Violencia de género
«Quítate zorra, si te tengo que matar a ti para matar a tu madre, lo hago»
Esta es la frase que su padre le dijo a Paula cuando tenía 14 años. Tiempo después sufrió maltrato psicológico de dos ex parejas
Dos generaciones de malos tratos. Madre e hija han sufrido la violencia de género en primera persona. Paula, que ahora tiene 25 años, la vivió primero en el hogar familiar. «Cuando era pequeña pensaba que eso pasaba en todas las casas, hasta que hablas con tus amigos y te das cuenta de que no es así».
Madre e hija han sufrido la violencia de género en primera persona. Paula, que ahora tiene 25 años, la vivió primero en el hogar familiar. «Cuando era pequeña pensaba que eso pasaba en todas las casas, hasta que hablas con tus amigos y te das cuenta de que no es así». Las peleas eran constantes. «Mi padre encontraba siempre alguna excusa, como que mi madre se pusiera en medio de la televisión, para discutir». «‘‘Puta’’ era la palabra diaria; también le hacía ver que ella no valía nada y que nadie la iba a querer».
Pero la violencia no acababa con su madre. «A mí me llamaba gorda, al pequeño tonto y al mediano nenaza. Me pegó muchas veces. Recuerdo una vez que, estando enferma, me fui con él en pijama a buscar a mis hermanos. Estaba lloviendo y me dijo que me bajara del coche y fuera a por ellos. Al decirle que no, me dio un puñetazo en el estómago. Esa noche estuve vomitando». Pero ésa fue sólo una de tantas. El padre les «tiraba los cigarros encendidos en el coche si le pedíamos que cerrara las ventanas por el frío» y también «me ha apagado cigarros en el brazo». Pero lo peor que Paula recuerda fue cuando tenía 14 años. «Mis padres estaban en la cocina y él había cogido un cuchillo. Fuimos los tres, yo me metí en medio y le agarré del brazo, el mediano cogió el cuchillo del filo y el pequeño le sujetó por la pierna». Fue entonces cuando «me dijo: ‘‘Quítate zorra, si te tengo que matar a ti para matarla a ella, lo hago’’. Ese día no me hizo nada, pero fue el peor».
La madre –a la que llamaremos María dado que pide que no se la identifique– recuerda la pesadilla que vivieron. Cuando empezaron a salir, las humillaciones eran constantes. «Los siete años que estuvimos de novios me amenazaba autolesionándose o diciéndome que se iba a suicidar. Nos dimos un tiempo. Nada más casarnos, empezaron los empujones, me lanzaba cosas. No tenía ni que pegarme». Con un gesto amenazante, María se moría de vergüenza en público.
Recuerda que una de las veces le clavó un cuchillo en el brazo y él mismo la llevó a Urgencias. Después venía la fase de pedir perdón, pero a medida que pasaban los años, esta fase duraba menos. En otra ocasión «me dio latigazos con un cinturón en las piernas. También me echó de casa a puñetazos y patadas. Recuerdo que fui a la Guardia Civil, pero no pasó nada, fueron a la casa y al ver que los niños estaban bien, tuve esa noche que dormir fuera». Eran otros tiempos, «sé que ahora las cosas han cambiado. Hay más concienciación, aunque se necesita más».
La vida, si esto se puede llamar así, continuó. Hasta que decidieron escapar. Tras el primer intento fallido, él se enteró «e intentó atropellarme». Días después, lo lograron. Se fueron al Centro de Recuperación Integral de la Federación de Asociaciones de Mujeres Separadas y Divorciadas, el único que existe en España, a pesar de las escalofriantes cifras de víctimas. Fue su salvación. «Mis hijos se dieron cuenta de que había otros niños que habían vivido lo mismo que ellos y aprendieron a saber que eso no es normal».
Pero pasaron los años, y Paula sufrió maltrato psicológico con dos parejas. La primera con 17 años. «Me apartó de mis amigos. Cada vez que iba a quedar me amenazaba con dejarme. Estuve un año sin verlos». El segundo, cinco años después. «Se metía con mi físico. Me decía que no comiera y adelgacé 10 kilos. Cuando se ponía violento me pedía perdón, y si eso no funcionaba me empujaba contra la pared. El día que lo dejamos vino para intentar que volviésemos. Me dijo que él era lo peor, se dio a sí mismo un golpe contra la pared y amenazó con ahorcarse. Ya no nos volvimos a ver». Hoy su pareja «es un sol». Y no lo dice sólo ella, también su madre, que con las otras dos relaciones le pidió que lo dejara. Por eso María pide a los padres que si ven que sus hijas dejan de salir con sus amigos o que se pasan toda la noche al teléfono disculpándose enciendan la señal de alerta. Para los pequeños, también fue un trauma lo vivido con su padre. «Tienen miedo a ser como él. Paula dice que les daría la espalda, yo soy su madre, pero si viniera algún día mi nuera y me dijera eso...». Pero los pequeños, que hoy tienen 18 y 20 años, son unos jóvenes que aprendieron en el centro que no es correcto que un profesor llame nenaza a un chico. Pero el miedo no se olvida, el de 20 reconoce que cuando oye una discusión se le seca la boca y le tiemblan las piernas. Y el pequeño, a la menor rencilla, se aleja.
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