Violencia de género

«Me llamo Marta, tengo 17 años y desde pequeña he conocido el maltrato»

«Me violaron cuando tenía 13, en mi casa no me creyeron; más tarde, mi pareja me sometió a maltrato psicológico, nunca me he atrevido a denunciar...»

Marta, durante su encuentro con LA RAZÓN en Madrid
Marta, durante su encuentro con LA RAZÓN en Madridlarazon

«Me violaron cuando tenía 13, en mi casa no me creyeron; más tarde, mi pareja me sometió a maltrato psicológico, nunca me he atrevido a denunciar...».

Marta entra en la cafetería con paso firme, segura, pero con la mirada baja. Es tímida y valiente a la vez. Es joven, muy joven, tanto que a esta periodista le sorprende la crudeza con la que relata todo lo que ha vivido con tan solo 17 años. Apenas ha entrado en la adolescencia y ya conoce la maldad de la sociedad en la que vivimos, a la que ella achaca todos los problemas que sufre la mujer hoy. «¡Tú no eres una mujer ni eres nada!». Es una frase que, lamentablemente, escucha más de lo que desearía. «A los hombres no les gusta mi manera de vestir». Se abre un poco la chaqueta vaquera «oversize», debajo lleva una sudadera ancha y sus pantalones tampoco marcan su figura femenina. «Hubo un tiempo en el que llevaba el pelo largo, suelto, pero nunca más». Dice tajante mientras se pasa la mano por su pelo rapado, que cubre con un pañuelo a modo de bandana, morado, el color de la lucha feminista, el movimiento con el que está completamente implicada.

–Marta, dime, ¿has sufrido alguna vez violencia de género?

–Desde pequeña, en mi casa, por la relación que tenían mis padres. Él siempre fue muy celoso, controlador, pero no he sido consciente hasta muchos años después porque ese tipo de violencia se convirtió en rutina, en mi realidad.

Esta situación no solo la sufrió ella, sino que su hermano mellizo también la presenció.

«Al final decidieron separarse» y Marta creyó que ahí terminaba todo, que los años en los que había visto todas esas situaciones no habían hecho mella en ella. Pero no fue así, porque todo lo que vives en casa, de niña, deja una marca difícil de borrar. Años después, «mi madre empezó a salir con otro hombre» con un hijo algo mayor que Marta. Ella tenía 13 años y él, 17. Se fueron juntos de vacaciones a la playa. Él empezó a mostrar interés por ella. Era lo normal de esa edad, o eso creía ella. «Yo aún no tenía clara mi sexualidad», se guiaba por su entorno. «Se encaprichó mucho de mí y nos terminamos liando», aunque la cosa fue a más y ahí fue cuando empezó a sentirse incómoda. «No quería, pero me insistió y me quedé paralizada. Sin moverme, sin saber qué hacer. Me estaban violando», dice tajante. Y añade: «Pero, hasta que me di cuenta...» Es más, en su casa tampoco la creyeron. «Te sientes muy sola y crees que has hecho algo mal». La joven habla sin tapujos de los detalles de su vida. «Pregúntame lo que quieras –insiste–-, creo que es importante contar estas cosas para que la sociedad sea consciente de que los chicos de hoy en día no han cambiado. La educación no ha hecho nada para que se valore a la mujer, se la respete». Se califica de «feminista radical». Ríe mientras pronuncia estas dos palabras. ¿Qué significa eso, Marta? «Es una forma de pensar que busca denunciar las injusticias que viven las mujeres, el maltrato social que sufren por parte de los hombres. Por eso la violencia de género continúa tan presente en nuestra sociedad, porque las nuevas generaciones de chavales siguen creyendo que los celos, por ejemplo, son una muestra de amor». Y tú, ¿lo has sufrido? A pesar de su discurso rompedor, de seguridad, reconoce que también ha caído en esas conductas de control, de maltrato psicológico. Cuando empezó a meterse en el movimiento feminista hace dos años «me dí cuenta de que en realidad no me gustaban los hombres, sino las mujeres». Pronto conoció a una chica cinco años mayor que «me tenía completamente controlada. Todo lo que hacía estaba mal, me infravaloraba, pero tenía tanta dependencia de ella que no era capaz de ver que estaba sufriendo violencia de género». Recuerda situaciones concretas. «Cada noche me dejaba por WhatsApp y a la mañana siguiente tenía otro mensaje suyo para que volviéramos». Era una relación tóxica. «Pensaba que entre mujeres estas situaciones no se iban a producir, pero descubrí que en muchas relaciones una de ellas toma el rol del hombre y controla, maltrata psicológicamente». Ella misma se sorprende cuando surge la pregunta ¿Si percibes ese control, por qué no dejas la relación? Sonríe, sabe que es mucho más fácil decirlo que hacerlo. «Sé que es un contrasentido, pero cuando te enamoras...».

–¿Nunca te planteaste denunciar?

–No, para qué, si no sirve de nada, mira lo que le pasó a la chica de «La Manada» o a la que no creyeron porque había estudiado teatro.

Su compromiso de lucha contra las injusticias son la que le han llevado a estudiar el grado medio de atención a la dependencia. En clase también escucha conversaciones que la asustan. «El otro día, una compañera me dijo que había eliminado su cuenta de Instagram» ¿Por qué? «Ella veía normal quitársela porque su novio se lo había pedido. No es que no le gustaran las fotos que subía, sino que él no podía controlar con quién hablaba a través de esa red social», relata la joven. Pero «lo peor no es que ella decidiera borrarse la cuenta, sino que el resto de chicas hetero de la clase la daban la razón. ''Si así dejáis de discutir...'', la decían”.

Marta tiene claro que el móvil es una de las armas más peligrosas para ejercer violencia de género. «Tengo otra amiga a la que su novio no la dejaba cogerlo, él lo tenía que revisar primero». ¿Dónde queda la libertad? «Estas situaciones están tan normalizadas que a nadie parece importarle», dice con pesar. Esta joven de 17 años ha dejado de escuchar Extremoduro, «aunque me encanta», pero analiza cada una de sus letras y «muchas son machistas. Y no te digo nada si hablamos de trap o reguetón. Es lo que más oye la gente de mi edad y solo promueve la desigualdad, el maltrato», denuncia. Terminamos hablando de su presente. «Ahora estoy con una chica que me quiere mucho y nos damos libertad», dice orgullosa. Aunque «sé que podría volver a caer en una situación de dependencia, de maltrato, porque no nos han enseñado a vivir solo con nosotros mismos. Tenemos tanto miedo a la soledad que caemos en relaciones tóxicas».