Sociedad

El retorno de las brujas

Los «reboots» de series como «Sabrina» o «Embrujadas» destierran su concepción negativa y recuperan su simbolismo primigenio: el de mujeres empoderadas que luchan contra los poderes fácticos

Un grabado de una de las famosas brujas de Goya
Un grabado de una de las famosas brujas de Goyalarazon

Los «reboots» de series como «Sabrina» o «Embrujadas» destierran su concepción negativa y recuperan su simbolismo primigenio: el de mujeres empoderadas que luchan contra los poderes fácticos.

Las princesas están trasnochadas. Al menos en su concepto más tradicional y estereotipado. De ahí que Disney se haya esforzado por reinventarlas –véase «Brave», la indomable guerrera pelirroja o la valiente aventurera «Vaiana»– para encajar en una sociedad cada vez más igualitaria. El siglo XXI es el de las mujeres y la industria del entretenimiento lo sabe. Sus expectativas de vida han cambiado y, desde luego, el casarse con un príncipe azul ya no es el sueño de la mayoría. ¿Y si, directamente, han pasado a identificarse con su antagonista? ¿Y sí se vieran a ellas mismas más como brujas que como princesas? No por malvadas, claro está. Sino por lo que simbolizan: la resistencia de la mujer a los poderes fácticos de cada momento.

De figura detestada a icono feminista, la bruja del siglo XXI ya tiene quién la represente. «Las escalofriantes aventuras de Sabrina», la nueva serie adolescente de Netflix –«reboot» de la protagonizada en los 90 por Melissa Joan Hart y ahora por Kiernan Shipka– es toda una declaración de intenciones: medio bruja medio humana, esta nueva Sabrina se subleva contra el «establishment» de los dos mundos que le ha tocado vivir: ni acepta el patriarcado de Satán en el lado oscuro ni la violencia machista en el instituto de su pueblo. Acompañada de personajes representativos de la diversidad sexual de nuestra época –aperece un pansexual y un género no binario– su lucha contra la opresión del sistema, ya sea el terrenal o el infernal, no ha gustado a los sectores más conservadores, para quienes la serie no es más que propaganda feminista.

Para el periodista, escritor y experto en mitología Jesús Ávila es sin embargo una oportunidad para «valorar en positivo a las brujas» porque «gran parte de los descalificativos que fueron recibiendo a lo largo de muchos siglos de oscurantismo estaban basados en mentiras y sermones en base al ''Tempus Fugi'', en lugar del ''Carpe Diem''».

«En la antigüedad, y relacionada con los celtas, como civilización matriarcal, las brujas ejercieron un papel destacado, con los druidas, en el mantenimiento de los valores socio-culturales del clan. Sin embargo, con la llegada de Roma y la imposición del patriarcado, la bruja pasó a ocupar un puesto al margen del grupo y, por lo tanto, comenzó a ser perseguida y condenada», explica.

Las consecuencias de la caza de brujas por parte del Santo Oficio y los Tribunales Civiles en la Edad Media –los historiadores hablan de entre 50.000 y 100.000 quemadas en la hoguera en toda Europa entre finales del siglo XV y comienzos del Renacimiento– no tuvieron solo un cariz científico: «La persecución hizo que muchos conocimientos que tenían estas mujeres, que aplicaban métodos de curación de base naturalísticos se perdieran», apunta el periodista. Sino también antropológico, ya que contribuyó a criminalizar a la mujer que se salía de la normas sociales, a relegarlas al papel de ama de casa y a acabar con su poder en la sociedad. Debe recordarse que brujas no solo eran las herejes, sino también las curanderas, las parteras y las que vivían libremente su sexualidad.

Para Silvia Federici, escritora, profesora y activista feminista, hay que subrayar la importancia que la caza de brujas tuvo para entender el papel de la mujer en la sociedad actual. En su libro «Calibán y la bruja: Mujeres, cuerpo y acumulación primitiva» (Traficantes, 2010) señala que éstas fueron sujetos femeninos que se alejaban del modelo establecido y desafiaban la estructura de poder, desde la hereje o la comadrona hasta la esposa desobediente, la prostituta, la libertina, la adúltera o la promiscua. Dicho de otro modo, bruja era toda mujer que practicase la sexualidad fuera de los vínculos de matrimonio y procreación. «La caza de brujas fue una guerra contra las mujeres: un intento coordinado de degradarlas, demonizarlas y destruir su poder social», afirma Federici.

Según la escritora, estas rebeldes fueron perseguidas, torturadas y violentadas sexualmente, hasta el punto de ser sentenciadas en juicios populares en los que no había posibilidad de réplica. Nunca les dieron la posibilidad de demostrar su inocencia para evidenciar que la brujería no tenía cabida en la sociedad. Por eso, eran ejecutadas en plazas públicas. Ese sistema basado en el miedo se convirtió en un elemento necesario para instaurar el capitalismo moderno, anclado a la trata de esclavos y la conquista de América. Desde entonces, la brujería fue relegada a la clandestinidad, volviéndose al mismo tiempo escudo de resistencia, artefacto de contracorriente y voz de liberación femenina.

Aunque hoy día los sectores más retrógrados siguen utilizando la palabra «bruja» como insulto a aquellas que no cumplen con el rol tradicional –el ejemplo más claro se vio en la campaña estadounidense en la que los partidarios de Trump llamaron regularmente bruja a Hillary Clinton–, también ha servido para adjetivar a todas las activistas que desde la segunda oleada del feminismo han luchado por los derechos de las mujeres: Desde el movimiento W.I.T.C.H, un feminismo de guerrilla nacido en 1968, cuyas activistas se caracterizaban como brujas para hacer performances a modo de aquelarres públicos con los que llamar la atención de la prensa, a las Moon Church, colectivo fundado en 2013 en Brooklyn como un espacio físico en el que poder reunirse, y donde encontrar la conexión con mujeres afines, compartir sabiduría y practicar rituales.

Gracias a estos grupos, que han servido de inspiración posteriormente para las Pussy Riots o Femen, y sobre todo a la nueva industria del entretenimiento que predica Netflix –una plataforma que intenta llegar a toda la diversidad social– ser bruja, para las nuevas generaciones, ya no será sinónimo de pócimas y conjuras al estilo de las tres malvadas de «Hocus Pucus», en su título en inglés. Ya es sinonimo de la sororidad que representa la remasterizada «Maléfica» de Disney –que pasa de odiar a cuidar a la joven Aurora– y de lucha contra el patriarcado que ejemplifica la nueva Sabrina.