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Reportaje

Pablo Sánchez Bergasa, el español que ha salvado la vida a 4.000 bebés prematuros

Este ingeniero renuncia a lo convencional para llevar una incubadora 'low cost', desmontable y que cabe en una maleta, a países de África y Latinoamérica

Imagen de la incubadora creada por Pablo Sánchez Bergasa Pablo Sánchez Bergasa

«Poner en valor ante la sociedad a aquellas personas que destacan por liderar proyectos con carácter innovador y potencial real de aportar un avance científico significativo». Esta es la principal misión de la Fundación Princesa de Girona, que surgió hace 15 años y que esta semana ha celebrado su entrega de premios anual. El acto estuvo presidido por los Reyes de España, que destacaron que dichos galardones abren puertas y reafirman convicciones. Pablo Sánchez Bergasa, de Pamplona, ha sido uno de los premiados de esta edición, concretamente en la categoría social.

Cuando le comunicaron que era uno de los galardonados, este joven ya habló con LA RAZÓN y dijo que estaba dando un salto al vacío. Algunas puertas se cerraban, pero eso suponía que otras se abrirían más que nunca.

Ya con el premio en la mano, Pablo recuerda que fue hace apenas cinco meses cuando se enteró de que la Fundación Princesa de Girona se había fijado en él y en su proyecto: la ONG Medicina Abierta al Mundo. «En cuanto supe que nos daban el premio, les dije a mis padres que quería dejar mi trabajo como ingeniero y apostar al 100% por mi proyecto social, dedicarle todo mi tiempo», recuerda. Sus progenitores, conscientes

seguramente de lo que supone renunciar a un trabajo convencional, le tacharon de insensato.

Pero lo cierto es que Pablo lleva ahora cinco meses sin trabajar en algo que no sea su iniciativa, y parece contento. «Me siento igual de feliz y siento que tengo el mismo mérito que cualquier persona que acaba haciendo aquello que realmente le llama. Creo que la grandeza no pasa tanto por hacer cosas heroicas, sino por responder con generosidad a lo que uno se siente llamado», matiza. Aunque lo cierto es que este pamplonica también hace cosas bastante heroicas.

Sánchez Bergasa es fundador y director de la ONG Medicina Abierta al Mundo, una organización que lidera la fabricación y distribución de "incuNest", una incubadora neonatal de bajo coste destinada a hospitales de bajos recursos. Este proyecto ha impactado en más de 30 países, salvando la vida de miles de recién nacidos.

La idea original surge en 2014, de la mano de Alejandro Escario, otro ingeniero que, como proyecto final universitario, elaboró una incubadora «barata». Esta idea recibió grandes alabanzas a nivel internacional y acabó dando pie a la creación de una ONG. Pablo se unió a ella en 2017: «Un compañero de trabajo me habló de esta iniciativa, que venía de La Fundación Universitaria San Pablo CEU, y quise colaborar con ella. Al poco tiempo de llegar yo, el proyecto se disuelve por cuestiones personales y profesionales de los impulsores, y me quedé prácticamente solo con algo que sentía que tenía que hacer pero de lo que no tenía ni idea», explica. Con 25 años, un trabajo estable y cero conocimientos de lo que hacía, este chico lo tenía muy fácil para abandonar «el barco de las incubadoras» él también. Pero no lo hizo. Y no lo hizo porque a veces en la infancia pasan cosas que parecen intrascendentes, pero cuando uno entra en la adultez, es consciente de que todo tiene sentido. Al menos a veces.

«Cuando tenía 5 o 6 años estaba jugando en el parque, me caí y me di un golpe en la cabeza. Me hice una brecha en la nuca y empecé a sangrar mucho. Tuve mala suerte porque estaba solo. Empecé a llorar y a pedir ayuda pero no vino nadie. Al rato pasó una pareja, y corrí a enseñarles las manos, porque las tenía llenas de sangre», cuenta Pablo al hablar de lo que considera «la semilla» del premio que recogió esta semana. Esa pareja, fruto del agobio probablemente, no supo reaccionar a las manos de un niño asustado y herido. Y Pablo lo que no supo fue entender esta reacción. «Pasaron de largo. Recuerdo quedarme impactado porque no entendía cómo se podía ignorar algo tan inocente, urgente y necesario».

Veinte años después, cuando este ingeniero se vio solo con un proyecto ambicioso y necesario para millones de niños en el mundo, se acordó de la pareja que no le vio en el parque, y decidió que no iba a ser como ellos, «que no iba a mirar para otro lado».

Pablo empezó a dedicar todo su tiempo libre, que no era mucho, a indagar en cómo construir incubadoras con el menor costo posible. «Yo no sabía nada del tema, no era la persona idónea, pero poco a poco me fui enterando de cómo funcionaba todo. Estuve tres años enteros diseñando, y logré idear un modelo que parecía apto para salvar vidas», explica. Una vez conseguido el modelo no se acababan los grandes retos, sino que más bien empezaban.

Para poder construirlos, se sumaron dos organizaciones. Por un lado, los Colegios Salesianos de Pamplona, que ofertaban estudios de Formación Profesional. Como parte de algunos módulos, los alumnos tenían que construir piezas «para después tirarlas a la basura», rememora Pablo. Apareció entonces la idea de que estos estudiantes, como parte de su formación, elaboraran piezas que necesitaba la incubadora. «Implicar a los chavales y hacerles conscientes de que estaban haciendo piezas para salvar vidas también fue muy bonito. Si hicieran piezas de ajedrez igual se habrían implicado menos, pero no era el caso. Lo que hacían tenía mucho valor», apunta el director de Medicina Abierta al Mundo.

Y una vez llegados hasta aquí, ¿cómo hacer llegar las incubadoras a las zonas más necesitadas? Ahí aparece
Ayuda Contenedores, una ONG con base en Navarra que destina su actividad a los envíos de ayuda humanitaria.

En 2020 la primera incubadora estaba lista y llegó a un hospital de Camerún. Pablo cuenta que allí, lo único que podían hacer para ayudar a los bebés prematuros era «envolverlos en papel de plata y ponerlos junto a un radiador», motivo que explica la grata sorpresa que se llevó el personal médico cuando vieron lo que les enviaban desde España. La creación de Pablo y de los estudiantes de FP de los Salesianos de Pamplona llevaba internet incorporado, porque «hay estadísticas que dicen que el 70% de los equipos médicos que se donan a zonas menos globales no se usan. Porque se estropea algo y no saben cómo arreglarlo, por ejemplo». Por eso añadieron internet a la incubadora y saltó en España la buena noticia: la primera incubadora enviada a Camerún se había encendido.

«Casualidades de la vida», así define Pablo lo que ocurrió momentos después. Un bebé que pesaba 500 gramos llegó al hospital, entre la vida y la muerte. «Incluso en España es muy difícil que, en esas circunstancias, la vida continúe. Allí no tenían muchos medios más, así que le pusieron una sábana para taparle y dejarle morir. Si no hubiera llegado la incubadora la historia se habría acabado ahí, pero justo llegó y decidieron montarla. Más que con el objetivo de salvar al bebé, que era algo muy complicado y lo daban por perdido, por saber si la incubadora funcionaba bien», dice su creador. Para la construcción de la incubadora se había seguido un estándar europeo que determina qué elementos y qué funciones mínimas debe tener: que haya una temperatura homogénea, que los materiales sean de un tipo concreto... «Seguimos esas instrucciones, pero no sabíamos si iba a funcionar bien», reconoce ahora.

Cuando Bergasa llamó al hospital camerunés para ofrecerles ayuda con cualquier cosa que pudieran necesitar, le dijeron que no se preocupara:
el bebé estaba descartado, solo lo habían metido en la incubadora para ver si ésta encendía bien. «Añadieron que lo sacarían pronto, que se iba a morir», recuerda este joven que recibió la noticia «con el corazón en un puño». Después de tantos años de trabajo, lo cierto es que no era ese el inicio soñado.

Pasó un mes y medio, y el equipo de Medicina Abierta al Mundo, desde España, se preguntaba por qué la incubadora no había dejado de estar encendida nunca. Y entonces llegó la foto del milagro. El bebé había sobrevivido. «Nadie se explicaba cómo. Fue una sensación maravillosa», cuenta con la misma emoción que sintió entonces este pamplonés.

Desde entonces hasta hoy, el objetivo no ha sido otro que llegar a todos los lugares del mundo posible. Actualmente hay unas 220 incubadoras repartidas por países del África subsahariana mayoritariamente, pero también por zonas de Latinoamérica y de Ucrania, donde empezaron a enviarse con el estallido de la guerra. Se han beneficiado de ellas unos 4.000 bebés. «Construimos equipos desmontables, caben en una maleta, se pueden facturar. ¡Hasta la han llevado al Himalaya unos escaladores!», explica emocionado su impulsor.

A Bergasa se le ha concedido el Premio Princesa Girona 2025 por «perseguir sus sueños con pasión y entrega, por su incansable vocación de transformar y salvar vidas, y por su profundo compromiso social. Su generosidad al compartir conocimiento, su apuesta por el código abierto y su empeño en romper barreras inspiran a quienes le rodean y demuestran que la innovación puede estar al servicio de la humanidad». Porque Pablo no quiere medallas, ni sentirse un héroe; lo que busca simplemente es
dar respuesta a la llamada que siente de hacer el bien: «Gracias al Premio Princesa Girona hemos llegado a mucha gente que no nos conocía pero que se ha unido a nosotros y a nuestra esperanza de seguir salvando vidas. Y eso es lo que le pido al Premio, por así decirlo. Hace falta gente que done y empresas que nos quieran patrocinar. Esa es la única manera de seguir salvando vidas», concluye.