margen del proceso judicial. «Llevan una infancia ajena a Chrysalis», dice Abigail. ¿El motivo? «Queremos mostrar el caso con normalidad, divulgarlo para que vean que no es una enfermedad. Es una diversidad más. Se nos llena la boca con esa palabra, pero luego los adultos tenemos prejuicios. En cambio, los niños son mentes en blanco, son esponjas. Hay que enseñarles que la diversidad es un gran tesoro.
¿Han tenido en cuenta que Lucía pueda arrepentirse? «Al principio dudé. Después, mi marido me dijo: ‘‘¿Y si alguno de nuestros otros hijos decide que es chica? ¿No es injusto poner a Lucía en tela de juicio y a sus hermanos no?’’. Ahí decidí que estaba siendo injusta. Quizá, a quien tendría que poner en tela de juicio son a aquellas personas que nos han hecho creer que son los genitales los que nos hacen ser hombre o mujer», concluye.
✕
Accede a tu cuenta para comentar