Salud
Le dieron la extrema unción, ¿y si los paliativos sanan?
En un año le detectaron cuatro cánceres y sus delirios obligaron a sedarle. «Sólo nos faltaba su certificado de defunción»
En un año le detectaron cuatro cánceres y sus delirios obligaron a sedarle. «Sólo nos faltaba su certificado de defunción»
El 18 de junio de 2015 Juan Carlos y su madre Antonia se miraron. «Se acabó», dijo el hijo de José Antonio Rodríguez. Creían que, con 67 años, y tras dedicar toda su vida al trabajo, ésta llegaba a su fin. Había pasado muy mala noche y su médico de Primaria decidió que era el momento de trasladarle a la Fundación Vianorte-Laguna donde recibiría los cuidados paliativos que le aliviaran el sufrimiento con el que convivía desde hacía un año. Le sedaron porque le dio un ataque de locura, recibió la extrema unción, pero él no se dio por vencido y empezó a mejorar, a remontar. 35 días después recibió el alta y volvió a su casa, «mejor que nunca», dice. Nunca falla a su cita de cada mañana: el café de las ocho y media, con su hijo.
Sólo un año antes, y en menos de 365 días, tras una vida alejada de los médicos –«nunca pidió una baja en el trabajo», insiste su hijo–, le detectaron cuatro tumores en el hígado y dos más en la vejiga y en la próstata. «Nos dieron cuatro meses máximo», subraya su único hijo. Empezó con el tratamiento de quimioterapia que decidieron darle en pastillas. Pero, sólo seis meses después, Juan Antonio empezó a notar que algo le molestaba detrás de la lengua, «como una verruguita». El oncólogo, de nuevo, le dio la mala noticia: era otro tumor. En esta ocasión en la garganta. Le prescribieron radioterapia, pero sin consultarles, para garantizar que funcionara le quitaron 11 piezas dentales en 20 minutos. La medicación era muy dura, «no podía ni comer ni beber, incluso el agua me sabía a gasolina». Fue cuando su familia empezó a preocuparse. «Se iba arrugando poco a poco. Se me caía, no podía andar», recuerda su hijo. Fue durante este año cuando su mujer Antonia se hizo de hierro, ya que viven los dos solos y era ella quien «lo aguantaba todo», recalca su hijo.
Fue en la Unidad del Dolor del Hospital de Valdemoro donde les hablaron del Centro Laguna. Y esa noche de junio de 2015 José Antonio no cejaba en sus delirios. La ambulancia que fue a recogerle al día siguiente le tuvo que atar a la camilla. «Creía que venían de la Guardia Civil y que me habían arrestado, que la ambulancia era uno de sus coches», recuerda.
Ingresó en una situación crítica, «Le dábamos unas horas. No tenía conciencia y el doctor que nos atendió fue muy franco con nosotros», recuerda su hijo. «Iba medio muerto», añade Antonia. En el centro le estabilizaron los medicamentos, porque «entre la radio y la quimio era una bomba de relojería». Pero los delirios no paraban. El día 23 decidieron sedarlo. «Se utilizan para evitar que sufra, con la sedación se busca controlar todos los síntomas del paciente, que se encuentre a gusto», explica Paloma Larena, la médico que le atiende a domicilio. Forma parte de uno de los siete dispositivos de Equipo de Soporte de Atención Paliativa Domiciliaria (Esapd) con los que cuenta la Comunidad de Madrid.
Mientras, su familia permanecía al lado de su cama. «Su hijo pensaba que después de la inyección (sedación) no iba a despertar», recuerda Enrique, su consuegro. Fue por eso por lo que le pidieron a Don José, el sacerdote de la Fundación Vianorte-Laguna, que le diera la extrema unción. «Sólo nos faltaba su certificado de defunción», reconoce Juan Carlos. Pero todos estaban equivocados. Fue «la inyección» la que inició la remontada.
Seis días después de ingresar, despertó. «Estaba lleno de tubos y me pidió que le diera un tacatá. ¿Cómo te vas a levantar si pareces un huesito?», le espetó su hijo. Pero gracias al apoyo del equipo del centro médico y de los psicólogos que proporciona la Obra Social La Caixa, pronto cogió su tacatá y salió a dar paseos por los pasillos. «Cuando me vi en el espejo, parecía un fantasma, como si hubiera pasado por un campo de concentración», recuerda el paciente. Su recuperación fue tan rápida que decidieron darle el alta. Pero su hijo sabía que su enfermedad era incurable. «¿Y ahora qué?», se preguntó. Fue cuando el Esapd llegó a sus vidas. Un equipo de seis personas que siguen de cerca su evolución: «Hay mucha vida en paliativos».
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