Abusos a menores
¿Otro «caso Bretón»?
Las Imágenes de una cámara de seguridad muestran a madre e hija juntas a una hora a la que se supone que ya había desparecido
Eran las 12:20 cuando un guardia civil alto y de ojos claros se acercó en el tanatorio a Rosario Porto, la madre de la niña, y le pidió en voz baja y educadamente que le acompañara un momento. Ella obedeció sin rechistar. Minutos después le leían sus derechos imputada por el asesinato de su hija y la trasladaban detenida a la Comandancia de La Coruña. Antes del viernes deberá pasar a disposición judicial. Nadie se dio cuenta de lo sucedido. Alfonso Basterra, el padre de la pequeña, lloraba desconsolado. Sentado en una silla escondía el rostro entre las manos, solo, sin que nadie le abrazara. Pronto las amigas empezaron a echar de menos a Rosario. «¿La has visto? ¿Dónde se ha metido?», se preguntaban unas a otras mientras la buscaban, inquietas, en los pasillos del tanatorio. Un buen rato después, una mujer recordó haberla visto irse acompañada de un hombre alto. No tardaron en atar cabos. Era el cabo de policía judicial de la Guardia Civil.
Los amigos de la pareja no eran ajenos al persistente foco que desde el primer momento iluminaba a la madre de Asunta. Las sospechas se cernieron sobre ella el mismo día que acompañada de su ex marido presentó la denuncia por la desaparición. Su testimonio resultaba cuando menos extraño a los ojos de los investigadores. «Sobre las 19:00 dejé a mi hija en casa y me fui a hacer unas gestiones. Ella estaba haciendo las tareas escolares. Cerré la puerta, pero no eché la llave por fuera», comenzó a narrar la madre. Según la portavoz de la familia, Teresa Navaza, Rosario fue a casa de los abuelos a recoger unos bañadores de la niña y a hacer unas compras a un supermercado del centro de Santiago. Habían quedado en que al día siguiente, y a pesar de estar separados, los tres, padre, madre e hija, iban a pasar el día en la playa.
«Sobre las 21:30 regresé a casa. La puerta estaba cerrada con llave y la alarma conectada. No había ningún tipo de desorden. Pensé que se habría ido a casa de su padre, que vive a 25 metros de allí. Muchas veces lo hace porque se lleva muy bien con Alfonso», puntualizó la madre. «Llamé a mi ex marido, pero él me dijo que no estaba con él. Empezamos a telefonear a amigos y conocidos, pero nadie sabía nada». La ausencia de noticias hizo que la madre se mostrara convencida de que algo debía de haberle pasado a Asunta, apoyada en el hecho de que su hija no daba problemas y nunca se había fugado de casa.
La sorpresa del agente que le tomaba la denuncia llegó cuando Rosario hizo el siguiente relato: «Lo único extraño que ha sucedido en mi casa es que, a mediados del mes de julio, al llegar a casa me dejé por descuido las llaves puestas por fuera. Sobre las 02:30 de la madrugada escuché a mi hija gritar. Me levanté y vi a un hombre, de aproximadamente 1,60 de estatura, complexión fuerte, vestido con ropa oscura. Llevaba guantes de látex en las manos. Huyó por el pasillo. Lo intenté agarrar, pero se escapó. Si no presenté denuncia fue porque no quise causarle ningún tipo de trauma a mi hija», explicó en la Comisaría de Santiago de Compostela. Horas después, aparecía el cadáver de Asunta.
En muy poca tiempo, los agentes de la Guardia Civil han tenido que hacer cientos de gestiones. Desde la toma de declaraciones a todo el entorno de la víctima a solicitar las grabaciones de las cámaras de seguridad de la zona en la que viven los padres y de los trayectos que dicen haber realizado aquel día. Algunos datos todavía no los han recibido, como los posicionamientos de los teléfonos móviles, pero el lunes por la tarde-noche, el juez encargado del caso se reunió durante tres horas con los investigadores para escuchar cómo iban las pesquisas. En ese encuentro se decidió la detención. Todo apunta a que los agentes cuentan con imágenes de al menos una cámara de seguridad en la que se ve a Asunta en el coche de su madre en un horario que contradicen el testimonio que la madre prestó en comisaria. Y no es de extrañar, porque según afirman los investigadores, «Santiago es como un plató de cine. Hay cámaras por todos lados». De hecho, en la tarde de ayer, agentes de paisano todavía recorrían comercios pidiendo imágenes a los encargados.
Además, el registro realizado en una finca, heredada por Rosario de sus padres, ha sido determinante. Allí podrían haberse encontrado indicios que sustentaran la detención. ¿Pudo ser éste el lugar del crimen? Sin embargo, a las pesquisas policiales todavía les queda un largo recorrido. ¿Dónde murió Asunta? Si la madre está detrás de la muerte de su propia hija, ¿tuvo ayuda o lo hizo sola? ¿A qué hora trasladó el cuerpo al lugar donde lo encontraron? Y la incógnita más importante para la opinión pública, ¿por qué? Desde un punto de vista penal, no tiene casi importancia. Lo relevante es si hay pruebas que demuestren la culpabilidad del acusado. Nada más. Pero la sociedad necesita comprender qué pudo llevar al asesino a cometer semejante atrocidad. Y ya muchos comentan las a priori similitudes con un caso reciente de nuestra historia criminal, menor muerta, finca, cámaras de seguridad...
✕
Accede a tu cuenta para comentar