Ciencia y Tecnología
El MIT los quiere a ellos
Diez españoles menores de 35 años han sido seleccionados por el Instituto Tecnológico de Massachusetts como los jóvenes innovadores más prometedores.
Diez españoles menores de 35 años han sido seleccionados por el Instituto Tecnológico de Massachusetts como los jóvenes innovadores más prometedores.
Son imaginativos, inconformistas, emprendedores y tienen un proyecto entre manos que puede mejorar el mundo. Y, además, ninguno supera los 35 años. Son las jóvenes promesas tecnológicas de nuestro país que, gracias a sus ideas y a su osadía, han sido seleccionadas este año por la revista «MIT Technology Review», propiedad del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). El programa arrancó en 1999, «pero al darse cuenta de que sólo salían jóvenes norteamericanos, desde el MIT decidieron crear alianzas con otras instituciones en 2006 para buscar talento en todo el mundo», explica a LA RAZÓN Rafael Salazar, director del Programa Innovators Under 35 para Europa y Latinoamérica. Cada año reciben cerca de 500 candidaturas y de ahí «seleccionamos lo mejor de cada sitio». Lo que más le interesa al jurado es dar con «perfiles innovadores, que tengan proyectos con los que se pretenda cambiar la sociedad». Y esa idea tiene que estar materializada. «Premiamos lo disruptivo, que su planteamiento cambie las cosas. Tiene que ser tecnología propia, no aceptamos que sea el avance de una idea preexistente». Buscan al siguiente Jobs o Zuckerberg. Esa persona que sea capaz de utilizar su talento para cambiar la forma de comunicarnos o ayudar a mejorar el mundo.
Este año han localizado en España a diez jóvenes que, aunque no todos trabajen en nuestro país, sí se han formado en nuestras universidades. Y eso es algo que no olvidan. «Tengo claro que mi formación se la debo a España y , por eso, en algún momento me gustaría regresar». La reflexión la hace César de la Fuente, de 30 años, y uno de los «top 10». Trabaja en un área compleja pero apasionante: la lucha contra las bacterias multirresistentes. Lo primero que explica a LA RAZÓN, al otro lado del teléfono desde su laboratorio del MIT, es que «las estimaciones revelan que en 2050, diez millones de personas morirán de estas bacterias, si seguimos sin hacer nada». Lo recalcula: «Cada 35 segundos se produciría una muerte. Es un problema que superará al cáncer», la enfermedad por la que más gente fallece. Y es que la progresión del problema preocupa. De ahí que recientemente la OMS alzara la voz y asegurara que estas bacterias se estaban convirtiendo en un problema de salud pública.
Ante esta situación, César, que estudió genética molecular y microbiología, ha terminado en los laboratorios del MIT buscando «la kriptonita» capaz de combatir las cepas más agresivas de algunas bacterias hospitalarias. Y, en realidad, como explica este investigador gallego, su descubrimiento fue relativamente fácil: «Son unas proteínas que existen en la naturaleza, las producen todos los organismos. Son los péptidos D, que tienen una sorprendente virtud: son capaces de inhibir la acción del nucleótido de las bacterias que les permite sobrevivir en colonias y, así, resistir a los antibióticos». Y es que desde hace más de dos décadas no existen nuevos antibióticos que sean capaces de luchar contra estas comunidades multicelulares. De ahí que el trabajo de César sea «tan innovador». «Hasta ahora había poco interés en investigar en antibióticos, pero eso ya está cambiando y en los últimos tres años existe más investigación en esta área».
César no comparte despacho con Javier Hernández, otro español que también trabaja en el MIT, pero sí el reconocimiento de innovador del año. Una de las preguntas que deben responder cuando son preseleccionados es «¿cuál es tu visión de futuro?». Javier, desde pequeño, tenía claro que quería conjugar dos parcelas: «Me gustaba mucho la informática, pero también el comportamiento de las personas. No sabía si decantarme por la Ingeniería o la Psicología», reconoce. A sus 33 años, ha podido enfocar su carrera con una combinación de las dos. Trabaja en computación afectiva. «Lo que busco es incorporar la inteligencia emocional a la tecnología». Y para ello, se ha centrado en trabajar en el estrés del día a día, «un problema que puede llegar a ser crónico y que nos afecta a todos». Junto a sus compañeros de laboratorio ha sido capaz de crear diferentes proyectos. «Durante diez semanas pusimos alrededor del campus unas cámaras que se convertían en una especie de espejo emocional. Si sonreías, te devolvía la sonrisa y hacía lo contrario si estabas triste». Con el experimento, comprobaron que «los martes son los días que la gente menos sonríe, que durante los exámenes nadie va sonriendo pero que, sin embargo, justo el día después de la graduación todo son caras felices», relata. También ha publicado un artículo científico, junto con miembros de su equipo, en el que describe cómo se puede medir el estrés a través del ratón o del teclado del ordenador. «¿A que a partir de las cinco o seis de la tarde los teclados de la redacción suenan con mucha más fuerza?», pregunta. «El estrés puede ser muy sutil, pero el internet de las cosas nos ayuda a medir las migas emocionales que vamos dejando», añade.
Blanca Rodríguez también vive en EE UU, pero el proyecto por el que la han premiado, Smile&Learn, surgió en España, mientras trabajaba en una consultora. Su pasión por escribir y las ganas de que su carrera pueda tener algún impacto en la sociedad la han convertido en una emprendedora de 29 años. Al contrario que sus compañeros, Blanca no es de ciencias. Estudió Derecho y Administración de Empresas y empezó a trabajar en estrategia, «a solucionar los problemas de la gente», dice desde Nueva York. Smile&Learn es una aplicación que se acaba de lanzar al mercado y con la que buscan atraer la atención de los más pequeños. «Es difícil que la lectura pueda competir con la Play Station. Por eso, mi socio y yo decidimos darle una vuelta». Todo empezó con una idea en un café, como muchos grandes sueños norteamericanos que se inician en un garaje. Buscan que «los padres se reconecten con sus hijos gracias a un entorno que hemos creado, que va evolucionando conforme a la inteligencia de los más pequeños». Quieren conseguir lo que muchos padres desean: una educación personalizada, adaptada a las necesidades. Por eso huyen de clasificaciones por rango de edad; sólo se mueven por «básico» o «avanzado». En esta «idea de café» ya trabajan diez personas. «Hemos visto una oportunidad y nos hemos inventado algo».
Pero no todas las promesas han tenido que abandonar España. Óscar Flores ha sabido innovar sin dejar su ciudad, Barcelona. Ha conseguido desarrollar el primer «marketplace» de aplicaciones basadas en el genoma humano. Lo que empezó como un proyecto fin de master ha terminado siendo una empresa que, sólo este verano, ha atraído medio millón de euros de inversión. ¿Qué hace este chico de 30 años? Made of Genes –así se llama su empresa– permite a sus clientes secuenciar su genoma y guardarlo. «Somos una especie de PayPal porque somos intermediarios, no vendemos la información, sólo la guardamos de forma segura, de por vida». En EE UU ya existen empresas que secuencian el ADN, pero «captan los datos para monetizarlos, nosotros no». Lo que permite Made of Genes es que cada persona, casi siempre tras indicación médica, pueda secuenciar sus genes para luchar contra una enfermedad. «No hacemos campañas de marketing. ni vamos buscando clientes individuales. Nuestro negocio se basa en llegar a acuerdos con empresas, sobre todo con grandes hospitales, para que éstos ofrezcan nuestros servicios a sus clientes». Con una sola muestra de saliva es suficiente.
Junto a estas promesas, otros seis españoles forman parte de este selecto grupo. Jordina Arcal, por su aplicación que ayuda en el tratamiento de enfermedades crónicas; Luis Cuende, porque ha creado una empresa capaz de certificar la existencia de cualquier archivo; Esther García comercializa productos para facilitar el acceso a tecnología de personas con discapacidad; Javier Jiménez ha creado una startup de biomedicina que permite hacer pruebas no invasivas para detectar meningitis en bebés; Gonzalo Murillo ha desarrollado sensores inalámbricos para obtener energía del ambiente, y Carlos Sánchez se centra en el desarrollo de sensores electrónicos para integrar en la ropa y determinar cómo prevenir problemas de columna. Todos recibirán su reconocimiento el 27 de octubre en la Fundación Rafael del Pino de Madrid.
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