Terremoto

Terremotos: 2018, el año del gran temblor

La rotación de la Tierra se ha ralentizado y la energía que eso libera compromete la ya débil estabilidad de las placas tectónicas. Por eso algunos expertos creen que, este año, podría haber una veintena de sismos de alta intensidad

Terremotos: 2018, el año del gran temblor
Terremotos: 2018, el año del gran temblorlarazon

La rotación de la Tierra se ha ralentizado y la energía que eso libera compromete la ya débil estabilidad de las placas tectónicas. Por eso algunos expertos creen que, este año, podría haber una veintena de sismos de alta intensidad.

Rebecca Bendick es una investigadora en geofísica de la Universidad de Montana, Estados Unidos, cuya labor principal es ayudar a predecir terremotos. Sin embargo ha provocado uno. Hace unas semanas presentó durante la reunión anual de la Sociedad Geológica Americana lo que aparentemente debía ser uno más de los informes estadísticos de una ciencia no demasiado atractiva para los medios. El estudio analiza la ocurrencia de terremotos en el mundo desde 1900 hasta nuestros días. Estadísticamente, Bendick descubrió que cada 30 años se produce un periodo de aumento de los sismos de magnitud superior a 7 en un 30 por 100 en las zonas cercanas al Ecuador terrestre.

La autora propuso una explicación técnica para esta extraña evolución: las placas tectónicas están sometidas a un inevitable estrés variable por culpa de que la velocidad de rotación de la Tierra sobre su eje varía.

No está claro por qué, pero el tempo al que nuestro planeta da sus vueltas de peonza es irregular. Puede que tenga que ver con la difícil relación entre su corazón ardiente y fundido y su manto exterior sólido. Algo parecido a lo que ocurre con el wiski del vaso y el hielo en su interior. Por mucho que nos empeñemos es imposible hacerlos girar de manera uniforme.

Como resultado de ello, desde el año 2011 se ha detectado que la rotación de la Tierra es cada vez un poco más lenta. En realidad las diferencias son muy pequeñas, menos de una milésima de segundo. Eso quiere decir que el día medio en 2018 será una milésima de segundo más largo que en 2011 (realmente ni usted ni yo vamos a notarlo), pero el planeta lo nota. Todo lo que frena o acelera produce energía. Si damos un frenazo con el coche las ruedas chirrían, echan humo, se desgastan: eso es energía.

A la Tierra le ocurre algo similar, la energía liberada por su ralentización puede comprometer la ya de por si débil estabilidad de las placas tectónicas.

El geólogo Robert Bilham, el segundo firmante del estudio sobre este fenómeno lo dice: «La correlación entre la rotación terrestre y los terremotos de magnitud 7 o superior es evidente y sugiere que vamos a vivir un aumento significativo de la intensidad de los sismos en 2018».

Con esas palabras, lo que podría haber quedado en un inadvertido y aburrido estudio matemático, presentado en una humilde reunión de científicos se ha convertido en objeto de atención de los medios de todo el mundo: ¿Será 2018 el año con más terremotos de la historia?

El registro de sismos grandes durante el último siglo y medio está bien estudiado. Analizándolo con calma se descubre que existen desde 1900 cinco picos de actividad en los que la ocurrencia de terremotos ha sido especialmente llamativa. En esos años hubo entre 25 y 30 seísmos graves cuando la media es de 15.

Bendick y Bilham han reunido también los datos de velocidad de rotación terrestre y han descubierto que igualmente fluctúan en periodos más o menos estables. Curiosamente, los años en los que más se detuvo la velocidad fueron la antesala de años de actividad sísmica récord. En realidad, según estos geólogos, la velocidad de rotación nos ofrece pistas para aventurar con cinco años de antelación cómo será el comportamiento violento de la Tierra.

¿Qué nos dice la tendencia respecto a este año? Según el informe en 2018 deberíamos prepararnos para sufrir un aumento significativo de los temblores de magnitud 7 o superior. En 2017 se han producido seis, este año podrán producirse 20. No será el peor año de la historia, si se queda en eso.

Pero el número de acontecimientos que realmente vivamos es imposible de predecir. El margen de error es grande y el informe, de por sí, asusta.

Predecir terremotos es una tarea ardua. No hay forma humana de prever dónde va a ocurrir el siguiente. Los seísmos aparecen donde la energía potencial almacenada en las lindes de las placas se libera enviando ondas de impacto hacia la superficie. Los científicos saben dónde se encuentran las zonas sometidas a mayor tensión, pero los mecanismos que disparan un movimiento específico son complejos y misteriosos.

El trabajo sobre la rotación de la Tierra, en principio, parece una de esas herramientas soñadas por la ciencia desde hace siglos: un método estadístico que permita al menos aventurar tendencias ciertas en la formación de movimientos sísmicos, un indicador fiable de sismicidad futura.

Pero el resultado es más intangible de lo deseado. Muchos científicos se han mostrado escépticos. No podemos realmente confirmar si la relación entre la rotación de la Tierra y los terremotos es estable o se trata simplemente de una correlación casual a la que atribuimos más importancia de la que merece. No sería la primera vez que ocurre eso en ciencia.

La desesperación ante nuestra impotencia con los terremotos ha llevado a los científicos a buscar heraldos del desastre en cualquier fenómeno aparentemente repetido que se produce antes de un movimiento grave: desde el comportamiento de los animales a la emisión de gases desde las rocas o las señales eléctricas de baja frecuencia emitidas desde el interior de la Tierra. Nada de ello ha resultado útil.

El trabajo de Bendick y Bilham puede que tenga el mismo destino. De momento, si es cierto que la rotación de la Tierra interviene en los terremotos el mayor número de ellos ocurrirá en zonas cercanas al Ecuador. Es ahí donde las tensiones producidas por la liberación de energía tendrán más efecto. Es algo parecido al modo en el que la falda de una bailarina se levanta por el centro de la cintura cuando gira deprisa y cae de nuevo al frenar.

Esas subidas y bajadas de energía entre el Ecuador y los polos resultan una fuente exquisita de alimento para los seísmos. Pero los científicos son eso, científicos, y no magos. De manera que son absolutamente incapaces de ver el futuro. La única manera de reaccionar ante los desastres futuros es prepararse para ellos. Sin saber cuántos serán ni dónde ocurrirán. De hecho, aunque en 2018 hubiera un número especialmente elevado de seísmos eso no quiere decir necesariamente que sean más devastadores que nunca. Algunas de las zonas que podrían verse más afectadas forman parte ya del grupo de países del mundo que más terremotos sufre y, por lo tanto, en algunos casos ya están preparados para ello. La predicción es imposible, pero la acción preventiva de mejorar las condiciones de los edificios en las áreas más sensibles es posible. Imprescindible. Tarde o temprano llegará el año con más terremotos de la historia. Sea este o no, en nuestras manos está que no sea el año con más muertos por terremotos de la historia.