Inmigración ilegal
El machismo llega a la inmigración
Sólo el 7 por ciento de los menores extranjeros no acompañados que llegan a España son chicas. ¿No salen de su país de origen? ¿Qué ocurre a lo largo de las rutas migratorias?
El fenómeno de la inmigración tiene muchas aristas y, si los menores extranjeros no acompañados que llegan a nuestro país, los llamados «menas», son el colectivo más vulnerable, si además son mujeres, la desprotección y riesgos a los que se exponen son aún mayores.
Son la parte más débil del último eslabón de la cadena. El fenómeno de la inmigración tiene muchas aristas y, si los menores extranjeros no acompañados que llegan a nuestro país, los llamados «menas», son el colectivo más vulnerable, si además son mujeres, la desprotección y riesgos a los que se exponen son aún mayores. Un simple vistazo por los alrededores del centro de primera cogida de menores inmigrantes de Hortaleza, en Madrid, sirve como primera fotografía de una realidad indiscutible: todos son chicos. ¿Por qué? «Ni siquiera tienen la oportunidad de emigrar y buscarse un futuro: sufren doble victimización», explica un profesional de estos centros, siempre desbordados por la masiva afluencia de adolescentes sin papeles. Según datos del Ministerio del Interior, hasta el pasado 28 de febrero llegaron a España 4.284 inmigrantes, un 115% más que en el mismo periodo del año pasado. A finales de enero, había 13.012 «menas» contabilizados. De éstos, sólo 957 son niñas, apenas un 7%. A pesar del irrisorio dato, los expertos señalan que ahora llegan muchas más que antes y no sólo porque desde hace unos años haya aumentado la inmigración en general. «En términos globales hay un proceso de feminización en las personas migrantes», apunta Itziar Ruiz-Giménez, coordinadora del Grupo de Estudios Africanos de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). Aun así, las que deciden emprender ese viaje siguen siendo muy pocas. «No son decisiones individuales. Toda la familia contribuye para favorecer la movilidad de uno de sus miembros y el proyecto migratorio requiere una serie de recursos que implican a toda la familia». Y, en el caso de apostar por alguien para que llegue a Europa y pueda enviar dinero de vuelta, lo hacen por un varón. Por seguridad y por cultura. «Sin duda salen muchas menos adolescentes por los roles de género que hay en sus países de origen. Ellas son las responsables de los cuidados de la familia y del hogar: muchas ni se plantean emigrar. El rol de responsabilidad sobre la familia (padres o abuelos) es muy desalentador», explica Jennifer Zuppiroli, técnico de incidencia en migraciones en Save The Children. Según la experta, las niñas son casadas o asignadas a una familia desde muy pequeñas y no son libres de elegir su futuro. «Muchas ni siquiera se escolarizan y ni se plantean un proyecto migratorio lejos de casa». El factor cultural es algo que confirman aquí los profesionales que trabajan directamente con los «menas» varones que llegan a España. Vanesa Martínez, coordinadora del centro de acogida de menas de Gijón gestionado por Accem (Asociación Católica Española de Inmigrantes) sostiene que «ellos no se imaginan, por ejemplo, que una hermana suya pueda salir de allí. Te dicen que su padre saldría a buscarla, no la dejarían porque ellos saben los peligros que hay por el camino: la Policía les pega y siempre hay gente que trata de abusar de ellos». Si ya un menor atravesando solo o en manos de mafias varias fronteras hasta llegar a España es peligroso, si es mujer, los riesgos se multiplican. Las probabilidades que tienen para ser víctimas de explotación laboral y sexual son muy elevadas. El camino, que puede durar meses o incluso años, dependiendo del país de origen y la vía escogida o la ruta ofrecida por la mafia a la que han tenido acceso. Las pocas que se atreven suelen ser niñas de la calle, sin familia que financie ese proyecto migratorio. «En las rutas todos los inmigrantes tienen problemas siempre pero lo que les ocurre ellas es distinto de lo que pueden sufrir ellos», recuerda la profesora de la UAM, poniendo precisamente la lupa en el tránsito desde el país de origen al de destino: «Es un ámbito poco investigado pero de una enorme violencia. La pérdida de vidas humanas en el Sahara es enorme. Abandonan a la gente porque no siguen pagando el viaje y ellas sufren violencia sexual. Es complicado que una chica llegue sin haber sufrido una violación pero dependerá de la capacidad económica de su familia para pagar un viaje seguro». En la misma línea, la experta de Save the Children apunta que «muchas quedan atrapadas por el camino y, si consiguen llega, ya lo hacen captadas por una red de trata. Esa red es la que les consigue llevar a España», aunque la profesora Ruiz-Giménez recuerda que «sólo uno de cada diez viene a Europa». Las que vienen captadas de origen proceden sobre todo del África subsahariana: de Nigeria, Guinea, Costa de Marfil... Les ofrecen un trabajo en España pero muy pronto descubren que es para trabajos sexuales. La deuda que han adquirido es tan elevada que se ven esclavizadas de por vida para que a sus familias no les hagan nada en el país de origen. Las que llegan tras haber sorteado estas mafias, han tenido que exponerse a abusos sexuales durante el camino como forma de pago o única condición para continuar la ruta. Si logran llegar a un centro de primera acogida, allí tampoco están a salvo. «Llegan adultos por los alrededores del propio centro simulando ser familiares y se las llevan. En estos centros no entran en programas específicos contra la trata», explican desde la ONG. «Si caen en manos de redes también entran por aeropuertos ordinarios con pasaporte falso de Guinea Ecuatorial, en vez del nigeriano, por ejemplo, para no hacer saltarlas alarmas porque saben que hay países más controlados». Las que consiguen llegar evitando las redes de trata, según los expertos, suelen ser chicas marroquíes que ya vienen con el contacto de una familia marroquí instalada en España y donde podrán trabajar en los cuidados de la familia o el hogar. Al llegar, las fichará la Policía, irán a un centro de primera acogida y desde allí se escaparán a casa de esta familia. «Nadie llega sin un teléfono al que llamar», dice la profesora. Por eso no se sabe si, las que desaparecen, han sido captadas para ser víctimas de trata o están en un destino seguro. La ONG lamenta la dificultad de las administraciones para contabilizar a estos inmigrantes tan vulnerables pero no sólo en el caso de las chicas, tampoco es fiable el dato de los varones porque, según denuncian, a veces pueden contabilizarlos dos veces si el nombre, en ocasiones complicado, está mal escrito: «Hemos conocido algún caso de alguien que estaba registrado dos veces. Seguimos teniendo un problema muy grande con el baile de cifras por eso nos preguntamos cómo van a emprender medidas políticas sobre un colectivo que no se conoce ni siquiera su alcance». Este caos administrativo ocurre también si desaparecen. En el proceso que están en el centro de primera acogida (ese limbo antes de pasar a ser tutelados por una comunidad autónoma, cuando entonces ya sí están controlados) los menores tienen libertad para entrar y salir cuando quieran porque aún no tiene tutor legal asignado. Así, se da la circunstancia de que si no vuelven de noche, nadie les echará en falta; es decir, nadie denunciará su desaparición porque es imposible saber si ha huido por voluntad propia (muchos tiene Francia como destino u otra comunidad autónoma donde tienen un contacto) o realmente le ha ocurrido algo. Desde Save the Children aseguran que «esto no ocurriría si no viajaran solos de una comunidad a otra. Los centros de menores no están conectados entre ellos por lo que en Andalucía no sabrán nunca que ese menor ha entrado en el sistema de protección de Cataluña». El control sobre ellos tampoco mejora si ya están tutelados. La ONG denuncia que la tutela se puede dar de baja a los tres meses de haber denunciado la desaparición. «La ley permite dar de baja al niño y nadie le busca. No hay un seguimiento ni una actividad proactiva de búsqueda». Son los niños de nadie.
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