Incendios
Miguel, el cortafuegos de Caixide
Junto con diez voluntarios, este joven de 22 años, hijo de un bombero, se sirvió de su tractor para salvar al pueblo orensano de una catástrofre. «Teníamos fuego por los cuatro costados», dice.
Junto con diez voluntarios, este joven de 22 años, hijo de un bombero, se sirvió de su tractor para salvar al pueblo orensano de una catástrofre. «Teníamos fuego por los cuatro costados», dice.
¿Es niebla o es humo? Ni los vecinos de los pueblos que recorre el cañón del Río Sil sabían diferenciarlo hace solo dos noches, cuando el viento extendía las llamas por toda la comarca. Los vecinos no sabían dónde meterse. «Los que provocaron esto consiguieron su objetivo. Nos quieren echar a todos de las aldeas», cuenta la abuela de Miguel a la entrada de su casa. Él, con botas y pantalón de montañismo, atiende una llamada por teléfono. «Sí, la alcaldesa va a declarar el pueblo zona catastrófica», le comenta a su interlocutor. Cuelga y acompaña a la redactora a dar un paseo por el pueblo que ha estado inmerso en llamas hasta hace unas horas. Es más, fue Miguel, con otros diez voluntarios, los que consiguieron detener «la lumbre» antes de que entrara en el cementerio y en la iglesia del pueblo. Ellos se convirtieron en el cortafuegos de Caixide.
Miguel es joven, mucho, para toda la responsabilidad que recayó este fin de semana sobre sus hombros. Tiene 22 años y ama el monte. Cuenta con nociones forestales y, desde hace años, sigue los pasos de su padre, que es bombero de Protección Civil. «Fue todo un desmadre, han quemado la mitad del ayuntamiento», recuerda. «Yo fui el primero en llegar al foco donde se originó todo. Fue en Celeirón y, sorprendentemente –dice con cierta ironía–, en ese mismo punto ya se inició otro hace solo una semana. ¿Casualidad?». Lanza la pregunta al aire. Miguel no lo dudó un momento y sacó enseguida su tractor para cargarlo con una cisterna de agua y evitar el avance de las llamas, pero sus esfuerzos eran inútiles. «En un momento se nos juntaron dos incendios. Llegaban por todos los costados. No dábamos abasto». El joven auriense conoce bien la regla de «los tres 30», en referencia al viento, la humedad y las temperaturas, pero «aquí se superaron con creces. El viento, que circulaba en remolinos, llegó a alcanzar los 100 km/h, la humedad era muy muy baja y en las últimas semanas hemos superado los 34 grados». A eso se suma que el punto de agua más cercano al pueblo se encuentra a 10 kilómetros. Todo un polvorín. Pero consiguieron que las llamas no entraran en las casas. Eso sí, todo gracias al empeño del pueblo, ya que los medios de la Xunta y la UME (Unidad Militar de Emergencia) nunca llegaron. «Estaban desbordados –argumenta Miguel– y con la niebla y el humo era imposible que llegaran aquí». El joven tiene cara de cansado, «se acaba de levantar», indica su abuela. «Cuando queríamos retirarnos no pudimos porque se abría un nuevo frente. Hemos estado 48 horas en pie». Señala una zona de pasto un poco más abajo del pueblo, quemada. «Allí había ganado y tuvimos que ir a soltarlo porque, si no, se quemaban».
Cuando fue viendo que el fuego se aproximaba, temió por sus perros. Les habilitó una zona hace años, pero está cerrada. «Al llegar con las llaves para sacarlos encontré que las llamas empezaban a rodearles». Los sacó y se los bajó a casa. Mira cómo ha quedado la zona tras el desastre y se echa las manos a la cabeza. «Jamás había visto esto así, mi único recuerdo es verde».
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