Espacio
Los niños españoles sobre el alunizaje del Apolo 11: «Tenía miedo, creía que habría marcianos en la Luna y que atacarían»
«Se me siguen poniendo los pelos de punta», asegura Eduardo Adarve al ver medio siglo después el alunizaje del Apolo 11. Pese a las teorías conspiranoicas, asegura que «todo el mundo se lo creyó porque salía en la tele».
Hay quien dice que la primera vez está sobrevalorada. Es verdad, puede que no sea la mejor –el primer beso de hecho suele ser desastroso–, pero despierta sensaciones que nunca más vuelven. El hombre regresará a la Luna, la NASA augura en 2024, 50 años después de que un astronauta pisara por primera vez el satélite. Pero, desengañémonos, ya estamos de vuelta de todo, pocas cosas consiguen llamar nuestra atención y no habrá familias enteras expectantes, sentadas frente al televisor siguiendo la retransmisión del evento. En julio de 1969 más de 20 millones de españoles vieron en directo el alunizaje del Apolo 11. Se lo contó en TVE Jesús Hermida, en blanco y negro, desde el Centro Espacial de Houston. «Todavía se me ponen los pelos de punta». Eduardo Adarve ha venido hasta la sede de LA RAZÓN para ver de nuevo aquellas imágenes, medio siglo después de que se grabaran. Y, sin embargo, parece que han pasado apenas unos días porque es capaz de rememorar, con una precisión que asusta a los que no son (somos) capaces de acordarse de lo que comieron ayer, cómo lo vivió: «Muy nervioso», sobre todo.
Aquel verano en el que Eduardo tenía 11 años y medio sus padres le enviaron a Estepona a casa de su tío Juan, con su abuela y una prima de su misma edad. Juan trabajaba de pastelero en un hotel y, aunque tenía que madrugar mucho, siempre respondía a las preguntas curiosas de su sobrino. «Ya desde niño me interesaba la ciencia, la astronomía y sobre todo, los ovnis... él me seguía la bola aunque se muriese de sueño», cuenta. Los días previos a aquel 21 de julio «en España no se hablaba de otra cosa en los bares, en las tiendas... y también los niños nos montábamos nuestras películas de si habría marcianos en la Luna, si se pelearían con los astronautas».
Lo cierto es que nuestro país tuvo un importante papel en aquella misión gracias a las estaciones espaciales que la NASA estableció en Maspalomas (Canarias), Robledo de Chavela y Fresnedillas (Madrid). Esta última fue de suma importancia, pues fue la que recogió, tras un largo silencio, la primera señal del Apolo 11 tras salir de la cara oculta de la Luna.
El Día D era, sin embargo, como otro cualquiera para la abuela de Eduardo, así que le mandó a la cama junto con su prima a la hora a la que deben dormirse los niños. Pero él no podía perderse aquello. ¿Y si un extraterrestre aparecía y él no se enteraba? Así que le pidió a su tío «que por favor me despertara». Eran unos afortunados porque en los 60 no había televisores en todas las casas, se estima que apenas unos tres millones, con la suerte de que uno estaba en la suya. Juan se apiadó de su sobrino y le avisó cuando Neil Armstrong estaba a punto de descender de la nave. «Me acuerdo de que mi tío estaba sentado en un sofá frente al televisor y yo, en vez de tomar asiento, me agazapé detrás de él y me agarré a su brazo». «Tenía miedo», reconoce. Asegura que tiene grabada toda la secuencia, pero si tiene que escoger un solo momento se queda con el que protagonizó Armstrong cuando pisó por primera vez el terreno lunar y pronunció aquella frase que ha quedado para la posteridad: «Un pequeño paso para el hombre...». «Cuando ya posó el pie sobre la superficie respiré aliviado». Eduardo estaba convencido de que «los astronautas se hundirían, lo había imaginado como una especie de arenas movedizas». Y también que habría seres escondidos a la caza de los humanos. Esa capacidad para fantasear era culpa de los libros de Erich von Däniken que cayeron en sus manos, un escritor suizo famoso por sus obras de ufología y sus teorías sobre la visita de extraterrestres a la Tierra en un pasado remoto. «Sí, pensaba que cuando llegara el primer hombre a la Luna atacarían y se montaría la del Séptimo de caballería», evoca entre risas.
Pese a que muchas personas aún hoy dudan sobre la veracidad de estos hechos, Eduardo asegura que «en aquel momento, digan lo que digan, la mayoría de la gente se lo creyó por el simple hecho de que salía en televisión, y en los años 60 lo que salía en la tele era verdad y punto. El escepticismo venía más bien por parte de la gente mayor, como mi abuelo Antonino, porque no lo llegaban a comprender. Las teorías conspiranoicas surgieron después». Una de las más extendidas es que, en plena carrera espacial entre la URSS y EE. UU., los americanos optaron por hacer trampas y rodaron en un plató la llegada del Apolo 11 al satélite. Una versión que cobró más fuerza si cabe en 2001 cuando se estrenó un falso documental llamado «Operación Luna», en el que se ahondaba en la posibilidad de que aquello fuera una película de Stanley Kubrick, el director de «La naranja mecánica».
«No son más que tonterías», responde indignado Eduardo. «Los americanos trajeron 382 kilos de roca lunar y éstas no se pueden falsificar dada su antigüedad, ni tampoco las señales de televisión que llegaron desde allí, los rusos lo hubieran interceptado». Todo esto lo ha aprendido tras años y años de afición desmedida a la ciencia. Lo suyo era ser biólogo, «pertenezco a la generación que creció con Félix Rodríguez de la Fuente y Carl Sagan», pero los derroteros de la vida le llevaron a estudiar Farmacia. No se lo reprocha, ni lo dice con pesadumbre, porque nunca ha dejado de interesarse por la ciencia ni de participar activamente para promoverla. Fue miembro de la Agrupación Astronómica de Madrid, hasta que se mudó a Bohadilla. Ahora pertenece a la Agrupación Astronómica Madrid Sur y ha fundado su propio club de ciencia. Además, es guía voluntario en el Centro de Entrenamiento de Visitantes (CEV) que tiene el Deep Madrid Communication Complex en Robledo de Chavela. «En el CEV hay un museo con una sala dedicada a las misiones Apolo, con maquetas de las naves y otras piezas reales, pero lo que verdaderamente le gusta a la gente es escuchar anécdotas». No hace falta preguntar cuál es la más aplaudida porque ya se anticipa él: «La de la periodista Oriana Fallaci con el comandante del Apolo 12». «Nunca le pagó los 500 euros que perdió en la apuesta», apostilla.
A él le gusta contar a los demás todo lo que ha aprendido sobre el espacio, pero con los pies en la Tierra. Aunque cada vez es más factible el turismo espacial, él no se pondría el traje de astronauta «ni aunque pudiera pagarlo». «Ni aunque se encontrase vida o restos de vida microbiana en Marte». Eduardo no lo descarta: «El Universo tiene que estar lleno de vida, si no ¡que desperdicio!».
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