Crimen de Asunta
«Nadie me dice la verdad, no sé lo que me han dado»
Las claves del asesinato de la menor gallega
Asunta fue sedada con Orfidal. Es un hecho incontrovertible. Nadie puede dudar de él. No se puede discutir, matizar ni cuestionar. Los valores detectados por el Instituto Nacional de Toxicología indican que el día de su asesinato, la pequeña tenía aproximadamente 68 pastillas disueltas en sangre, 8 en el estómago y 3 en la orina. Alrededor de 80 píldoras de Lorazepam. Rastreando el pasado, los investigadores se han topado con, al menos, dos episodios en los que Asunta fue sedada. El último ocurrió el 18 de septiembre a las 16:04 h. Gail, profesora de ballet de la pequeña, recibió este mensaje en su móvil: «Hola Gail. A causa de una medicación que Asunta tenía que tomar hoy no se encuentra en condiciones de ir a clase. Está muy preocupada por el papel que tenía que llevar hoy cubierto. Yo le he dicho que no había ningún problema. Que te lo llevase el viernes. Disculpa las molestias y gracias por todo».
Sin embargo, el testimonio más revelador fue el que ha aportado a la investigación María José, la profesora de violín: «Comencé a darle clases a Asunta en enero de este año. La niña era muy discreta y muy reservada. Tenía mucha personalidad y una capacidad innata para tocar el violín. También conocí a sus padres, Alfonso y Charo. Me explicaron que Asunta tenía unas excelentes capacidades. Ellos eran absolutamente encantadores». No fue hasta el mes de julio que detectó algo raro. Cuenta que el día 22 de julio Asunta faltó a clase porque, según le dijeron, tenía una fuerte alergia. El día 23 preguntó a Asunta qué es lo que había pasado, si se encontraba mejor y que si tenía alergia. Ella lo negó. «No tengo ninguna alergia. Nadie me dice la verdad. No se qué es lo que me dieron. Llevo dos días seguidos durmiendo», le respondió en un tono alto, indignada. Mostraba mucho enfado y también recelo. Esa es la primera vez que Asunta se expresaba así delante de ella. María José, desconcertada, puso un ejercicio musical. «Ella lo conocía porque ya lo había tocado alguna vez, pero ese día se confundía con los dedos, se saltaban algunos compases con las notas. Aquello me extrañó. Salí del aula y me fui a hablar con el profesor de guitarra. Le comenté lo sucedido. Le dije: "Noto a la niña mareada". Él me respondió: "Estate tranquila. Yo he coincidido con el padre cuando la ha traído a la escuela y me ha contado que había tenido alergia y que había estado tomando antihistamínicos y que no se encontraba del todo bien"». María José regresó a la clase. En su declaración sigue relatado el episodio: «La niña seguía mareada. Quisimos sacarla fuera para que le diera el aire. Caminado se tambaleaba y casi se cae. La sujetamos y la dejamos sentada en la recepción. Aquello no era normal, así que volví a buscar al profesor de guitarra. También llamamos a la directora. Llegó inmediatamente. Le preguntamos si había estado mal con la alergia y ella dijo que sí. Luego le enseñamos la mano y le preguntamos cuántos dedos había. Nos dijo que veía doble. Estaba muy seria. Le preguntamos si había tomado algo y ella respondió: «Nadie me quiere decir la verdad. Me están engañando. Mi madre me ha dado unos polvos. Unos que una mujer le había dado a ella en la puerta de casa. Dijo que era la médico de mamá».
Asunta fue a clase de canto. Cuando terminó la clase, estaba desorientada. Buscaba sus pertenencias y no las encontraba. Las había buscado en la clase equivocada. «Entonces, como había llegado el padre, nos acercamos a tantearle por la niña», sigue narrando María José. «Le dije que la niña había estado muy mareada y él respondió: "Ha estado bastante malita con la alergia durante todo el fin de semana". Le expliqué que la había visto hecha polvo pero que era lógico si estaba tomando antihistamínicos. Él me lo negó. Me dijo que sólo usaban un spray nasal para despejar la nariz. En ese punto cortó la conversación, lo que no era habitual. No quería seguir hablando». Asunta en ese momento salía por el pasillo, caminado de forma extraña, con torpeza, apoyándose en la pared para no caerse. Dijo que se le había olvidado la chaqueta. Regresó a por ella y «el padre se quedó mirándola. No dijo nada, aunque su hija iba tambaleándose». El episodio dejó inquieto y preocupado al claustro de profesores, pero «en los días sucesivos Asunta no volvió a presentar estos síntomas. Tenía su comportamiento habitual y decidimos no comentar lo sucedido», se justificó la profesora.
Siempre que la sedaban dormía en casa del padre
La Guardia Civil ha demostrado que Basterra compró varias cajas de Orfidal los días 5 y 17 de julio (sin receta y engañando a la dependienta) y 16 de septiembre. El juez afirma que siempre que se producía un episodio de sedación la menor pasaba la noche con su padre. De momento, no se puede demostrar ni hay evidencias de que estuviera con la niña a la hora en que murió ni que participó en el traslado del cuerpo, ni se puede probar que aquel día le dieran medicamentos en su casa durante la comida ni que sea el autor intelectual.
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