Literatura
Rafael Nadal: «Cuando reservo en un hotel y oyen el nombre me dan la mejor habitación»
Rafael Nadal, periodista. Presenta nuevo libro, «La maldición de los Palmisano». Novela en la que dos familias deberán luchar en el periodo de entreguerras por vencer un destino que parece escrito e inevitable
Presenta nuevo libro, «La maldición de los Palmisano». Novela en la que dos familias deberán luchar en el periodo de entreguerras por vencer un destino que parece escrito e inevitable
«La maldición de los Palmisano» (Destino), o una excusa perfecta para viajar, de la mano de Rafael Nadal, hasta el valle de Itria, en el tacón de la bota italiana, donde el periodista descubre a través de dos familias un sinsentido más de las guerras. Eso sí, por el camino se hace inevitable no pararse en un nombre tan mediático o en preguntar por un territorio, el suyo, que controla como pocos: Cataluña.
–¿Tenemos escrito el destino?
–Sí, no se puede negar. No es lo mismo nacer hoy en Madrid que hacerlo en Damasco, o en una familia de profesores que de ganaderos. La tesis del libro es que, aunque no tengas capacidad para escoger el bando, se pueden tomar decisiones propias. A base de pequeñas individualidades y libertades el destino puede acabar modificado y tumbado.
–Palmisano y Convertini, protagonistas del libro: ¿unos desafortunados o una familia más de las guerras del XX?
–Dos más. Encontraríamos a miles de ellas en Europa.
–Cuente su viaje por Itria.
–Ya estaba dando vueltas a escribir sobre el periodo de entreguerras y estando en el sur de Italia fui a parar a Locorotondo, donde en la plaza del pueblo tenían el típico monumento en honor a las víctimas de la Primera Guerra Mundial y, cuando me acerqué a verlo, me impresionó que la mitad de los nombres eran Palmisano. Después fui a ver el de la Segunda y casi no había Palmisanos, pero se repetía el fenómeno con los Convertini. Esa misma noche tuve claro el argumento.
–Así, de golpe.
–Casi que me vino a encontrar él a mí. Además venía de Bari, donde había descubierto el «Pearl Harbor europeo», en el que en una noche los alemanes hundieron 17 barcos aliados. Me interesé y compré todo los que había sobre el tema. Y ya en Locorotondo vi que el final en Bari era natural. Cuando pregunté por la historia en el propio sur de Italia se volcaron conmigo, porque tienen la sensación de que han quedado marginados de la lectura histórica más heroica de los partisanos.
–¿Por qué Bellorotondo en vez de Locorotondo?
–Tenía dos posibilidades, o cambiarle el nombre a la ciudad o a las familias, y no quise entrar en una investigación sobre las últimas. Me pareció que podía romper la fuerza de tragedia clásica de la novela. He cambiado alguna cosa que me convenía, como el patrón de la ciudad o la utilización de la catedral de Altamura para describir la iglesia de Bellorotondo.
–Y ¿cómo es eso de zafarse del bando que nos viene dado?
–En los conflictos, ya sean de etnias, religiones o de estados, siempre habrá grupos. Por origen se está en un lado, pero otra cosa es decidir tus actuaciones morales y hacerse responsable de tus actos.
–Hablando de confrontaciones, con el 27-S cerca, ¿cómo están estos bandos?
–Es el momento de las actitudes personales. Sin renunciar a nuestras convicciones o a intentar el éxito de nuestros anhelos más profundos, hay que escuchar a los demás, comprenderlos. Pase lo que pase se trata de tirar para delante una sociedad de valores y libertades, posible si se respeta a los demás y sin crear enemigos, sino ciudadanos con ideas más o menos próximas. Los que tenemos algún altavoz mediático debemos leer más a aquellos que escriben tesis contrarias a las nuestras. Esto acabará algún día con una negociación y con un paso por las urnas, seguramente con una ley de claridad parecida a la Canadá, pero, para ello, es necesario hablar mucho. Yo tengo mis convicciones, pero son menos importantes que la capacidad de entendernos unos y otros. Por cosas como éstas, para evitar equívocos de cualquier tipo, me he llevado el libro a Italia para que la lectura fuera muy objetiva.
–Aun así hay un guiño a la Guerra Civil.
–Lo llevo a Gerona en un momento dado, pero si lo hubiera centrado aquí, los lectores tomarían partido por los personajes en función del bando en el que estaban. Quería que fueran libres. Igual que en la situación actual, en la que me gustaría que la gente pudiera leer un artículo sin leer la firma.
–¿Ese futuro catalán, que llegará «algún día», es con España?
–Lo que decidan los ciudadanos, que nunca será en contra de la voluntad mayoritaria.
–En la radio hablaba un hombre que sentía que el nacionalismo le había robado su fiesta, la Diada. ¿Hay más división que nunca?
–Menos de la que se dice. Entre analistas y periodistas, sí. Todo esto tiene mucho de soberbia intelectual. Los que hace tiempo hemos pronosticado que acabaría dándose este escenario, ahora estamos intentando que se produzca para acreditar nuestra excelencia como analistas. Reconozco que me puede pasar a mí.
–Cuestión de ego.
–Claro, nadie quiere aceptar que no vio venir que pasaría una cosa u otra.
–El «lo dije».
–Es exactamente lo que está pasando. En vez de esperar, todos intentamos, inconscientemente, que se cumpla la profecía. Los ciudadanos viven con más tranquilidad. Parece que en Cataluña no se habla de otra cosa y si sacas el tema la gente te mira con cara de «ya haré lo que quiera, pero ahora mismo tengo otras ocupaciones».
–El libro habla de una Europa devastada con el fascismo y el nazismo de fondo. ¿Hoy qué decorado tenemos para ver estas imágenes?
–Olvidamos muy rápido, pero finalmente se ha tomado conciencia estos días. Se han terminado removiendo las entrañas. Las guerras normalmente se producen en países exóticos y las vemos como una película que no va con nosotros y estos días con la guerra de Siria parece estar más cerca. Siempre digo que he estado allí en condiciones muy placenteras, y mirando a la gente e imaginando sus historias y ahora, cuando veo las bombas, tengo la sensación de que caen sobre un ambiente que conozco, vidas parecidas a la mía. Es un sentimiento propio. Si no le pones cara e historia a las víctimas es muy difícil comprender el dolor y solidarizarte.
–Cambio radical a una pregunta inevitable: ¿cómo lleva el revés?
–(Risas). Algún día escribiré un cuento relacionado con eso. Me llama mucha gente creyendo que soy el tenista. Cuando voy a alguna emisora, detrás del hombre de seguridad, hay ocho o diez chicas esperando... Hasta que doy el DNI para identificarme y a todas se les cambia la cara. Lo siento, pero yo llegué antes. También reconozco que, cuando reservo en un hotel de una isla griega y pido una habitación con vistas al mar, me dicen que por descontado en cuanto oyen el nombre, que la encontrarán seguro y que me darán la mejor. Hay tantos equívocos que dan para que escriba un cuento y creo que lo voy a hacer.
–Cerramos con el libro. Ese final entre la nieta y su «nonno» nos deja la puerta abierta a más Palmisanos, ¿no?
–Todavía está por ver, pero sí.
El lector
«Hace muchos años compartí tertulias y medios de comunicación con Paco Marhuenda, así que hay una vinculación muy personal con el director y, por tanto, siempre tengo un ojo encima. LA RAZÓN es un diario muy presente en mi día a día. Además, como ex director de un periódico, hay un punto de corporativismo que hace que nos miremos los unos a los otros, ya sea para alabarnos o criticarnos, pero siempre con el objetivo de compartir cada momento del viaje».
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