Ciencia y Tecnología
Robots sexuales: ¿La nueva aberración o la última revolución?
Su mercado no se limita a ser un sustitutivo de la prostitución, también se proponen como terapia para pedófilos y violadores.
Su mercado no se limita a ser un sustitutivo de la prostitución, también se proponen como terapia para pedófilos y violadores.
Amazon está estudiando los drones para realizar envíos, Dubai ya tiene androides en su cuerpo de Policía, los coches autónomos son una realidad y el 60% de los puestos de trabajo –se supone– desaparecerán en tres décadas a manos de ellos. El próximo paso es el sexo con robots o muñecos, una práctica que desde finales de los años 1960 es legal en la mayoría de los países. De acuerdo con un artículo de la revista «Fortune», en menos de dos años, los robots sexuales se convertirán en una industria capaz de generar más de 100.000 millones de euros anualmente. ¿Es posible esto? Si tenemos en cuenta que la industria pornográfica fue uno de los principales impulsores de los vídeos por «streaming» y que gran parte de la innovación para pagar online con tarjetas de crédito surgió por necesidad de facturar sus productos, no es ilógico pensar en lo que pueden llevar a cabo.
Decir que los robots sexuales son maniquíes con el cerebro de Siri es quedarse muy lejos de la realidad. Por ejemplo, está Harmony, un robot de la firma RealDoll. Harmony sonríe, parpadea y frunce el ceño. Recuerda fechas como las de los cumpleaños o también el plato preferido de una persona. Eso sí, no puede moverse –«le quita mucha batería», aseguraba su creador Matt McMullen, en una entrevista–. Algunos prototipos tenían un giroscopio en la cintura para dotarla de movimientos, pero la hacían muy pesada. También había un programa de inteligencia artificial que le otorgaba la posibilidad de murmurar cuando se tocaban ciertas zonas de su cuerpo, pero era demasiado predecible, asegura McMullen.
También hay empresas, como Abbys Creations –vende alrededor de 600 robots sexuales al año– que lo personalizan al gusto del propietario/ compañero –sí, también hablaremos de ello–: los hay «normales», en los que se puede elegir el tono de piel, el vello corporal, cicatrices, pecas y hasta 42 modelos diferentes de pezones (femeninos y masculinos). Pero también hay modelos menos... ortodoxos, por decirlo de algún modo. ¿Es usted fanático de «Star Trek»? Allí que va un habitante de una galaxia lejana. ¿Es usted seguidora de «Crepúsculo»? En su puerta recibirá un robot con alas de murciélago, cuernos y piel de silicona extremadamente pálida. El precio oscila entre los modelos básicos de 8.000 euros y los más específicos, que alcanzan hasta los 45.000 euros.
Por este precio se puede pedir un robot con reconocimiento de voz, que haga contacto visual cuando hable, con una temperatura corporal «real» y movimientos de pecho que imiten la respiración. Respecto al cerebro, Harmony, por ejemplo, viene con una app incorporada que permite «ecualizar su personalidad» entre 20 modos diferentes, que van del romántico, al seductor, pasando por la posibilidad de ser celosa, tímida, intelectual, etc. Unos meses atrás, la columnista de «Vogue», Karley Sciortino, especializada en sexo, probó el modelo masculino de Sinthetics. Su veredicto, aprobado. «No se puede distinguir de un hombre real en muchos aspectos», asegura en un vídeo. Sinthetics comenta que sus modelos masculinos tienen lista de espera, mientras que desde RealDolls aseguran que sólo representan un 5% de su mercado. De acuerdo con una reciente encuesta realizada por la Universidad de Duisburg-Essen en Alemania, más del 40% de los participantes se ven teniendo sexo con un robot en los próximos cinco años. Aunque solo se entrevistaron a 263 hombres heterosexuales (un universo muy pequeño) el dato es, cuanto menos, llamativo.
La otra cara de este informe es el que llevó a cabo la Fundación para la Responsabilidad Robótica –FRR por sus siglas en inglés– que busca un uso ético de la robótica y responsabilidad para los humanos. De acuerdo con su estudio, hay mucha disparidad en este sentido. Uno de sus datos habla de apenas un 9% de encuestados que mostraron cierto interés por el sexo con robots. Mientras, otra encuesta habla de un 66% de hombres y un tercio de las mujeres que le darían una oportunidad.
Los autores del informe creen que esta práctica podría anticipar una nueva revolución sexual ayudando a personas que, de otro modo, tendrían dificultades para las relaciones íntimas. Se cita a personas con traumas psicológicos, que cuentan con antecedentes sexuales y que sufren problemas fisiológicos, como la eyaculación precoz. Pero también plantean una preocupación: los robots sexuales podrían aumentar el tratamiento de objeto hacia las mujeres, alterar las percepciones del consentimiento y utilizarse para satisfacer deseos que de otra manera serían ilegales.
Para Aimee van Wynsberghe, co-directora de FRR, «si hablamos de individuos que no sólo están discapacitados sino que han sido traumatizados, de alguna manera esto podría ser un instrumento beneficioso. Pero, como en todo lo demás, debe haber un equilibrio. Tienes que encontrar un equilibrio entre la falta de regulación y la sobrerregulación que ahogue esta tecnología». Y aquí es cuando surgen los dos principales involucrados en la búsqueda de este equilibrio. Por un lado los robots y, en el otro, los seres humanos.
Los primeros son propiedad de los segundos. De hecho, los compramos, los programamos y los usamos de acuerdo a nuestras necesidades. Lo que plantea un interesante debate respecto a los derechos de las máquinas, teniendo en cuenta su influencia en nuestra vida. La doctora Kathleen Richardson, antropóloga y experta en ética robótica de la universidad británica de Monfort, ha lanzado la «Campaña contra el Sexo con Robots». «Ser dueño de un robot sexual – explican en su web– es comparable a poseer un esclavo: los individuos podrán comprar el derecho de preocuparse sólo por sí mismos, la empatía humana se erosionará, y los cuerpos femeninos serán más objetivados y mercantilizados. Como el sexo con los robots no es una experiencia mutua, es otra parte más de la cultura de la violación. Estamos tan interesados en la idea de una ‘‘pareja sexual robot’’ que hemos dejado de hacernos las preguntas fundamentales».
Así, ¿tienen derechos los robots? ¿Cuál es el nivel de inteligencia artificial que los garantiza? ¿Son internacionales o los regula cada país? Pero, por otro lado, estamos los humanos. Y aquí los problemas se acumulan más aún. En una entrevista cedida al «Daily Express» británico, un recluso llamado Jack Swarz (17 años de condena por narcotráfico) aseguraba que poner robot sexuales a disposición de los reclusos sería un buen modo de controlar la violencia y mantenerlos más tranquilos.
La idea de un robot sexual puede ser positiva en diferentes terapias, pero hay algunas razones que, como mínimo, son cuestionables. Por ejemplo, su uso en pedófilos. Por extraño que suene, hay una empresa japonesa, Trottla, que vende muñecos y robots sexuales con rostros de niños. Su dueño, Shin Takagi, es un pedófilo confeso que asegura que es una alternativa legal para impedir el abuso. Sin embargo, para Noel Sharkey, profesor de robótica de la Universidad de Sheffield, es una aberración y «lo más probable es que haga que sea algo más aceptado, alentando a los pedófilos a atacar a los niños. Tratar a los pedófilos con robots sexuales es una idea repulsiva. Es como tratar el racismo dejando que alguien le pegue a un robot con otro color de piel». Lo mismo ocurre con los violadores. Una de las robots sexuales creadas por la empresa RoxxxyGold es Farah Frígida, cuya personalidad se describe como tímida y reservada, lo que según algunos expertos aumenta las fantasías de violadores. «Algunas personas dirán es mejor que violen a robots que a personas – añade Sharkey – . Pero hay otras personas diciendo que esto sólo animará a los violadores. Es necesario crear un marco para tratar a los seres humanos y otro, igual de importante, para proteger a los robots».
Y hay más. En Londres se ha propuesto la apertura de un club nocturno con robot sexuales. El informe de la FRR señala que se preguntó a una serie de voluntarios si serían un sustituto adecuado de las prostitutas. Y en una escala de uno a siete, siendo uno inaceptable y siete aceptable, el promedio fue de un seis. Apenas hemos comenzado a indagar en lo que nos depara para el futuro el sexo con robots. Lo que sí queda claro es que ningún aspecto de la sociedad está preparado para un futuro que puede llegar demasiado pronto.
Samantha, el androide español con «modo seductor»
España también cuenta con su propio prototipo de robot sexual. Se trata de Samantha, diseñada por el catalán Sergi Santos, doctor en nanotecnología, ingeniero de electrónica y experto en computación. Samantha es capaz de seguir una conversación, adaptarse a los gustos del compañero/propietario y puede ser programada en modo «romántico», «familiar» o «seductor». Santos creó a Samantha después de incoporar una serie de algoritmos de inteligencia artificial a una muñeca sexual, hecha de material elastómero –es decir, con comportamiento elástico– y termoplástico. Del mismo modo, incorporó una serie de sensores para que «sea inteligente y sepa cómo la estas tratando», afirmó Santos. ¿Su precio? Depende de cómo la quiera personalizar el usuario, el coste puede estar entre los 1.500 y los 8.000 euros.
De acuerdo con Santos, su funcionamiento no difiere respecto al «real»: «Tienes que hacer lo que harías con una mujer normal: se va excitando y acaba llegando al punto sexual y orgásmico», decía su autor. Con todo, Santos también explicaba que, «a veces, hay que currárselo, ya que el objetivo final en el ‘‘modo seductor’’ es provocarle un orgasmo a Samantha».
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