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El día que supimos quién era Laura Palmer
Su aparición fue un «shock» para un espectador que vivía en la ingenuidad
Su aparición fue un «shock» para un espectador que vivía en la ingenuidad
Hay pocos recuerdos del 15 de noviembre de 1990. Sin embargo, esa noche se fijó en la retina una imagen que, de tanto en tanto, viene a la mente como un «flash». Se sabe que la vivimos, pero cabía la posibilidad de que la hubiésemos soñado y nos despertáramos bañados en sudor por el miedo y también por el desconcierto, como si estuviéramos asistiendo a una epifanía televisiva.
Telecinco, la cadena que emitió la serie, llevaba días avisándonos. «Si no ves mañana ‘‘Twin Peaks’’, pasado mañana no sabrás de qué hablan todos». La publicidad es el arte de engatusar, pero esta vez no era un señuelo. Los títulos de crédito y la banda sonora de Angelo Baladamenti –sugerente, hipnótica, con un punto de melancolía y, en ocasiones con un tono amenazante– era solo el anticipo. Al poco tiempo de empezar lo descubrimos: un cadáver envuelto en un plástico aparecía al lado del lago de un tranquilo pueblo. Antes de rasgarlo, Frost y Lynch rompen la tensión súbitamente. El policía que tiene que hacer las fotografías del cuerpo empieza a llorar desconsoladamente mientras el sheriff Truman le reprochaba su fragilidad. Ese toque de humor negro funcionó como un cortocircuito mental. Luego comprendimos que formaba parte del juego de uno de los mayores prodigios narrativos que se han visto en televisión.
w el sueño eterno
Rajan el plástico y ahí estaba la protagonista, ausente, de la historia: una joven cuya belleza no había sido profanada ni por su tez grisácea y sus labios de color violeta. A pesar de que el cabello estaba enmarañado, su rostro transmitía tranquilidad. Con los ojos cerrados, parecía que la muerte no había querido despertarla para avisarle que iba a ser asesinada e iniciar el sueño eterno. Los que estaban presentes se miran entre el estupor y el dolor y, por primera vez, oímos su nombre: era Laura Palmer. Se repetía como un mantra capítulo tras capítulo, como si invitasen a la meditación del por qué murió –aún los medios de comunicación ninguneaban la crónica negra que dejaban para «El Caso»– y, sobre todo, quién la asesinó. ¿Y el móvil? Su única culpa, por cortesía de Frost y Lynch, fue participar de forma pasiva en resucitar, en términos de renovar, la ficción. Desde entonces nadie desconoce quién es Laura Palmer, el embrión de una serie con una arquitectura perfecta.
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