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Miles de adioses a los campeones de Monterrubio

La carretera de acceso al pueblo se colapsó ante la multitud que quiso acudir al funeral de los jóvenes fallecidos en el accidente de minibús

El ministro de Interior acude al funeral por la muerte de cinco jóvenes en Monterrubio de la Serena.
El ministro de Interior acude al funeral por la muerte de cinco jóvenes en Monterrubio de la Serena.larazon

La carretera de acceso al pueblo se colapsó ante la multitud que quiso acudir al funeral de los jóvenes fallecidos en el accidente de minibús

Una carretera recta, rodeada de fincas, es lo que separa a Monterrubio de la Serena del resto de pueblos de la zona: Castuera, Benquerencia, Esparragosa... Ayer, a primera hora, la ruta se llenó de coches. Ningún vecino se quería perder la despedida de Ismael, Bernardo, Juan Pedro, Juan Manuel y Javier, los cinco adolescentes que perdieron la vida en esa misma carretera la noche del jueves. Más de 2.000 personas, de acuerdo con uno de los agentes de la Benemérita, llenaron el polideportivo y el parque municipal de Monterrubio.

Pasadas las diez y media de la mañana, no quedaba una silla vacía en el complejo donde, días antes habían jugado los pequeños. Gafas oscuras, ropa negra, abrazos fuertes, sentidos, demostraban el pesar de todo un pueblo. «Monterrubio está asolado», comentaban unas vecinas antes de entrar. El párroco coloca un altar improvisado, sobre el Cristo el marcador y a los lados los cinco ataúdes repletos de flores y de muestras de cariño.

«Os queremos. Siempre estaréis con nosotros. Las mejores personas son las que se pierden». Un cartel improvisado, con caligrafía infantil, muestra el pesar de los más jóvenes. Son ellos los que más lloran por sus amigos. Prefieren compartir el dolor en grupo. Adrián, de 14 años, también viajaba en el microbús, aunque sus heridas son leves va en silla de ruedas. Se coloca junto a Jesús, otro de los supervivientes. Aguantan cada uno de los abrazos y de los besos de los vecinos que se les acercan, aunque evitan elevar la mirada, comentar lo que ocurrió. Entre ellos se comprenden. Raúl, con collarín, también se acerca. Se dan un beso. Son las 10:56, las autoridades acaban de entrar en el pabellón.

Jorge Fernández Díaz, ministro del Interior, entra acompañado de José Antonio Monago, presidente de la Junta de Extremadura. Son los primeros en acercarse a las primeras filas, donde las familias, rotas de dolor, aguardan a que comience el acto. Los dos les abrazan, les dan su apoyo, les besan. María Seguí, directora de Tráfico, también da el pésame a las familias, una por una. Pasadas las 11, entra el arzobispo de Badajoz, Santiago García Aracil. El coro da comienzo a la misa.

Durante la homilía, monseñor García Aracil intenta darle sentido al trágico suceso: «El Señor ha buscado la mejor compañía, unos angelitos. Muchos de vosotros dudaréis ahora de vuestra fe, pero vuestra alma se serenará. Dios llama sin saber el día y la hora». Durante sus palabras se oye el llanto cerrado de algunos de los familiares. Los compañeros de clase de los cinco chicos no hablan entre ellos, algunos están ojerosos, a Jesús le tiembla la pierna. Prefieren irse antes de que termine la celebración. El párroco de las familias agradece el apoyo de todo el pueblo. Es el momento de dar el pésame.

Respaldo de toda la región

Durante más de una hora, vecinos, compañeros, familiares... todos pasan delante de las familias. Quieren mostrarles su apoyo, aunque ellas están descompuestas. De su lado no se apartan los médicos y enfermeras de la Cruz Roja, tampoco el equipo de psicólogos ,que permanece atento a cada movimiento. Fuera, otro grupo numeroso de vecinos aguarda para poder pasar. Aunque no todos son muy partícipes de esta despedida masiva: «Este pésame no habría tenido que ser así. Las familias no lo habrían querido», comenta un grupo de vecinas, que tampoco han querido faltar a la despedida. «La madre de José Manuel, Mari, vive aquí al lado y aunque no es de aquí, es de Portugal, la queremos como si lo fuera. Es muy trabajadora», le insiste otra.

Todos los vecinos se conocen. «No llegamos a los 3.000 habitantes», cuenta Isa. Por eso, «a todos los niños, aunque fuera de vista, les conocíamos», dice mientras espera en la puerta para entrar. Junto a ella está María, con un grupo de amigos. «Hemos venido de Castuera porque los cinco chicos venían a nuestro instituto. No éramos muy amigos, pero sí que les conocíamos». Tuvieron que movilizar dos autobuses para llevar a todos los niños que querían ir a ofrecer sus condolencias y dar el último adiós.

El alcalde del pueblo, Antonio Blázquez, sabe que a las familias les queda «ahora lo peor. Una vez que esto acabe, está claro que lo que nos vamos a quedar somos los vecinos de Monterrubio, amigos y familiares de los afectados, que somos los que tenemos que seguir haciendo esa labor de apoyo moral y fuerza». A todo aquel que le preguntaba por lo ocurrido, le daba las gracias por interesarse y destacaba el apoyo recibido por las instituciones, los gobiernos, los medios de comunicación. «Yo creo que más no se puede pedir», señalaba, consciente de que «esto no se va a olvidar nunca».

Se acerca la una de la tarde y el sol pega sin piedad. Son muchas horas de espera y de llantos que aún no cesan. Salen varias niñas agobiadas, no pueden contener la llantina. Cruzan al parque, donde corre algo de aire y hay sombra pero no todas se recuperan. Un equipo del 112 se lleva en camilla a una de las jóvenes. Se ha desmayado: los sentimientos han podido con ella. Tras los aplausos de despedida, los vecinos se disipan. Vuelven a sus casas, «a echarme un rato», comenta Manuela, que se sostiene con un bastón. El luto está instalado en el pueblo. Nada abrirá hasta el lunes. Es un pueblo desierto, triste. Los crespones colgados en puertas y balcones lo explican todo.