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Ni un cromosoma más, ni uno menos

Entrevistamos a Angelika Amon (Austria, 1972), catedrática de biología celular y molecular en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Sus estudios sobre aneuploidía -variación del número normal de cromosomas- le han valido numerosos premios. Recientemente ha participado en el congreso internacional sobre inestabilidad cromosómica, aneuploidía y cáncer, organizado por el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO).

Angelika Amon
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¿Qué es la aneuploidía?

Nosotros tenemos un número determinado de cromosomas, una copia del padre y otra de la madre. Cada célula de tu cuerpo tiene el mismo número de cromosomas, pero si pierdes o ganas uno, se producen aneuploidías, que están implicadas en enfermedades humanas como el síndrome de Down y el cáncer.

La aneuploidía se relaciona con enfermedades, pero usted también la presenta como una oportunidad terapéutica. ¿Cómo es esto posible?

Es posible. Lo interesante es que los tumores humanos son aneuploides, por lo que si encontramos sustancias que inhiban la proliferación de las células aneuploides, estos compuestos selectivos servirían para cualquier cáncer. Combinándolos con medicamentos convencionales podríamos, no solo extender la vida de la gente, sino curarla.

¿A eso se dedica en el MIT?

Sí, en mi laboratorio intentamos encontrar esos compuestos, pero no es fácil. Hemos establecido modelos de aneuploidía para entender cómo afecta a las células. Cuando lo sepamos, podremos encontrar fármacos que ataquen a estas células. También estudiamos la segregación de los cromosomas. Si pudiéramos prevenir los errores en la separación sería aún mejor, pero esto es aún más difícil.

¿Y qué modelos utilizan para estudiar los cromosomas?

Utilizamos un organismo modelo, Saccharomyces cerevisiae, que es una levadura utilizada para fabricar pan, cerveza y vino. Lo curioso es que la forma en la que estas células segregan sus cromosomas y se dividen es exactamente igual a la forma en la que lo hacen las células humanas. Los procesos de división celular están tan conservados en la naturaleza que si por ejemplo tengo una levadura con una mutación que impide la división celular, y cojo el gen humano equivalente para pegarlo en la levadura, funcionará. Estos modelos son baratos y no son peligrosos; hasta podemos comernos nuestros experimentos [risas]. Pero para estudiar el cáncer no podemos utilizar levaduras, por eso un tercio de nuestro equipo trabaja con ratones.

¿Se podrán aplicar estos descubrimientos algún día en la práctica clínica?

Es una pregunta realmente difícil. El problema es que los laboratorios universitarios no tienen suficiente dinero para ensayos clínicos, que cuestan millones de dólares. La única forma es conseguir que una farmacéutica se interese, algo difícil porque tienen sus propias ideas. La única esperanza es crear tu propia empresa, pero con la situación económica actual es difícil conseguir el dinero. Además tengo dos hijos, me encanta la ciencia y no voy a perder el tiempo buscando dinero. Pero espero que alguien recoja las ideas que generamos y convenza a las farmacéuticas.

Usted se doctoró en Viena, antes de irse a trabajar al MIT. ¿Qué diferencia hay entre la forma de investigar en Europa y en Estados Unidos?

Se hace buena ciencia aquí y allí, pero hay una gran diferencia respecto a los jóvenes. Hay una diferencia en la mentalidad de los Estados Unidos, y es que dan oportunidades a los jóvenes porque se dan cuenta de que ellos son los que cambiarán las cosas. Aparte de esto creo que la situación en Europa ahora mismo es mejor que en los EEUU, donde es muy difícil conseguir dinero para investigación básica. Conozco gente que tuvo éxito en EEUU y que ahora va a volver a su país porque está cansada de pedir becas que no le dan.

Usted ha ganado muchos premios. ¿Cómo ayudan a una carrera científica?

Cuando llevan dinero, desde luego, ayudan [risas]. No los enmarco ni nada, pero está bien que llamen la atención sobre el campo en el que trabajo. Aún estamos intentando convencer a la gente de que la aneuploidía ofrece posibilidades terapéuticas para el cáncer, pero antes, durante muchos años ni me invitaban a los congresos. Yo me conformaría con que mi investigación mejorara la vida de un solo paciente. Mi padre murió joven de cáncer y es una mala forma de irse, él me decía "¿puedes hacer algo por mí?"y yo le respondía "no, no puedo". Al final del camino, dentro de 20 o 25 años, si lo que hemos hecho puede ayudar, sería increíble.

¿Cree que existe un techo de cristal para las mujeres en ciencia?

Ya lo creo. Soy una defensora de las cuotas, aunque ahora causen mucha polémica. Son útiles para tener unas directrices a la hora de crear un grupo en el que no sea raro oír la voz de la mujer. Por supuesto, no funcionan perfectamente y tenemos que seguir trabajando para mejorar las cosas. En mi país hay muchas minorías que tampoco son incluidas. Hay que hacer un esfuerzo para traer esta gente a la ciencia, porque imagina todo el talento que se está perdiendo, gente inteligente que no se plantea entrar en el mundo científico. Hay mucho que hacer en Europa; en Alemania y Austria en particular.

Usted tiene dos hijos. ¿Es difícil compaginar maternidad e investigación?

Lo es, y creo que las bajas por maternidad pueden ser un problema. En Austria, por ejemplo, son de dos años. ¿Quién va a contratar a una mujer que quiera tener hijos? Estas medidas que intentan proteger a las mujeres en realidad juegan en su contra. Conozco algunas que quieren volver al trabajo a los pocos meses pero no pueden porque no está permitido.

¿Le interesa la divulgación?

Por supuesto, hago mucha. Tengo niños pequeños y hago experimentos en su colegio... ya sabes que en EEUU nos gustan estas cosas. Aquí ser científico y trabajar en una universidad implica hacer divulgación para entusiasmar a la gente sobre la ciencia. Si vas a una clase de primaria y les enseñas células con un microscopio alucinan, pero luego con dieciséis años solo se preocupan de mandarse mensajes y de Justin Bieber. Conservar ese fuego, esa curiosidad natural, es difícil, pero hay que enseñarles a cuestionar ideas desde muy pequeños. Toda la radicalización religiosa que vemos es porque no se cuestionan nada, ni les importa. Les están lavando el cerebro a los niños, pero si les enseñamos a pensar, el mundo será mejor, aunque no se hagan científicos.