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El fiscal cree que Porto pudo asfixiar sola a su hija

Rosario Porto y Alfonso Basterra durante el juicio
Rosario Porto y Alfonso Basterra durante el juiciolarazon

La abogada de la acusación popular concluye que los padres acordaron un plan para acabar con Asunta: «La niña se lo dijo a sus amigas».

Al fiscal le temblaron las piernas y las convicciones. Nada más arrancar la sesión, en la que debía narrar cómo, en su opinión, se produjo el asesinato de Asunta, plegó velas y reconoció la debilidad de las pruebas: «Es posible que Rosario Porto matase a su hija sola, sin la presencia de Alfonso Basterra». Hubiese tenido sentido si después, durante su alocución, no se hubiese pasado la mitad del tiempo tratando de justificar que sí estuvo en el momento de la muerte. Mal comienzo para un discurso que pecó de desordenado y poco convincente. Le vino a salvar la papeleta la abogada de la acusación popular, Rocío Beceiro, mucho más fluida en el verbo y con mejores argumentos. «Asunta habló, nos dio su versión de los hechos». Con esta efectista frase arrancó la letrada sus conclusiones. «La niña contó a sus profesores y a sus amigas: “Me han intentado matar”, “me están drogando”. Y dijo quiénes lo hacían. Asunta confesó que fueron sus padres».

La primera vez que dio la voz de alarma, según la letrada, fue el 5 de julio, después de que un desconocido tratase de asesinarla mientras dormía en casa de su madre. «Al día siguiente, por la tarde, mandó un mensaje a una amiga en el que le decía: “Hoy me han intentado matar”. Luego se fue con la familia de una compañera de colegio a pasar fuera de Santiago el fin de semana y contó en el coche que la habían intentado ahogar delante de su amiga y la madre de ésta».

La segunda vez que advirtió a sus personas próximas de que algo extraño le ocurría fue el 23 de julio, dos meses antes de morir. Sucedió en la escuela de música. «La niña llegó a clase en un estado lamentable. Le dijo a sus profesoras que llevaba dos días durmiendo. “Me dan polvos blancos. Mis padres me engañan. No me dicen lo que está pasando”, les relató Asunta a sus docentes. La niña sabía que Alfonso y Rosario eran el peligro».

Fueron cuatro los episodios de sedación y, coincidiendo con cada uno de ellos, en las horas previas, Alfonso Basterra compró una caja de Orfidal. Para la acusación fueron ensayos del crimen, tentativas que siempre coincidían con que Asunta dormía en casa de su padre. «No lo hacía él a espaldas de Rosario. Ella también lo sabía porque o le preguntaba por mensaje cómo estaba su hija, o iba a recogerla a las clases particulares y veía su terrible estado o mandaba notas justificando su ausencia. Nunca jamás la llevaron al médico. Intentaron justificar que ese estado se debía a los antihistamínicos que le daban para la alergia, pero ni la tenía diagnosticada ni cuando se analizó el pelo de Asunta se encontraron restos de ese medicamento, sí de Orfidal».

El día del crimen, según la letrada, «le dieron las pastillas en casa de Alfonso durante la comida. Una madre nunca olvida el último sitio en el que vio a su hija, pero Rosario mintió. Dijo que se quedó en casa haciendo los deberes. Es falso. Se demostró que la llevó en su coche a la finca de Teo. Alfonso afirmó que él no salió de casa en toda la tarde, pero una testigo lo vio a las 18:20 con su hija por la calle. Él evitó las cámaras para que no le grabasen. Acompañó a su hija y la subió en el coche de la madre».

A partir de este momento es cuando, quizá, el relato de Rocío Beceiro es menos tupido ypresente más lagunas. Elabora un relato inestable que permite muchas dudas para las que no hay respuesta. Ella explicó que Alfonso y Rosario mataron de común acuerdo a su hija en la finca. Sin embargo, es Rosario la que se deshace del cadáver. Ante este relato cabe preguntarse: ¿cómo se desplazó el padre hasta la finca? ¿En su coche rojo? ¿Por qué no se grabó su vehículo yendo hacia Teo como el Mercedes de Rosario? Y si fueron los tres juntos en el mismo vehículo verde, ¿cómo regresó Alfonso solo a Santiago mientras su mujer se deshacía del cuerpo?

Al termino de la sesión, la sensación generalizada fue de condena segura. Lógico también, porque las defensas no hablaron. Hoy es su turno.