Guadalajara
«Estoy satisfecho con lo que he hecho, no ha sido ni mejor ni peor»
"Viajar para ser humilde, para conocerte y conocer a los demás". Así resumía Leguineche la profesión de corresponsal de guerra.
Mientras Manuel Leguineche se despertaba de la siesta y se preparaba para la entrevista, yo esperaba en el salón de su casa acariciando a su perro y me di cuenta de que me habían dejado con uno de los sujetos que más información podía darme sobre él, su perro. Dicen que los perros se parecen a sus amos, que son reflejo de sus cuidados y de su propia alma y aquel animal era todo afabilidad. También me acompañaba su hermano, quién me desveló que pocas horas antes habían estado comiendo con otro relevante periodista, Juan Cruz, y que le había traído a su hermano un ejemplar de uno de sus últimos libros. A pesar del tiempo transcurrido, la gente se seguía acordando del famoso corresponsal de guerra, cosa que decía mucho de él y es signo de que hizo buenos amigos que aún conservaba. Familia y amigos le rodeaban, ya en la tranquilidad de su retiro de Brihuega (Guadalajara), en la que fuera la "Casa de los Gramáticos". Una personalidad así no podía vivir en cualquier lugar, aunque fuese en un precioso pueblo de la Alcarria. Su casa está situada en una plaza llamada en su honor: plaza de Manuel Leguineche. Horrorizado de tanta guerra, Manuel Leguineche buscó y encontró la paz que necesitaba en La Alcarria. "Cela influyó mucho en mi decisión de retirarme aquí. Decidí serenarme y busqué ese sosiego en Guadalajara. Me ha gustado siempre el campo. Aquí tengo una vida más cómoda. Estaba cansado ya de Madrid y de la agitación de las guerras."
Como todas las grandes personalidades, se hizo esperar; por fin oí abrirse la puerta del salón y sí, era él. Apareció en silla de ruedas, en la que llevaba desde hacía 10 años, empujado por la señorita que le atendía. Nos saludamos con un apretón de manos, que después se transformó en dos besos; en efecto, los perros son el reflejo de sus amos. Era de complexión más grande de lo que me había parecido en las fotos que había visto de él más joven, lo cual es raro; yo tenía la creencia de que a medida que envejecemos, el cuerpo va encogiendo. Quizás, es un signo de lo que había sido, de su grandeza, que de alguna manera "le salía por los poros". Tenía que reflejársele de alguna manera.
Ya habían pasado esos instantes de saludo, tan aparentemente insignificantes pero que seguro determinaron como se desarrollaría la entrevista, tanto por parte suya como por la mía.
«La Guerra Mundial me lo puso fácil»
Manuel Leguineche estudió Derecho además de Filosofía y Letras. Su carrera periodística empezó en el periódico El Norte de Castilla en Valladolid. "Empecé en el periódico Norte de Castilla con Delibes. Una suerte maravillosa en la que me puso la vida. Delibes fue un maestro como nunca hubiera soñado; cabal, lleno de mesura, de cultura, de sabiduría. Cuando me decanté por el Periodismo, él me ayudó muchísimo. He sentido mucho su muerte. Fue un maestro para mí, fue como mi padre."
Ser periodista fue el oficio que eligió; sobre todo por el ritmo que exigía y por su personal pasión por los paisajes. "Me gustaba todo: la escritura, viajar, el periodismo... Nací en plena Guerra Mundial, en 1941, con eso no tengo más que decirle. Fue una mezcla entre mi vocación por la lectura, los textos históricos y la guerra que estaba teniendo lugar y por la que sentía una especial curiosidad. El dinero nunca estuvo en mis decisiones. En mí época se sabía que no se podía vivir del Periodismo. Además, mi padre era un gran interesado de la historia y tenía revistas y libros varios y puede decirse que sí, que de él también salió mi vocación. La guerra mundial me lo puso fácil, me sugirió los distintos escenarios, que después recorrí como corresponsal de guerra."
El padre de Manuel Leguineche había ya decidido cuál sería el oficio de su hijo antes de que éste se decidiera por su bien elegida vocación. Quería que su hijo estudiase Derecho o hiciera la Carrera Diplomática, se enfadó un poco cuando Leguineche hubo expresado su última voluntad. Pero, había sido éste en parte, el que le había introducido de forma involuntaria en el Periodismo. ¡Qué paradoja! "Yo sabía que tenía que ser así".
Don Manuel Leguineche ha sido calificado como una de las figuras más relevantes de la prensa del siglo XX. Javier Reverte, gran amigo suyo, habla de su aparición en el periodismo español como "un salto cosmopolita en nuestro periodismo", comentario con el que él, haciendo gala de su humildad y sencillez, no acaba de estar de acuerdo. "No es del todo cierto. Es la expresión de un amigo. Como todas las definiciones, es un poco estrecha. Sí, puse intención, hice mis viajes que fueron muy intensos y extensos. Algunos, que vistos ahora, no son fruto de la irreflexión, puesto que llegué a dar una vuelta al mundo en un coche con unos americanos que conocí."
Apodado padre de la tribu de corresponsales de guerra en España, Manuel Leguineche publicó más de 40 libros, la mayoría de ellos de historia y varios otros de viajes. "¿Tantos?"me pregunta a mí, a lo que yo asiento y sonrío. Recuerda con especial cariño su novela titulada El Camino más corto. "Escribí una novela, La Tribu, un libro sobre un golpe de estado en África y se quedó con el nombre, la gente tenía ganas de poner adjetivos, es un título muy representativo". "¿Con especial cariño? Todos, uno en particular, El Camino más corto: resumen de una vuelta al mundo. El que resume mejor mis andanzas o alguna de mis andanzas por ahí."
Entre los muchísimos galardones que recibió están el Premio Nacional de Periodismo, el Pluma de Oro, el Cirilo Rodríguez, el Godó, el Julio Camba, y el Ortega y Gasset, "Los premios me agradan, pero no especialmente; los agradezco pero no soy muy dado a las grandes conmemoraciones. Me gustan la humildad y la sencillez. Estoy satisfecho con lo que he hecho, no ha sido ni mejor ni peor."
«No es que yo fuera un coleccionista de guerras»
Tenía la sensación de que el tiempo había pasado muy rápido. Opinaba sin tapujos sobre la que fue su profesión, aquello que le hizo tan feliz: "El periodismo sí ha cambiado, y no poco. Tecnológicamente se ha producido un cambio fundamental. No me inclino a pensar en que lo que vivía uno antes era lo bueno, pero también hay que darle su parte al trabajo que se hizo antes, que fue bueno. Tampoco hay que pensar que todo lo que se hizo era bueno. Me inclinaba a pensar que antes era mejor porque pusimos mucha ilusión en todo, tiempos en definitiva felices. No tuvimos Vietnam, pero tuvimos años felices. En aquel tiempo no entraba el ego por medio, queríamos un final feliz y yo cumplí todo lo que me había propuesto, me esforcé mucho. No es que yo fuera un coleccionista de guerras. Puedo estar satisfecho de lo que dejo atrás".
«Mentiría si dijera que no he sido feliz. He sido muy feliz»
El miedo no es uno de los atributos que pudieran definir al señor Leguineche. "No puedo decir que fuera miedo lo que pude sentir alguna vez durante mis años como corresponsal. No todo fue grato, había de todo como en botica, aunque sobresale lo bueno. No quitaría nada de éste, el que ha sido mi oficio durante toda mi vida, he disfrutado mucho. "Mentiría si dijera que no he sido feliz. He sido muy feliz".
Defensor de la indudable capacidad de todos los medios de comunicación para hacer frente a la actualidad "si se hace bien, todo está bien". Un periodista que ha trabajado en todas las ramas de la profesión puede largamente dar consejo a los profesionales venideros: "Leer periódicos. Los jóvenes olvidan eso en ocasiones. Algo que es necesario porque es aquí donde se aporta todo lo que necesitan, lugar fundamental donde recoger información y hacerse una idea del modo en que puedes enfocar las cosas".
"Existe una mezcla de sentimientos, al final has ido a tantas guerras que sientes una especie de hartazgo hacia ellas. He salido horrorizado". Leguineche, experto en esta cuestión, afirmaba muy rotundamente que en ningún caso creía que pudiera una guerra estar justificada. A pesar de haber presenciado docenas de cruentos enfrentamientos armados, Manuel Leguineche tendía a pensar bien de las personas, era positivo en todos los casos y no se dejó influenciar nunca por tanta violencia como le rodeó. Nunca se hubiera definido como una persona de talante agresivo o violento "me ha gustado llevarme bien con la gente. No he sido muy amigo de tener enemigos". Amigo de sus amigos, gran aficionado al mus y con fama de mal perder en el juego afirmaba: "Estoy muy contento con mis virtudes, si hay alguna, y con mis defectos".
Leguineche no se definía ni como comunista ni como capitalista, pero si dejaba claro que era muy vasco, haciendo gala de patriotismo por el lugar en el que nació, a la vez que se sentía también muy español; "lo soy, soy muy vasco y con mucho gusto a mi tierra; ahí están mis raíces. En definitiva, mi tierra."Y en lo que se refiere a Gibraltar, título y tema al que dedicó uno de sus libros en el que reescribe la historia de este territorio, decía: "Estuve en Gibraltar muy pronto; siempre quise escribir sobre ese lugar. Además, es un conflicto que se tendría que haber resuelto hace tiempo."
Muy seguro de sí mismo, afirmaba que, incluso con todos los defectos, no cambiaría nada de su vida. Guardaba como peor recuerdo su experiencia en la Guerra de las Malvinas. "Me dejaron un sabor amargo las Malvinas y algunas otras. Dieron un espectáculo. El resultado fue el estado de desastre en que dejaron todo y la tristeza que embargó al territorio. Al final, todas terminan."
Noté que el señor Leguineche respondía a mis preguntas con mucha cautela, pero me di cuenta de que no era por no decir nada de lo que pudiera arrepentirse, sino por no marchitar sus bellos recuerdos. Prefería acceder a sus más inmediatos recuerdos, a aquellos que aparecían sin mayor esfuerzo por miedo a poder recordar algo malo que hubiese sucedido, algo que pudiera hacerle daño o que pudiera ensuciar sus felices memorias. Es así como lo prefería él. Don Manuel coincidió conmigo en que a medida que envejecemos, si miramos a atrás, nos damos cuenta de que tendemos a olvidarnos de lo malo y dejar presente en nuestra memoria solo lo bueno y Manuel Leguineche sentía que su vida había sido feliz.
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