Ciencias humanas

La madre de todas las líneas rojas

La Razón
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De todas las manipulaciones en los genes que permite hoy la ciencia, una, posiblemente la más reciente, genera por partes iguales estrépito, asombro y preocupación en la comunidad científica. Se trata de la edición de genes en línea germinal, es decir, en las mismísimas células reproductivas, en la base de una futura vida y, más allá, de toda una generación de vida. Este tipo de manipulación supone modificar la carga genética de un ser humano, es decir, decidir cómo va a nacer ese ser humano y cómo van a nacer ya para siempre todos sus descendientes.

No es difícil encontrar hoy en día un amplio consenso científico en determinar que esta manipulación ofrece por un lado riesgos todavía imposibles de medir y por otro lado muy tenues y difusos beneficios. La mayoría de las instituciones científicas consideraron temerario el primer experimento de edición genética en embriones realizado en China en 2015 para la curación de la enfermedad beta talasemia.

No es exagerado advertir que utilizar la edición genética con el conocimiento actual de la tecnología puede suponer impredecibles consecuencias para las generaciones futuras. Eso convierte a esta técnica en éticamente inaceptable a los ojos de muchos expertos.

La ciencia debería comprometerse a no utilizar una herramienta tan precaria aún sobre embriones humanos. No sólo por las consecuencias éticas citadas, sino por el daño que el mal uso de esta tecnología puede producir en otras estrategias terapéuticas de edición genética muy prometedoras que no implican la manipulación de células reproductivas humanas.

La preocupación no es baladí, porque, mientras los primeros pasos ya se han dado, sigue sin saldarse la discusión ética necesaria, más necesaria que nunca, al respecto. Suele decirse que en estos casos ha de primar la voz de los expertos. Pero la ciencia no puede dar respuesta a todas las preocupaciones de nuestra sociedad por sí sola.

La decisión sobre los riesgos que estamos dispuestos a asumir y a cambio de qué beneficios queremos asumirlos es algo que concierne a toda la sociedad y no sólo a la comunidad académica. Y la sociedad no ha hablado todavía. No hay forma alguna de abordar la complejidad de este caso desde la perspectiva científica.

Son las autoridades éticas, los administradores políticos, las organizaciones religiosas, la sociedad en su conjunto, los que debemos decidir qué tipo de ciencia queremos y cuáles son las líneas rojas que no estamos dispuestos a superar, menos aún cuando no conocemos con certeza los beneficios reales de esta nueva técnica.