Educación
Lo que no puede esperar
Allá por 1944, cuando los alemanes bombardeaban Londres desde el continente europeo, cuando las penurias de la guerra apenas dejaban ganas de pensar en otra cosa, los ingleses dieron a luz una de las reformas educativas que mayor incidencia habría de tener no sólo en el Reino Unido, sino en toda Europa y fuera de ella. Me viene este ejemplo a la cabeza al escuchar las voces que desde distintos ámbitos, incluso desde el educativo, recomiendan apar- car por el momento todo movimiento de reforma en materia de educación para concentrarse en la terrible crisis económica y laboral que estamos padeciendo. Especialmente elevan esas voces quienes, al amparo de la crisis ahora (antes lo hicieron al amparo de otras cosas), se resisten a que se toque un solo pelo a toda esa legislación que, desde los 80, ha convertido al sistema educativo español en el furgón de cola de los países de nuestro entorno. Son los conservadores de la Logse, que extrañamente siguen presentándose como paladines del progresismo a pesar de todo, a pesar de que no hay gobierno, ni de izquierdas ni de derechas, que siga defendiendo hoy en ningún país desarrollado tales políticas. Es verdad que no hay un duro, pero también lo es que hay cosas que no pueden esperar más, so pena de que multipliquemos las crisis creyendo arreglar la que ahora nos inmoviliza. Entre las que no pueden esperar está la congénita falta de eficiencia por parte de nuestras escuelas, particularmente las públicas, en la obtención de dignos resultados de aprendizaje. Hace ya años que nos siguen saliendo las mismas cuentas: está en práctica situación de fracaso escolar un alumno de cada 4 a los 14 años de edad, y uno de cada 3 a los 16; somos los abanderados del abandono escolar y del absentismo; sólo 4 de cada 100 alumnos de 15 años alcanza altos niveles de rendimiento en las materias fundamentales (lengua, matemáticas, ciencias), mientras en Finlandia son 18 y en Japón 17, por no seguir mencionando ejemplos. ¿Cómo vamos a conseguir, así, que nuestros jóvenes puedan ser competitivos en la «sociedad del conocimiento»?
Es evidente que, en estas condiciones, seguir esperando a que arrecie la tormenta económica y el desempleo masivo de (precisamente) nuestros jóvenes puede resultar suicida. Hay que hacer algo ya, hoy mismo. Y hay cosas que efectivamente se pueden hacer, incluso con poco dinero o casi ninguno. Todavía hay ingenuos que creen lo que no se les cae de la boca a determinados sindicatos y grupos políticos o politizados: que los problemas de la educación española se arreglan con dinero. No. Me atrevería a afirmar, incluso, que desgraciadamente no es así. Los coreanos destinan a educación menos dinero que nosotros, pero sus jóvenes muestran unos resultados escolares mucho mejores que los nuestros. Entre otras, hay por lo menos tres cosas que desde ya se pueden hacer, que deberían haberse ya hecho. Primera y principal, elevar el ánimo, la consideración social y las condiciones de trabajo del profesorado, de tal modo que las horas de docencia y de atención a los alumnos (incluidos los necesarios contactos con sus familias) no sean, como ocurre a menudo, un calvario.
Segunda, procurar que los centros escolares alcancen un verdadero clima de aprendizaje, de interés por aprender, en lugar de un creciente clima de apatía, de pasar el tiempo, cuando no incluso de indisciplina y hasta violencia más o menos camuflada. Para esto es fundamental el refuerzo del liderazgo. Como suelen decir frecuentemente los ingleses, «un buen director hace una buena escuela». Y, tercero, reforzar en los planes de estudio, a todos los niveles, la presencia y la exigencia de resultados apreciables en las materias claves, en las llamadas «competencias básicas» o aprendizajes instrumentales, especialmente los que atañen a la comunicación, al buen leer y al buen escribir. No puede aprender ninguna otra cosa quien antes no entiende lo que lee o no sabe expresar lo que ha leído. A nadie puede gustarle estudiar si no le gusta leer. Algo parecido habría que decir de la matemática, en un complejo mundo en que la cuantificación y la resolución de problemas son vitales. Esto para empezar. Habría que ampliar algo más el cupo, exigiendo aprendizajes concretos en aspectos básicos de la moral y de la cultura, así como de la ciencia. Bienvenida sea toda reforma legislativa que nos permita navegar en esa dirección.
José Luis García Garrido
Catedrático de Educación Comparada e Internacional de la UNED
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