Brote de ébola
El laboratorio en el que se «mata» al ébola
LA RAZÓN accede al centro que confirmó los contagios de Pajares, García-Viejo y Romero por el virus
LA RAZÓN accede al centro que confirmó los contagios de Pajares, García-Viejo y Romero por el virus
Todos los meses de agosto, el laboratorio de bioseguridad P3 que el Instituto de Salud Carlos III tiene en Majadahonda (Madrid) para. El trasiego de patógenos se detiene para poder limpiar unas instalaciones que funcionan los 365 días del año. El año pasado fue una excepción. «Veíamos como estaba siendo la progresión en el número de casos de ébola y sabíamos que antes o temprano tendríamos que analizar alguna muestra», afirma Manuel Cuenca, subdirector de Servicios Aplicados, Formación e Investigación del instituto. Así, esta es la primera vez que los medios entran en uno de los pocos laboratorios de bioseguridad de nivel 3 en el que se analizaron alrededor de 20 muestras de posibles contagios del virus Ébola.
El equipo del Centro Nacional de Microbiología, donde se ubican las instalaciones, fue el primero en determinar que el misionero Miguel Pajares se había contagiado, aunque en Liberia ya le habían hecho una prueba previa. Fueron ellos los mismos que, apenas unas semanas más tarde confirmarían el positivo del sacerdote Manuel García-Viejo y, en septiembre del pasado año, el primer contagio dentro de nuestro territorio. El de la auxiliar de enfermería Teresa Romero.
Nunca en nuestro país se había tenido que analizar un virus que se incluye dentro del grupo de los más peligrosos, los que se analizan y se cultivan en laboratorios de una categoría aún mayor que el P3. «Se utilizan los P4 y sólo existen ocho en Europa. Por eso, cuando las muestras nos daban positivo, debíamos derivarlas al centro de referencia en Hamburgo», explica Pedro Anda, coordinador de alertas del Centro Nacional de Microbiología. Es por ello que, tras la crisis que se vivió en España con los tres contagios, desde el Instituto se ha pedido formalmente la construcción de un P4. «Estamos ampliando las instalaciones y, por eso podríamos construir un laboratorio adyacente del más alto nivel, aunque el coste de su mantenimiento es muy elevado», explica Cuenca. A pesar de ello, los responsables del centro son optimistas y creen que el proyecto saldrá adelante, sobre todo porque España es una de las principales vías de entrada de los patógenos a Europa. Así, si hubieran tenido este nivel de seguridad no habrían tenido que mandar las muestras de fluidos de Teresa Romero a Alemania y esperar varios días para poder darle el alta. Del mismo modo, con un P4 también se pueden buscar tratamientos para estos virus.
No obstante, el centro de Majadahonda trabajó a pleno rendimiento desde que estalló la crisis. Cuentan con un equipo preparado para emergencias porque, como apunta Cuenca «cada semana llega alguna. Así, a lo largo de 2015 han analizado nueve sospechas de ébola, tres de ántrax y ocho del coronavirus MERS, pero por su laboratorio también pasaron las muestras del menor de Cataluña con difteria o los posibles casos de Chikungunya. Eso sí, «la mayoría de los casos que analizamos son de tuberculosis», destaca Pablo Martínez, responsable de Bioseguridad.
Este año el parón en la actividad sí que se ha podido hacer y, por ello, parte del equipo de bioseguridad abrió ayer las puertas a LA RAZÓN para comprobar cómo se trabaja en estas instalaciones y bajo un protocolo muy estricto, aunque «en el último año y medio se ha modificado en unas 20 ocasiones, cuando lo habitual es que se mejore cada dos o tres años», puntualiza Cuenca. Antes de pasar al laboratorio P3 una puerta amarilla con el símbolo «riesgo biológico» alerta al que entra de que pasa a una zona de protección especial. Al laboratorio de nivel 3 le precede un P2, donde se reciben las muestras empaquetadas de los virus. Para poder pasar al siguiente nivel, los técnicos de laboratorio pasan por unos vestuarios de presión positiva donde se colocan un pijama amarillo y unas calzas específicas. De ahí pasan a recoger la muestra que les espera en una esclusa. Eso sí, como subraya Martínez: «Siempre se traslada en un carrito, para evitar caídas y que se pueda romper». De ahí ya entran en el pasillo del que parten los cuatro laboratorios de alta seguridad. Todos ellos con presión -30, para que nada de lo que allí se realice pueda salir. El mono blanco es imprescindible que se lo coloquen de forma protocolaria, con un espejo como referencia y, sin olvidarse de los dos pares de guantes. «En cada laboratorio suele haber entre dos o tres personas», destaca el responsable. Ya sólo queda el último paso: matar al virus con una sustancia inactivante que mezclan en una mesa con un flujo laminar de presión negativa que protege al técnico. «Ahora ya podemos manipular la muestra sin protección y determinar si su cadena de ARN coincide con la del Ébola». En tres horas y media ya sabían que Pajares, García-Viejo y Romero estaban contagiados.
Un protocolo férreo pero con mejoras
1. Tras recibir la muestra, el técnico la coloca, antes de desenvalarla, en una esclusa que conecta con el laboratorio P3
2. Para pasar al nivel 3, se cambian en unos vestuarios de presión positiva
3. Recogen la muestra de la esclusa y la trasladan en un carrito al laboratorio de presión negativa.
4. Dentro del laboratorio se colocan el mono, la mascarilla y una pantalla de protección.
5. Inactivan el virus con una sustancia especial en unos minutos y desinfectan el entorno.
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