Medellín
La mujer de Pablo Escobar: «Gracias al tiempo que mi marido pasó con sus amantes, me pude dedicar a mis hijos y estoy viva»
La viuda del líder del cártel de Medellín no tiene miedo al proceso judicial por lavado de dinero abierto en Argentina, donde vive con sus hijos bajo la identidad de María Isabel Santos
La viuda del líder del cártel de Medellín no tiene miedo al proceso judicial por lavado de dinero abierto en Argentina, donde vive con sus hijos bajo la identidad de María Isabel Santos.
Veinticinco años de terapia después y con una identidad nueva en Buenos Aires como María Isabel Santos, la viuda de Pablo Escobar, de 58 años, ha querido y ha podido contar su verdad en medio de toda la vorágine de series, películas y novelas en las que ha sido protagonista sin que hayan consultado con ella. En su libro, «Pablo Escobar: mi vida y mi cárcel» (Península), hace una catarsis desde que conoció al líder del cártel de Medellín hasta hoy. «Me pareció que también era un acto responsable con mi propia vida, con la de mi nieto y las de mis hijos, pero también con las víctimas de Colombia».
Está pendiente de un juicio en Argentina por lavado de dinero. Su hijo argumenta que es «bullying» por ser la familia de Escobar, ¿peligra su situación en Buenos Aires? ¿Se iría a otro país si el caso sigue adelante?
Esto es una causa judicial, a la que dedico un capítulo en mi libro porque es muy complicado explicar en tres renglones toda una historia que realmente ha sido más mediática en la apreciación que en la realidad. Tengo mi conciencia absolutamente tranquila. Soy una persona responsable con mis hijos y no me equivocaría en un momento de estos, sabiendo que tengo una responsabilidad como madre. Así que confío en la Justicia argentina, en que pueda diferenciar. No tengo temores de que vaya a terminar mal porque no he hecho nada para que así sea.
Escobar –cuando usted pensó que su cuadro de Dalí se había quemado en el atentado– le dijo que el Dalí más importante de la vida es la familia. ¿Y el resto de familias colombianas?
Esto que él me repitió durante tantos años, es con lo que yo me quedé desde mi dolor y lo que me sostuvo a mí de alguna manera, era como oxígeno, pues pensaba: «A Pablo le importa la familia, le dolemos...». En ese momento de mi juventud, de ignorancia y de ingenuidad, fue lo que me sostuvo. Me decía: «Tengo un hogar, sigo siendo importante para él». En el proceso que hice en mi libro, me pregunté muchas veces: «¿A qué se refería Pablo cuando hablaba del cuidado de la familia? Y no solamente de nosotros, sino de la familia de un país, de todo este dolor, todo este horror... Siento una profunda tristeza y mucha vergüenza por tanto dolor que ocasionó y toda la huella que esto dejó. Por eso pido perdón, porque tengo un compromiso moral con todo esto y por eso estoy poniendo la cara. Tampoco me parece justo para el país que yo siga desaparecida. Pude ahora, a través de mis terapeutas y neurocientíficos, poder tener emocionalmente la capacidad de empezar a hablar; de poder tener voz y decir: «Aquí estoy con todos mis dolores y todas mis tristezas y todos mis exilios». Somos unos de los exiliados que Pablo dejó en este mundo. Cuando se refería, a la familia, todavía no entiendo a qué se refería, pues vivimos atentados terroristas, corrimos peligro de muerte, de desaparición... La verdad que fue como una locura total para todos.
En el libro he leído mucho amor y también veo reflejado el machismo de Colombia (en el que una mujer tiene que dar un paso atrás, soportar...). Además, empezó con él súper joven. ¿Cree que en la sociedad actual habría seguido el mismo recorrido? ¿No podría haber pedido una identidad nueva y haberse ido con sus hijos y adiós Pablo?
Es muy fácil empezar a ver los puntos del examen después de que tú los presentaste. Pero cuándo estás en el proceso de vida, cuando te enamoras, haces lo que puedes pensando que estás haciendo lo mejor. Mi compromiso en ese momento era cuidar a mis hijos (...). Fíjate que intentaba crear dos vidas, como en la película «La vida es bella»: esto se está destruyendo aquí, pero inventémonos una posibilidad para sostenernos. Di pequeños pasos para que no enloqueciéramos. Es lo que nos tiene vivos hoy. Tenemos una psique sana, con mucho esfuerzo y con mucho trabajo. Pero yo lo hice de corazón y lo hice como hacemos las mujeres: «Cambiará, el próximo mes va a mejorar, esto será diferente, Pablo no va a tener tantas amantes. Él me decía que yo era lo más importante, que era que la gente hablaba mucho...
«Que nunca la iba a cambiar por nada»...
Exactamente. Las mujeres también pagamos precios muy altos por estar enamoradas y yo tampoco me podía mover. Viste que conté en el libro que tuve mucha dificultad para que Pablo entendiera que me tenía que ir con mis hijos. No fue fácil. Un hombre que hizo someter un país entero, que también al imperio de EE UU le estaba quedando grande Pablo Escobar, ¿qué podía hacer yo que era su esposa simplemente?
Hablando de las infidelidades, el año pasado entrevisté a una de sus amantes, a la periodista Virginia Vallejo. Creo que usted es más elegante cuando escribe de ella que viceversa...
Yo soy la esposa de Pablo Escobar y he pagado el precio que he pagado por eso. Por eso le dedico el capítulo de las Amantes de Pablo y entre ellas está Virginia Vallejo. Legitimo a todas las mujeres independientemente de que hayan sido amantes de Pablo. Cada ser humano da el paso que da en su vida y, al contrario, les agradezco a ellas, porque gracias al tiempo que le dedicaron a mi marido, gracias al tiempo que Virginia Vallejo le dedicó, a la compañía que le hizo en todo sus asuntos políticos, eso hizo que yo pudiera tomar mucha distancia de su vida, de su mundo, que me pudiera dedicar a mis hijos y que hoy esté viva.
Su hijo asegura que Escobar se suicidó y detalla por qué. ¿Comparte esta teoría?
La comparto totalmente porque Pablo nos tenía prohibido usar el teléfono. Nos decía: «El teléfono es la muerte». Lo último que hizo, en su último día, fue llamarnos muchísimas veces y siento –es mi sensación de mamá y esposa– que él vio la muerte tan cerca nuestra que estábamos convirtiéndonos en rehenes del Estado colombiano y de sus propios enemigos, que prefirió dejarnos el espacio para que viviéramos. Nos llamó hasta el último momento y se suicidó. Porque a él lo querían vivo, no les interesaba muerto. De hecho, tiene un balazo en la rodilla para que se doblara y se cayera. Él andaba siempre con su pistola y decía: «Prefiero una tumba en Colombia que una cárcel en EE UU».
¿Ha sido capaz de volverse a enamorar?
No. No me volví a enamorar. Me da mucho miedo, me dejó traumada. No me quiero enamorar de otra persona que mañana cometa un error y que yo tenga que seguir siendo responsable por eso. Cuando me quedé viuda siempre le dije a mis psicólogos de Buenos Aires que me iba a enamorar de los libros y de mis hijos. Y hoy me enamoré de mi propia escritura también, pero vamos, es algo que me ha negado toda esta historia.
¿Quiénes les han hecho más daño a su familia, a usted y a sus hijos? ¿La familia Escobar o el resto de cárteles?
Diría que nadie más les pudo haber hecho más daño que su propio padre.
En cuanto al cambio de identidad a María Isabel Santos, me imagino que habrá mucho dolor en Victoria Eugenia Henao, pero, por otra parte, también es usted.
Sí, también soy yo, sí. Creo que el nombre fue una circunstancia que nos ayudó para salir ilesos de esta historia, por lo menos físicamente, porque moralmente yo creo que estamos totalmente como muertos, con un profundo dolor, con una gran tristeza, pero hay que continuar. El nombre de María Isabel Santos para mí tiene que ver con un renacimiento y con una posibilidad de recuperar la vida, que la teníamos perdida y que (cambiar el nombre) fue la única opción. A María Isabel Santos le debo una nueva vida y a Victoria Eugenia la vida que me tocó vivir.
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