Conferencia Episcopal

Caducidad

La Razón
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La Iglesia –desde el Papa a quienes trabajan en los Centro de Orientación Familiar– saben que el problema de los divorciados vueltos a casar no es un tema baladí, amén de quienes deciden vivir como hermanos bajo el mismo techo. Por eso, el próximo sínodo de la familia que estos días ha vivido sus jornadas preparatorias busca abordar este asunto con valentía. Eso sí, planteado con un punto de partida: la indisolubilidad del matrimonio expresada por Cristo y que se recoge en el Evangelio. A quienes trabajan a pie de calle sobre este asunto, les preocupa esta situación, si bien reconocen que el porcentaje de los divorciados vueltos a casar que se muestran preocupados por recibir el sacramento de la comunión cada domingo es pequeño.

Agilizar la tramitación de las nulidades, con más recursos humanos y medios, permitiría, en parte resolver situaciones dolorosas. Entre otras cosas, porque son muchas las parejas que reciben el sacramento del matrimonio, sin conocer y aceptar con todo lo que implica lo que la Iglesia propone. De esta manera, no se niega que haya habido una unión conyugal ni cesan las obligaciones naturales y civiles. Es más, el tribunal asignado se limita a juzgar si el matrimonio en el principio fue válido como sacramento. Así, puede celebrarse una boda en la Iglesia, que la pareja tenga hijos y, sin embargo, no ser un sacramento. Esto, sin perder de vista la máxima planteada por Juan Pablo II: «El fracaso del matrimonio no es nunca en sí prueba de su nulidad».

La preocupación de la pastoral familiar hoy por hoy se centra en la prevención: cómo abordar una verdadera preparación del matrimonio, con una conciencia de permanencia en una sociedad donde todo caduca. Ahí está el desafío, más allá del aula del Sínodo, a pie de parroquia.