Restringido
El misterio de los genes Borbones
Estudio del ADN de sus descendientes. Los restos atribuidos a los franceses Enrique IV y Luis XVI podrían ser falsos
Dos veces ha sido guillotinado Luis XVI. La primera, la mañana del 1 de enero de 1793, tras retirarse la coleta de la nuca y gritar «que mi sangre no caiga sobre Francia». La segunda ha ocurrido esta semana, porque un equipo de historiadores y forenses ha cuestionado la autenticidad de las que hasta ahora pasaban por ser muestras inequívocas de su real plasma y que, desde este momento, se han convertido en sangre de plebeyo.
Algunos relatos históricos afirman que, tras su decapitación, los testigos reunidos en torno al cadalso del esposo de María Antonieta entraron en una suerte de trance expiatorio. Cantaron «La Marsellesa» ebrios de revolución, bailaron en círculos alrededor de la guillotina aún trémula y se acercaron a palpar (hay quien dice que incluso a catar) la sangre nada azul que se filtraba entre los tablones de la máquina asesina. Algunos mojaron sus pañuelos en ella como condecoración por el triunfo anti-Borbón. No cayó sobre Francia, efectivamente, pero sí en las manos de algunos franceses ávidos de reliquias.
Pasados los siglos, uno de esos supuestos pañuelos impregnados de material genético del primer Borbón guillotinado apareció en el interior de una calabaza seca, con inscripciones relativas a su origen. El pañuelo fue comprado por un coleccionista parisino que aún lo conserva.
Huelga decir que esas manchas tienen un valor forense extraordinario... o lo tenían. Su ADN se usó a principios de este año para compararlo con el hallado en otra reliquia histórica de gran importancia. En este caso se trataba de una cabeza momificada que había sido tradicionalmente atribuida al predecesor de Luis XVI, Enrique IV. La historia de esta cabeza no deja de ser también épica. Durante la Revolución francesa, los cadáveres de los reyes y reinas enterrados en la basílica de Saint Denis fueron profanados. Al terminar el periodo de terror, muchos de ellos fueron devueltos a sus tumbas, pero al de Enrique IV, el primer miembro de la casa de Borbón coronado en París, le faltaba la cabeza. El cuerpo debía estar muy bien conservado, pues fue momificado. Y de hecho así se demostró cuando en 1919 un coleccionista llamado Joseph Émile Bourdais adquirió la «auténtica» cabeza del rey por 3 francos en una subasta. Desde entonces, el cráneo se ha convertido en objeto de deseo y de polémica. El Louvre, por ejemplo, siempre negó su autenticidad.
El único modo de asegurar que aquellos restos realmente pertenecían al Borbón era cotejar su ADN con el de uno de sus familiares más cercanos: Luis XVI. Un equipo de científicos de varios países europeos, entre ellos miembros del CSIC español, anunció en enero que, efectivamente, el ADN de ambas reliquias (pañuelo y testa) mostraba que pertenecían a dos parientes. En concreto, procedían de la misma línea paterna y su distancia era de siete generaciones. Esa fue la separación histórica entre Enrique y Luis.
Caso resuelto.. ¿o no? Esta semana, un equipo de investigadores belgas, con ayuda del historiador francés Philippe Delorme, ha entrado en discordia con la publicación en la revista «European Journal of Human Genetics» de un estudio que contradice todo lo supuesto hasta ahora. Ni la cabeza pertenece a Enrique IV, ni el pañuelo porta sangre de Luis XVI. «Podemos decir de forma categórica que no son restos de los monarcas. Ni siquiera están relacionados entre sí», afirma el autor de la investigación. Los científicos han utilizado esta vez una vía alternativa de trabajo. En lugar de comparar los ADN de los restos, los han cotejado por separado con el ADN de descendientes vivos de la familia Borbón en Francia. La clave está en el cromosoma Y. En los estudios previos, se halló un linaje de este cromosoma Y extremadamente raro y que coincidía en ambos restos. Se supone que, al ser Enrique el primer monarca de la casa Borbón, todos los hombres de la estirpe tendrían que tener esa modificación en sus genes. Pero el trabajo más reciente ha afinado aún más la peculiaridad cromosómica al estudiar los árboles genealógicos de Borbones actuales. En este caso, no existe ninguna relación entre los donantes vivos y el material genético de la cabeza y el pañuelo. Los científicos belgas aseguran que es probable que en las muestras antiguas se haya introducido algún tipo de contaminación genética capaz de pervertir los resultados. Los autores de aquel trabajo, entre ellos los españoles participantes, siguen siendo cautos. Los datos son discrepantes, pero no creen que indiquen que estaban equivocados. Las genealogías de Borbones actuales podrían ser más inciertas de lo que creemos: ¿realmente proceden todos de la misma línea original? Parece imposible saber.
De momento el único modo de resolver el enigma sería cotejar con más muestras de ADN. Por ejemplo, ampliando el número de donantes vivos Borbones que participen en el estudio. O acudiendo a otras fuentes de genes. Una de ellas podría ser el corazón, ya identificado del hijo de Luis XVI, Luis XVII... pero eso ya requiere otra historia.
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